Jason
Bajamos a cenar. Mamá nos avisó unos minutos antes que la cena ya estaba a punto de salir y nos esperaba abajo. Le pedí a Danna que se pusiera un vestido azul que habían adquirido los del hotel, debía armar el cronograma del día siguiente y debía incluir las siguientes compras. Traté de disimular como pude, poniendo mi característica cara de piedra, de lo que causó en mi verla enfundada en él. Era más atrevido de lo que ella solía usar, pasa que las compras las hice online, apresuradamente y no había tenido tiempo para ver esos detalles. Era un poco más escotada en su espalda, la cual mostraba más piel de la que nunca le ví, aunque ahora podía ver que estaba en la disyuntiva de si conservar el cabello recogido o llevarlo suelto, supuse que para ocultar aquel gran espacio. Me miró a través dle espejo y se sonrojó, yo disimulé bastante bien haciendo la vista gorda y mirando hacia otro lado. Ya estaba listo, solo la esperaba a ella.
—¿Te falta mucho? —pregunté tratando de no sonar muy impaciente. Es que nunca estuve en esta situación antes, ninguna de mis relaciones había llegado al extremo de tener que esperar a una mujer a que terminara de vestirse. Ni siquiera debía esperar a que se desvistiera, eran bastante obedientes y rápidas.
—Ya estoy...solo...—volvió a decir. Sabía que algo me quería decir pero no se atrevía.
—Suelto —le dije finalmente, seco, cortante. Se quedó dura tal vez pensando como había yo adivinado lo que queria consultarme. Volteó y se dirigió hacia donde yo estaba. El espejo me devolvió una vista maravillosa de un pedazo de su espalda y su culo precioso apenas marcado porque la tela del vestido era adherente. Unos segundos después, estaba lista.
—¿Vamos? —me dijo mirándome con esos ojos que me enloquecían.
—Claro —respondí y caminamos. Al llegar a las escaleras que conducían al piso de abajo la tomé de la mano, ella hizo el ademán de alejarse pero luego pareció recordar todas las instrucciones que le había dado. Se volvió a ruborizar y bajó la vista observando sus zapatos relucientes.
La cena transcurrió tranquila. Una callada Clarisa jugueteaba con la comida mientras mis padres trataban, tal como lo había imaginado, de sacar toda la información que podían acerca de mi relación con Danna. Afortunadamente nos sentaron al lado así que con un solo toquecito en su espalda o en su muslo podía guiarla con la conversación. La primera vez que di un golpecito en su muslo izquierdo dio un pequeño saltito mirándome con los ojos bien abiertos. Casi reí al ver su expresión. Me acerqué a su oído.
—Sabes que debemos ser cariñosos o sospecharán —susurré para que solo ella me escuchara. Vi como los vellos de su brazo se erizaban. Solo se limitó a asentir con la cabeza.
—¿Y qué hay contigo? —dirigí mi atención a mi hermana. No la había esuchado hablar hasta ahora. Ni siquiera levantaba la vista de su plato, sobre el cual hacía círculos con el tenedor.
Ni siquiera se dignó a contestar la muy mocosa. Bufé y decidí que hablaría con ella en otro momento a solas. Siempre había tenido una excelente relación con ella, quizas la diferencia de edad había hecho que quisiera protegerla desde que nació. Cuando me fui de casa ella solo tenía nueve años por lo que habíamos vivido separados la mitad de nuestras vidas sin embargo siempre me interesé por ella y sus cosas.
El resto de la cena transcurrió en paz, la charla amena. Agradecía que no quisieran ahondar en nuestra relación aunque traté de mostrarme lo más solícito con Danna, tocando su brazo, tomando su mano o envolviendo sus hombros. Ella solo se limitó a comer calladamente y a sonreir cuando la situación así lo ameritaba.
—Las chicas iremos entonces al living a charlar un poco mientras nuestros muchachos pasan al despacho —espetó mi madre como si hubiera estado planeando decirlo toda la noche.
Pude sentir como Danna se tensaba debajo de mi mano que le cubría parte de su espalda, la acaricié con mi dedo pulgar en el espacio que estaba sin tela para tratar de darle confianza. Aunque a mí es lo que menos me dio, casi aplasto toda mi mano en ese lugar. Su piel es tan suave.
—Haremos lo que nos dicen. Trataré de que sea lo más breve posible. Tú solo sé tú —volví a susurrar en su oído. Despues de todo, no estaba mal visto que dos recien casados se dijeran cosas asquerocitas en el oído. Ella hizo un leve movimento de la cabeza afirmando y tragó saliva, sin siquiera dirigirme la mirada.
Obvio que me dí cuenta de que mi padre quería hablar conmigo a solas. Y estaba seguro de que era algo serio pues "ir al despacho" solo era para hablar de negocios o de algún tema importante. Fuimos cada uno con un vaso de coñac para asentar la exquisita comida que habíamos degustado.
—Bien, aquí me tienes —le dije ni bien cerré la puerta.
Mi padre dio un gran suspiro y me invitó a sentarme en la silla frente a su escritorio. Él, por costumbre, inercia o porque quiso, se sentó en su cómoda silla giratoria.
—Siempre he pensado que tú eres el más inteligente de mis hijos —declaró tomando un sorbo de su bebida.
—¡Oh, no! no me vas a decir que vamos a volver a lo mismo, Joe —yo le decía así en son de burla cuando él adquiría ese tono autoritario.
—Ni bien empiezo a hablar ya estás a la defensiva —exclama con tono decepcionado.
—No estoy a la defensiva, papá, pero no entiendo tu actitud. Ya han pasado más de diez años. ¿Es que no te resignas? —traté de poner mi tono más amable, tenía que considerar que no lo había visto en varios meses. No quería pelear con él.
—Sabes que nunca lo haré. Tu escritorio sigue esperando por tí. Creí que ahora que estas casado podrías cambiar tu perspectiva. ¿Crees que es fácil para una esposa esperar durante horas para saber si a su marido le han metido un tiro?
—Suficiente, papá. No sigas o me veré obligado a irme. Vine porque realmente quería pasar momentos agradables en familia