Kang Halee
Aún estoy nerviosa. A pesar de estar bien y con mi niño bien, no se me ha quitado en la cabeza que tal vez esa explosión no sea la única carta que tiene Jimin. No sé por qué tengo el presentimiento de que no dejará de molestarme hasta que se haya deshecho de Niki y Yoongi. Me da nauseas de solo pensarlo.
—Mamá... –detengo el lazo de sus zapatos y le miro a los ojos con una sonrisa, preparada para cualquier pregunta–. Tengo hambre.
—¿Tienes hambre? –cuestiono relajándome, asiente con una tímida sonrisa.
—¿Están listos? –entra Yoongi a la habitación por nosotros.
Me mira con esos tiernos ojos, transmitiéndome de alguna forma seguridad. Min Yoongi, el chico que volvió a mí y jamás me dejó ni porque se lo pidiera, arriesgando su vida pese a que sabe en qué estoy metida.
—Tengo hambre, Suga. –comenta Niki haciendo un puchero.
—Entonces vámonos ya, comeremos algo antes de partir. –le tiende una mano, la cual Niki gustoso salta de la camilla y la toma para salir de la habitación.
Me ha abandonado completamente por Yoongi.
Enderecé mi espalda tomando los bolsos y Yoongi me quita de las manos el mío para cargarlo él, le agradezco con una sonrisa y él solo se queda allí, impidiéndome el paso, viéndome fijamente. Sentí esas cosquillas en mi estómago al tenerlo muy cerca, mirándome con amor y anhelo, como cuando teníamos dieciocho años.
El espacio entre nosotros comenzó a ser demasiado, por lo que él decide acortarlo y besarme lentamente. Al principio solo fue un pequeño beso dulce, dejándome con ganas de probar algo más.
Inclino la cabeza más hacia él para volver a atrapar sus labios nuevamente, en un beso más profundo y necesitado, acariciando su suave rostro y saboreando con tranquilidad sus finos labios.
—Oigan, ya... –la voz de Kookie nos sobresalta, separándonos de golpe. Él nos mira sorprendido y luego hace una mueca pícara–. Waoh. Perdonen la interrupción, pero creo que es momento de irnos par de golosinas.
—Dios, Kookie. Ya cállate. –gruño y salgo de allí hecha un tomate.
Llego con Niki para esperar a que los chicos salgan y terminar, o más bien comenzar, con esto.
—Vámonos –Yoongi nos llama y nos levantamos de los asiento.
Vamos con él hasta mi auto y Kookie sube las cosas al maletero, Niki aborda a los asientos traseros, acomodándose en estos como si fuéramos de vacaciones.
—Muy bien –sonríe Kookie, dando una palmada al aire–. Yoongi, la dejo en tus manos, pero no abuses –le advierte, provocando que mis mejillas se ruboricen, viéndome como colegiala–. Investigaremos la explosión, el asesinato de la niñera y haremos lo posible para encontrar a Jimin. Si te llega a encontrar, mi amigo me enviará una señal y allá estaremos lo más rápido posible.
—¿Cómo es tu amigo? –le pregunto con curiosidad.
—Ah, sí. Tomen –nos da una fotografía–. Se llama Jung Hoseok, pero responde a J-Hope.
—Muy bien, ¿es todo? –pregunta Yoongi esta vez.
—Por ahora. Ya les dije, haré todo lo posible, pero estén alerta –ambos compartimos miradas dudosas y asentimos inseguros
Acabamos subiendo por fin al auto, yo sentándome atrás con Niki para vigilarlo y asegurarme de que esté bien. Yoongi enciende el auto, sale de la carretera y comenzamos nuestro viaje. Lo nervios comiéndome por dentro lentamente.
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—Mamá –me sobresalta la voz de Niki.
Abro mis ojos lentamente, mis parpados pesados en el proceso. Me había quedado dormida, no me había dado cuenta de lo cansada que estaba. Tallo mis ojos, acostumbrándome a la luz que entra por la ventana del auto, indicándome que era de tarde.
—¿Dónde estamos? –me dirijo a yoongi.
—Ya salimos de Seúl, casi llegando a Busan –contesta desde el asiento conductor–. Dormiste un buen rato y no quise despertarte, pero Niki se puso nervioso porque no te movías.
—Ah, es cierto –abrazo a mi pequeño y acariciando su cabello–. Niki vio cuando mataron a Lulú. –recordar esa imagen me dio escalofríos, no imagino qué sería para un niño de ocho ver eso.
—Entiendo –miro por la ventanilla y el sol se está poniendo, dormí mucho tiempo y no recuerdo haber comido algo–. Deberías comer algo. –alzo mis cejas a lo alto, pensando que había deducido mi expresión. Me pasa una bolsa de papel con bolas de arroz frito.
—¿Comiste, cariño?
—Sí. –responden los dos al unísono.
Miro a Yoongi con una ceja erguida por el retrovisor, pues no fue para él la pregunta. Le miro contener una risa y bufo un insulto.
—Come, mamá –me arrebata la bolsa, saca una bola y la acerca a mis labios como si fuera una bebé–. Abre la boca… Aaaa. –me río por su acción. Es muy tierno.
—Ya casi llegamos, cariño.
—¡Yoongi! –protesto con mis mofletes llenos.
Oigo su socarrona risa, burlándose de mí. No puedo evitar sonreír, no sé si es por su risa o porque me ha sonrojado ese mote baboso.
Unas horas más tarde entramos a un barrio muy pequeño, poco habitado y se veía peligroso. Se podía ver muchos chicos con pinta de pandilleros, drogadictos y asesinos.