Kang Halee
La última vez que vi este brazalete estaba ahogada hasta el cuello de problemas. Yoongi me la quitó para que visitase su casa, más yo solo quería alejarme de él. Sabía que si pisaba su hogar me ataría aún más a su mundo, y me iba a doler mucho más dejarlo después.
De una forma u otra dolió.
Mi casa, al fin mi casa. Ansiosa por ver a mi hermanito abro la puerta, consiguiéndome con niñera sentada en el sofá.
—Hola, Ha. Bienvenida. –la anciana hace para levantarse.
—Hola, Lulú. Tranquila, no tiene que levantarse.
—Ya estás aquí, Niki duerme y ya puedo irme a casa.
—No creo que sea buena idea –frunzo los labios insegura ante la idea–. Mejor quédese ésta noche, es muy peligroso conducir a estas horas de la noche. –cierro la puerta tras mío y voy al sofá donde estaba ella.
—No, querida. Yo tengo familia y estar fuera de casa de noche no es lo mío. –se levanta sacando lo que le queda de pecho.
Yo me río negando con mi cabeza ante su actitud testaruda. Veo como la anciana acomodar sus anteojos y mirar hacia mí curiosa.
—¿Y esa joya? –sonríe con picardía y yo miro a donde se dirigen sus ojos.
—Un brazalete.
—Y ¿quién te lo ha dado?
Ruedo los ojos al cielo. Tener accesorios como estos no es lo mío y ella lo sabe. Dejé de usarlos hace bastante por el simple hecho que me estorban a la hora de pelear.
—Ah, pues… –observo la prenda entre mis dedos, reteniendo una sonrisa nostálgica. Aunque siga negándolo con mi boca, todos los recuerdos con Yoongi me han invadido tanto que duelen–. Un viejo amigo. Desde que lo volví a ver no deja de buscarme, y por más que haga para quitármelo de encima él insiste.
—Ya era hora de que hubiera alguien que te aguante un insulto o una de esas frases hirientes tuyas.
—No durará mucho –afirmo, jugueteando con la prenda–. Ya vete, Lulú. No quiero que te vayas muy tarde.
—Muy bien, muy bien –alza las manos en signo de rendición. Me río de ello–. Adiós, nena. Nos vemos mañana.
—Adiós, Lulú.
Silencio. Una vez se va la niñera mis hombros caen y un suspiro entrecortado se me escapa. Todo esto me agobia. Entrenar, pelear, sonreír para el mundo, prometer a mi hermano, y ahora Yoongi.
¿Por qué tuvo que venir a sacudir mi mundo?
***
—¡Despierta!
Abrí mis ojos de golpe al sentir una manita impactar contra mi mejilla. Los grandes ojos de Niki me miran muy cerca de mi rostro.
—Adivina, ¿qué día es hoy?
Arrugo la frente mientras bostezo profundamente. Tallo mis ojos y echo un ojo al calendario. 16 de mayo.
—¿Mi cumpleaños? –ladeo mi cabeza, aparentando estar desorientada.
—¡Feliz cumpleaños, Mamá! –se abalanza encima de mí, apretando fuertemente mi cuello.
Río recibiendo su abrazo con mucho afecto.
—Gracias, amor. –besé su mejilla sonoramente–. Ve a lavarte la cara, haré el desayuno para ir de compras.
—¿Haremos una fiesta?
—No. Haremos el mercado.
Arruga la nariz ante mi inesperada respuesta, y suelto una carcajada por esa mueca.
Mi cumpleaños. No recordaba que era hoy, no suelo festejarlo, sino que me quedo con Niki en casa, mirando una película o algo parecido. Tampoco soy muy entusiasta por esta fecha, es solo una pesada cadena más rodeando mi cuerpo, halándome poco a poco hasta mi muerte.
Me metí al baño para hacer mis necesidades y aseos personales. Salí ya vestida y con mi cabello húmedo, tomo mis gafas para colocármelas y me adentro a la cocina para comenzar con el desayuno.
—Mamá, si haremos fiesta, ¿cierto? –aparece Niki, subiendo a su banquillo.
—No, Niki. Sabes que no me gustan esas cosas.
Claro que me gustaría hacer una fiesta, pero eso implicaría invitar gente y no quiero que venga nadie, vivo a escondida y moriré a escondida.
—Ve por la leche, por favor.
Obedece sin rechistar y trae la leche. Vuelvo con los sándwiches de queso, colocándolos en platos.
—¡Mamá, no hay leche! –exclama él.
Me asomo tras la puerta del frigorífico y efectivamente estábamos cortos de suministros.
—Debemos irnos ya al súper.
—Pero tengo hambre. –Niki hace un puchero. Sonrío para él.
—Toma el zumo de naranja entonces.
Sin parpadear toma la caja de cartón y corre a la mesa a desayunar.
***
Pasando por cada pasillo del supermercado con un carrito, miro los estantes escogiendo los rubros de la semana, con mi pequeño hermano a un lado del carro, escogiendo conmigo. Me siento tan normal.
Me alegra poder hacer estas cosas algunas que otras veces, en vez de estar agilizando mis destrezas como una máquina. Sueño con el día en que pueda estar tranquila, con Niki, teniendo una vida pacífica y sin miedo a estar sola nuevamente.