Relator omnisciente
El jefe Jhonson apresuró sus pasos a todo lo que su prominente barriga le permitía. Sudaba mucho ya que debido al tráfico, tuvo que dejar el auto unas cuadras más abajo y caminar ese trecho para de esta manera poder llegar a tiempo a la importante reunión que se gestaba en los suburbios donde fue invitado.
"Esto es el colmo", se decía a sí mismo. Jamás habría aceptado reunirse con esas personas si no tuviera necesidad de hacerlo. Y es que su sueldo apenas alcanzaba para los gastos de la casa y pues, él tenía otros "vicios" costosos que no alcanzaba a cubrir lo que le pagaban en el cuerpo de policía.
Llegó al mugriento pasillo y tocó la puerta no sin antes cerciorarse que no hubiera nadie cerca husmeando, ¿qué dirían si descubrían que él, el jefe del equipo de investigación se dedicaba a negocios turbios para ganar unos pesos? Donovan le había dicho que esta vez era un pez gordo. "Espero que no tanto como yo", carcajeó para sus adentros. Un sabor amargo subió por su esófago, ni su propio chiste logró aliviarlo.
—Jhonson, pase —escuchó una voz en la oscuridad que lo llamó.
Entró titubeante.
—Jack Donovan —expresó a modo de saludo extendiendo la mano, pero ésta nunca llegó a tocar la suya.
—Es tarde para formalidades, Jhonson. Vamos directo al grano. El tiempo apremia
Observó a su alrededor y se sorprendió al ver los rostros de los visitantes. Una pareja bastante guapa, ya de edad madura, la mujer con rasgos nórdicos le pareció conocida. Una chispa se encendió en su abotargado cerebro. "Claro, los padres de Connor", se dijo a sí mismo. Solo se saludaron con un movimiento leve de cabezas.
—¿Qué es lo que desean, entonces? —preguntaba Donovan dirigiéndose a la pareja.
—Lo único que necesitamos es que nuestro hijo salga de la fuerza. Lo necesitamos para misiones más importantes que perseguir delincuentes y ocultar testigos —se escuchó decir a Joe Connor.
Jhonson estaba realmente sorprendido.
—Pero...eso no es posible, señores. Connor es el mejor agente que tengo. ¿Por qué habría de dejar la institución? —consultó incrédulo.
—Tenemos nuestras razones particulares, señor. Y eso nos incumbe solo a nosotros. La pregunta es, ¿van a conseguir lo que les solicitamos? ¿O buscamos en otro lado?
—Claro, señores Connor. Somos profesionales pero también somos pobres y necesitamos el dinero. Por la suma acordada haremos un par de movimientos y uala, nuestro Jason estará fuera.
—¡Perfecto! —afirmó Joe Connor
—Entonces, ahora aquí con nuestro amigo Jhonson vamos a trabajar el resto del día en su caso, si nos disculpan —invitó con un ademán a salir del recinto señalando la puerta.
—Por supuesto, esperamos resultados y la más absoluta discreción sobre el asunto.
—Como le dije...somos profesionales. Despreocúpese. El destino de su hijo está en nuestras manos —aseguró Donovan exhibiendo su sonrisa carismática, aquella con la que logró acercarse a Danna Miller en el lugar donde vendían libros hace un par de meses.
Lo que ella no sabía era el objetivo de tal sonrisa. "Y esperemos que no lo sepa", pensó para sí mientras estrechaba la mano del señor Connor acompañándolos a la puerta.
Jason
No puedo dejar de observarla mientras duerme apoyando su cabeza en la ventanilla. Así ocurrió la primera vez que viajamos estando recien casados, me pasé horas mirándola, admirando la belleza de su rostro y queriendo sentir la suavidad de su piel. Es tan dulce y limpia como me la imaginaba, anoche pude corroborarlo. Me duele un poco que ella no recuerde nada, pero me alivia a la vez porque no sabría como mirarla ahora. En realidad la miro pero no puedo evitar controlar el fuego que me consume lentamente. Diablos, ella es tan hermosa, por donde la mire. No sé si pueda volver a sentir como sentí con esta pequeña mujer que yace tan tranquila a mi lado. Como dije, no dormiría tan tranquila si supiera todos los pensamientos que me asaltan. Tendría que estar asustada por lo que siento, por todo lo que experimento cuando estoy con ella. Soy un maldito pervertido, psicópata y lunático por ella. Ella me saca de los carriles que intento inútilmente de mantener en línea.
"Oh, Dios...quiero tocarme", me asalta el maldito recuerdo nuevamente. Cada parte vuelve a repetirse ininterrumpidamente, al escucharla decir esta frase apreté más a fondo el acelerador. Busqué desesperado con el gps el hotel más cercano, debía acabar con su sufrimiento, me preocupaba realmente las consecuencias de la droga en su organismo. Y me preocupaba más continuar perdiendo el control que me había impuesto durante tantos meses y ahora se iba por la borda al observar sus lujuriosos gestos. ¿dónde los aprendió? Parecía una experta en seducción, se lamía los dedos, pasaba su lengua una y otra vez mojando sus labios y sus manos recorrían una y otra vez sus suaves curvas mientras no quitaba su vista de mí. De más está decir que yo estaba duro pero intenté concentrarme en el camino.
Llegamos y tuve que alzarla en brazos para tomar los suyos y evitar que se quitara su hermoso vestido en el mismo vestíbulo del hotel. La muchacha de la recepción tiró risitas ahogadas. "Es nuestra luna de miel", tuve que mentir para disimular el fuego que nos consumía a ambos. No logré ni siquiera registrarnos, lancé la tarjeta dorada encima de recepción para que me cargaran todo y no hicieran preguntas. Prácticamente corrí con ella en brazos cuando el ascensor nos dejó en el piso asignado.
Abrí la puerta y la deposité en el suelo, cerrando la puerta de una patada mientras ella luchaba por quitarse el vestido. Se removía como una víbora que quería escapar entre mis brazos y me rozaba una y otra vez poniéndome a mil.
Estoy ardiendo..oh, Jason...por favor! -me suplicaba.
Fui corriendo al baño y abrí la ducha, la ayudé con el cierre del vestido y casi me desmayo cuando la ví solo con la ropa interior. Intenté desviar mi mirada porque sabía lo perdido que iba a estar y por lo que significaba grabar eso en mis pupilas, no vovlería a dormir por las noches con esa imagen. ¡Dios! su piel es firme donde tiene que ser. Intentó sacarse la ropa interior pero se lo impedí, ya era suficiente soportar la tortura de verla así. Estaba conciente que no lo hacía porque lo deseaba sino por efecto de la droga sobre ella. Pero como me encendía esta mujer, por todos los demonios de lujuria que existían. La arrastré bajo la ducha mientras ella intentaba pasar sus manos por mi cuerpo, me estremecí como un maldito púber.
—Por Dios, Danna. Quédate quieta...—intentaba mantener la compostura a pesar de la situación.