Danna
Tuve que ir a regañadientes a comprar los dichosos atuendos. Jason me dio una tarjeta para que gastara sin límites. Agradecí que fuera su madre la que me acompañara, no me sentía cómoda pero era mejor que ir con Clarisa. No me imaginaba todo el tiempo que me estuviera reclamando por haberme casado con su hermano. En parte me sentía culpable por haberlo de alguna manera obligado a hacerlo. Tal vez un día podría contarle la verdad para que no me odiara. Un día desaparecería para siempre de la vida de su hermano y no me vería más.
Lilia y yo hicimos una maratón por peluquerías, esteticistas, tiendas de ropa y calzados, me hizo probar tantas prendas que tenía los brazos abotargados de tanto cambiarme. Esa mujer realmente sabe lo que hace y lo que es mejor, no se cansa nunca. Terminé agotada y al final regresamos tardísimo. casi era hora de la cena por lo que ella llamó a Jason cuando vio que no llegaríamos al almuerzo. Era alegre y conversamos mucho, amaba mucho a todos sus hijos y se preocupaba por ellos. Nos sentamos a comer un sandwich en un café dentro del centro comercial mientras aún quedaban compras por hacer.
—Danna, quiero tocar un tema contigo —me dijo y mi corazón empezó a latir en un ritmo desenfrenado. En mi mente ensayaba todas las respuestas que habíamos preparado con Jason.
—Usted dirá —traté de hablar lo más indiferente posible. No quería que notara mi nerviosismo.
—¿Te ha comentado Jason alguna vez si piensa tomar su puesto en la empresa familiar?
Me quedé pasmada ante esta pregunta, antes de venir aquí ni siquiera sabía que tenían una empresa familiar y que Jason era parte de ella.
—Pues, hasta donde sé, él ama su trabajo como policía. Señora Lilia, su hijo nació para eso. Es como si lo llevara en la sangre —al decir esto ella suspiró estrepitosamente, como si no fuera lo que esperaba escuchar.
—No entiendo a mi hijo. Tiene un imperio a sus pies y decide corretear detrás de sucios delincuentes. Al principio lo apoyé porque pensé que era algo pasajero, pero ya hace tantos años que no regresa...—se notaba la decepción en su tono.
Yo no podía imaginar a Jason haciendo otra cosa que no fuera lo que hacía. "Si él no fuera lo que es, jamás lo hubiera conocido", pensé en ese momento avergonzada. Yo me deleitaba mientras su madre sufría por él.
—Yo creo que Jason es feliz siendo policía. Y no creo que deje de serlo nunca —afirmé, convencida.
Nunca olvidaré la expresión de decepción en su hermoso rostro.
Decidió que era suficiente por hoy así que regresamos cargadas a casa. Me tomó casi una hora acomodar todo en los armarios de nuestra habitación. No podía dejar de ruborizarme al ver la ropa interior que me hacían comprar, ¿es que acaso nadie se cubría? Todo era encajes y transparencias, eso no tapaba absolutamene nada. Traté de elegir lo más cerrado y ancho que hubiera, no entendía la manía de estas mujeres de usar ropa tan diminuta.
Me bañé y me puse uno de los vestidos que me pidió la señora Lilia que usara para la cena de esta noche. Al fin podría conocer a la prometida de Roger, había llegado ya de París y a partir de mañana ya iniciaban las actividades propuestas en un cronograma estricto, que pasaba por cócteles, ensayos, cenas, juegos al aire libre, viajes a la playa. No sabía como alguien tenía tiempo y energías para hacer tantas cosas en tan poco tiempo. Pensé que una boda era eso: dar el si y nada más, como lo había hecho yo. Recordé mi propia boda, sin besos, sin vestido, yo con ese horrendo conjunto deportivo y Jason con dos lunas oscuras bajo sus ojos por el cansancio de tantos días.
Ahora me tocaba lo más difícil; el maquillaje. En veinte años no había tocado esos productos por lo que me costaba muchísimo hacerlo sola pero Lilia me pidió que lo hiciera. Me acerqué al espejo ya vestida, la prenda era preciosa, tenía mangas abuchonadas, un corte a la cintura y un poco ancho hasta arriba de las rodillas, más corto que lo habitual. El color salmón daba un aspecto diferente a mi tono de piel, era como si lo resaltara. Elegí un lapiz labial y una sombra casi del mismo tono y me apliqué solo un poco. Miré el reloj, Jason aun no había regresado, no lo ví en todo el día desde el desayuno. Bajaría a ayudar con la cena mientras él volvía.
En la cocina estaba Lilia con un hermoso vestido negro con brillos de corte sencillo pero elegante, contrastaba con su piel blanca y sus cabellos rubios, sus ojos como dos esmeraldas colgaban alegres en su hermosa cara. Se movía activamente de un lado a otro mientras otras dos mujeres la acompañaban en todo.
—¿Puedo ayudar? —les pedí. Todas sonrieron mirándome.
—Claro. Lleva los cubiertos y platos a la mesa, por favor, querida —me señaló un mueble en el que estaban estrictamente ordenados los cubiertos por tamaño, forma y material.
Me indicó lo que necesitaríamos para la cena que se iba a servir y empecé a acarrear en una bandeja a la mesa que estaba espectacular con manteles de seda, arreglos de flores naturales y servilletas haciendo juego. Mientras distribuía según las sillas ubicadas escuché voces y risas que se acercaban.
—Ah, miren nada más. ¿Tienen nueva mucama? —una voz chillona habló asegurándose que me enteraba que lo decía por mí.
—No, solo es la esposa de Jason —respondió otra voz por mí conocida. Clarisa.
Cerré fuerte los ojos y continué con mi tarea, mientras las risotadas retumbaban en las paredes. A las dos anteriores se unió una voz de hombe.
—Pero si es preciosa. Jason siempre tuvo buen gusto —me moleste un poco. Ellos hablaban como si yo no estuviera allí o fuera invisible.
Me sobresalté cuando sentí una presencia muy cerca detrás mío. Me di vuelta rápidamente y casi choco con un hombre alto, de cabellos oscuros y libidinosos ojos del mismo color.
—Me llamo Brian. Mucho gusto, preciosa. ¿Cómo dijiste que te llamas? —su voz sonaba extraña, como si estuviera ronco.
—Soy Danna, esposa de Jason —confirmé intentando que eso fuera suficiente para alejarlo.
—Ajá, con mi amigo Jason siempre hemos compartido todo desde que éramos niños así que por eso no hay problema —dijo mirándome fijamente y algo en sus palabras, las cuales estaba segura que traían algo oculto, me ponían incómoda. Extendí mi mano a modo de saludo, él la tomó y le dio un beso sin quitar la vista de mí. Este hombre ya me estaba cansando con su descaro. Me disculpe y salí a ocultarme en la cocina con las demás mujeres. "¿Dónde estás, Jason?", me preguntaba. Recordé el teléfono que me había comprado nuevamente y subí a buscarlo, quizá me llamó y no lo tenía conmigo.