Cuando llegué a casa escuché la risa de papá, dirigiéndome a la sala y vi que hacia un gesto en el aire como indicando unos titulares.
—Grave asesinato triple de puercos. Magia negra en el campo. El detective CROX al frente del caso.
Y me sorprendí ver a Buddy en el sillón, al lado de papá.
—Creo que a Buddy le gustan las películas de crímenes, ¿será por qué hay un perro investigador?
—Vamos Buddy, hay que sacarte a pasear.
—Ya, lo hice…
Enarqué las cejas y lo miré fijamente.
—Creo que también puedo —me dijo, y vuelve a mirar la Tv.
Yo seguía mirándolo, y él solo sonría, mientras acariciaba a Buddy.
—Mejor trae más palomitas, y ya deja de mirarme así.
Aquel día supe que Buddy había conquistado el duro corazón de papá. Pero un golpe en la puerta desvanece el recuerdo…
—¿Quién? —digo en voz baja.
—Tengo algo para usted.
Espero que no tenga puesto su pantalón de gatos. Abro la puerta y hago un bostezo fingido. De inmediato, me entrega un sobre.
—Creo que esto le pertenece… —me dice
—¿Quién se lo dio?
—Las luces se apagarán en cinco minutos.
Pero le sostengo su mirada escrutadora antes de asentir con la cabeza, y se da la vuelta, marchándose como si nada. Sin pensarlo mucho, abro el sobre y mis ojos se topan con unas simples palabras:
No te queremos en nuestro pueblo
Enseguida las luces se apagan…
Pienso en los mágicos momentos que pasé con Buddy, y siento un nudo en la garganta. Me levanto antes de que los rayos de sol toquen la ventana, sin duda va a hacer un día suficientemente malo, pues quieren que me vaya y eso haré. Echo lo poco que tengo en la mochila y cancelo la cuenta al anciano recepcionista, a cuya buena voluntad está sujeto.
—Lástima, que no haya encontrado a su perro… —me dice.
—Sí, es una lástima. Que tenga un buen día.
—Cómprese otro perro, en este mundo abundan esos animales.
—Infeliz —digo en voz baja, y salgo de su asqueroso hostal.
Cruzo por una calle plegado de cafeterías, bares y sucursales de pesca. Creo que al otro lado de la segunda calle está mi auto. Cada vez hace más calor. Apenas son las siete y media y el calor ya aprieta y la humedad es altísima. Me seco el sudor de la frente con la mano y saco una botella de agua. Veo a mi auto aparcado frente una tienda de zapatillas converse. Abro la puerta del coche, y de la nada sale un chico rubio enseñándome una risita algo estúpida. Tiene el pelo recogido y los pómulos marcados. Quizá sea dos años menor que yo, y viste un overol aguamarina, pero ya algo descolorida y grasosa.
—¿De dónde eres? —me dice.
—Eso no te interesa…
—¿Tú eres el del perro?
—¿Sabes algo?
—No…
—Entonces tengo que irme.
Me quedo mirando al chico a través de la ventanilla, y unas amplias manchas de sudor son visibles bajo las axilas. No es lo que me desagrada, es su risita tonta. No recuerdo haberle dicho algo gracioso.
—Que tenga un buen viaje —me dice.
—Púdrete infeliz —susurro.
Mi intención es olvidarme del asunto y regresar a casa, bueno; es lo que yo quiero que crean. Seguro estarán siguiéndome, viendo cada movimiento que hago, y me imagino que ya saben que me he marchado. Pero cuando estoy de camino a las afueras del pueblo dispuesto a darle la espalda a todo, he pensado en el señor Morris, cuando me dijo que intentaran sacarme del pueblo, pues tenía razón. Lo que no saben, que voy a regresar y averiguaré quien tiene a Buddy.
ESTÁ SALIENDO DE SAN MIGUEL
Oculto mi Ford Mustang entre unos arbustos secos que hay al borde de la carretera, aunque tuve que echar un poco más de maleza para cubrir la parte superior del auto. Luego de un par de horas de estar caminando, veo venir un camión de carga de color rojo, por lo que alzo los brazos con exasperación. Sin embargo, creo que su intención es ignorarme. Cuando parece que todo está perdido, he suspirado de alivio al ver que el camión de carga se detiene.
—Para donde se dirige, muchacho —me dice el camionero, observándome con sus gafas oscuras.
—A San Miguel…
—Suba, lo dejaré cerca.
Mientras el camionero escucha música country, pienso en lo que haré, al menos tengo un plan, eso creo. Lo primero, descubrir quién está detrás de la desaparición de Buddy, luego… luego no sé. No hay plan.
De repente, respiro hondo; soy plenamente consciente de que si me descubre lo empeoraría todo. El camión pasa despacio por el lado de su coche patrulla estacionado al costado de la carretera, por lo que trato de ocultarme. De inmediato, miro por el espejo retrovisor y me doy cuenta de que no está solo, lo acompaña una mujer y su...