Kang Halee
Mis piernas me fallaban y mi respiración se descontrolaba, estoy segura de que voy a tener un ataque aquí mismo. Llevo corriendo casi cuarenta minutos, no he parado por nada, solo tengo en mente que más le vale a ese bastardo que no le haga daño a Niki.
Ya veo mi casa y le di más rápido a mi paso, si eso es posible. Noto entonces que la puerta estaba abierta. Maldición. Entré preparada por si dentro se encontraba alguien. No se veía nadie pero un fuerte olor a gas propano inundó mis fosas nasales, me mareo por el fuerte olor.
—¡Mamá! ¡Mamá, me muero! –Corro hasta su cuarto y abro la puerta, encontrándome con mi niño debilitado, no respiraba bien y sudaba en abundancia–. Mami.
—Tranquilo, cariño. –lo cargué en mis brazos, le cubrí el rostro con mi sudadera y voy por las cosas, tomando la maleta conmigo.
Rápidamente me acerqué a la cocina para apagar el origen del gas y lo que me encuentro allí me paralizó.
—Adiós. –sonríe aquel hombre que sostenía un yesquero en sus manos y su dedo tenía intensión de encenderlo.
—¡Maldito!
Reaccioné antes y corrí como pude a la salida.
La explosión fue horrible. Me atrapó en la calle, caí encima de Niki, protegiéndolo con mi cuerpo. El fuego se llevó una cuarta parte de la piel de mi pierna izquierda. Grité por el dolor que retenía por dentro, sintiéndome débil, Niki me veía con mucho miedo. No me puedo mover, mi pierna estaba toda quemada y lo único que había en mi cabeza era dolor.
—Mamá. ¡Mamá, arriba, por favor! –me toma del brazo e intenta levantarme, pero mi cuerpo ya estaba hecho polvo, incluso él no podía mantenerse de pie.
El hombre pareció haberse sacrificado para matarme. Que tonto. Esperó a que me asomara a la cocina.
—¡¡Mamá, ahí vienen!! –grita Niki con desespero.
Alguien se acercaba, mi corazón saltó y, sacando fuerzas de no sé dónde, me levanté, tomé a Niki y me dispuse a andar hasta la casa abandonada de enfrente. Saqué una llave de mi bolsillo trasero que abrió la cochera, dejándome a la vista el auto que compré para este caso. Metí a Niki en el asiento trasero, me senté en el piloto y lancé mi bolso en el copiloto.
No esperé más para arrancar y salir de esa cochera, pero antes de que saliera a la carretera me impiden el paso tirándose sobre el capó. Me asusté al principio, incluso grité, pero luego sentí un alivio al ver que se trataba de quien menos pensaba. Yoongi.
Se acerca con prisa hasta la puerta de piloto y yo la abro por impulso, saliendo a su encuentro como pude para abrazarle con fuerza. No me contuve y sollocé.
—Dios... –susurra él cerca de mi cuello–. ¿Estás bien? ¿Te hiciste daño?
No me separo de él. No quiero soltarlo, las lágrimas resbalaban por mis mejillas y él solo acaricia mi cabello. Siento mi pierna arder y me quejo.
—Halee, estás herida –exclama y me quejo aún más inclinando mi torso hacia adelante–. Tranquila. Yo conduciré. –me carga en sus brazos y lleva a la parte trasera con Niki, quien respiraba pausadamente. Mi corazón dio vuelco al verle así.
—¡Niki! –tomé su rostro para inspeccionarlo, estaba pálido e ido–. ¡Niki, resiste!
—¿Qué sucedió? ¿Cómo ocurrió la explosión? –pregunta Yoongi, arrancando el auto.
—Jimin –fue lo único que respondí. Él me mira por el retrovisor–. Niki inhaló gas propano, el cual fue provocado por un matón de Jimin que creó la explosión sacrificándose en el acto. El fuego atrapó mi pierna.
—Necesitamos ir al hospital…
—No –le interrumpo, negándome rotundamente–. Debemos irnos. Yoongi, llévame con Kookie y vete. Si estás conmigo te matarán.
—Lo sé –responde con simpleza, sacándome una queja–. Halee, confía en mí, te llevaré a un hospital y después te explicaré algo. –lo miré por el retrovisor y cuando sus ojos se encontraron con los míos mi respiración se cortó, hablaba muy en serio.
Por una vez, me callaré y confiaré.
***
Odio el ambiente del hospital. Es todo frío, pesado, huele a desinfectante y los sonidos de gente llorando, agonizando, gritando... Es horrible.
Me encuentro en sala de espera, con mi pierna vendada, esperando noticias del estado de Niki. Lo último que supe fue que tenía intoxicación por inhalar gas.
—Ten –Yoongi me tiende un vaso de té, el cual tomo con una sonrisa que más bien parecía una mueca–. Con eso te calmarás.
Le agradezco sin mirarlo y bebo un sorbo del té en silencio.
Es muy incómodo, recordando sobre lo que pasó en la tarde con Yoongi, como terminó nuestro encuentro y cómo me fui… me pone muy incómoda y siento que él lo nota. Me cruzo de brazos cuando me mira, haciendo una especie de escudo, hundiéndome en mi asiento.
—¿Cómo está tu pierna? –rompe el silencio, reanimando mi pulso.
Le miro por unos segundos y creo que él también está pesado. En aquel momento dijimos cosas que nos regresaron a nuestros tiempos, nuestros momentos de enamoramiento y determinación.
—Estoy bien –digo a secas–. Acostumbraré mi pierna al dolor.