Yo Te Esperaré - (min Yoongi)

Capítulo 3

Kang Halee.

 La palabra pasado tiene como significado el tiempo que ya ocurrió, y es una palabra que he investigado en todas partes para entenderla. Pero, teniendo en cuenta de que lo que sucedió hace seis años aún lo llevo encima como una herida fresca, no he llegado a entenderla.

 Y ahora con el reencuentro que tuve días atrás con mi exnovio, el chico con el que mis días se hacían mucho más largos y las noches aún más cortas, estoy segura de que estoy perdida con respecto al significado de esa palabra.

 Todo lo ocurrido seis años atrás me vino como una avalancha de tortuosos recuerdos el momento en que sus ojos se cruzaron con los míos.

 Era solo una chica de dieciochos años abandonada por su madre, a mitad de último año de preparatoria y con una responsabilidad. Estaba tan desesperada ante tanta bruma que mi vista se nubló de problemas y tomé lo primero que se me cruzó.

 Resultó ser un trabajo donde mi estabilidad económica dependía de cuántas vidas humillaba o arrebataba. Yo, dispuesta a dar todo por levantarme y asegurarle un mejor futuro a la persona más importante en mi mundo, vendí mi alma a este empleo de tiempo indefinido.

 —Mamá –volteo a una voz dulce que entra desde la puerta abierta de mi habitación. Sonrío, intentando no verme cansada– ¿Debo ir a la escuela?

 Desde mi cama, regalándole una mueca fingida de pesar, asiento levemente. Él emite un pequeño gemido de fastidio y se va dando pisotones. Me río ante lo divertido de aquella imagen.

 Niki, mi niño, mi pequeño ángel; aquel que se convirtió en mi razón para seguir adelante. Mi presente.

 Niki es mi medio hermano menor, fue abandonado por su padre, al igual que yo, y después por nuestra madre siendo un bebé de un año. Hasta ahora no entiendo el porqué de su huida y por qué nos abandonó, pero así fue. Desde ese momento, me convertí en madre de Niki.

 Luego de levantarme y asearme, bajo para cruzar a la cocina. Niki se colocaba los zapatos en el sillón de la sala, así que me apresuré a cocinarle el desayuno antes de que acabara de arreglarse. Recojo mi cabello en un moño alto, enciendo la estufa y lanzo en la sartén una rodaja de jamón mientras se tuestan los panes.

 —Mamá, ¿trabajarás mañana en la noche? –pregunta con un tono que percibí tímido.

 —No lo sé, corazón –le sonrío sobre mi hombro–, pero sabes que casi todos los viernes trabajo. Todo depende de mi jefe.

 —Esperaba que no fueras mañana. –dice con voz queda.

 La alerta extraña, la cual Kookie llama como instinto de madre, se enciende y me duele en el pecho. Me duele aún más ver su carita triste cuando volteo por completo.

 —Podemos estar juntos ésta noche. ¿Qué quieres hacer? –intento animarlo con una mejor sonrisa, me siento en frente suyo y acerco mi mano a su barbilla.

 Él sacude su cabecita, negando rotundamente ante mi gesto.

 —La escuela hará una fiesta para las mamás.

 Mis ojos se salieron de órbita y siento que estoy en otro planeta. ¿Mamás?

 —El domingo es el día de las madres –continúa– y en serio quería que fueras mañana. –su tono fue disminuyendo a medida que hablaba.

 Enmudecí por unos segundos. Día de las madres…

 No sé si mi jefe me programará una pelea para mañana y eso será un problema, siempre lo ha hecho, así me esté muriendo tiene una pelea para mí todos los viernes.

 —Mi amor, intentaré despejar mi agenda mañana, ¿sí? –Sus ojos se iluminan con emoción y las mejillas se les enrojecieron–. Ve por tu mochila, vas tarde.

 Sin decir más nada, solo una sonrisa, corre dando grandes zancadas en busca de su mochila.

 ¿Qué demonios hice? Acabo de prometer algo muy difícil a Niki. Me ahogaré en mis mentiras.

Tomé de un solo trago mi taza de café negro bien cargado de azúcar y voy en busca de mis gafas cuadradas, algo del dinero que gané anoche y llamo a Niki para al fin partir a su escuela.

 De camino a la escuela, tomados de la mano, Niki me cuenta una anécdota de su día anterior en la escuela y luego otra con su niñera. De camino a la escuela es el único momento que tengo para compartir con él. El resto del día estoy entrenando y peleando.

 —Muy bien, cariño. En verdad quiero que te portes bien, no deseo oír a la maestra quejarse por tus travesuras, oye lo que te dice y calla cuando tengas que hacerlo.

 —Ya lo sé, mamá –pone los ojos en blanco de forma chistosa–. Prometo que no haré enojar a la maestra si tú prometes ir a la fiesta.

 Nos detenemos junto a la verja que separa a la escuela de la acera y se voltea para que le mire a los ojos; levanta el meñique de su mano derecha con una sonrisa tramposa.

 —Niki, yo creo que...

 —Sin rodeos, mamá –el hielo en su voz me congela los huesos–. No me trates como a un bebé, quiero que me seas sincera.

 Tragué duro para deshacer el nudo que comenzó a formarse en mi garganta. He usado las mismas excusas por tanto tiempo que no me he dado cuento de cómo trataba a mi hijo.

 —Lo intentaré, ¿de acuerdo? –contesto al fin, pero la expresión severa de Niki no cambia. Bajó su mano lentamente y la mete en el bolsillo delantero de su pantalón.




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