Yo te quiero.

14. Los Collins.

Mateo

Mateo. 

—Madura de una buena vez —mascullo, saliendo de la estación de policía —. No golpeas a alguien porque se te da la gana.

—¿Cómo qué no? Si a ti te obligan las cosas no serían divertidas y el miedo estaría constantemente en ti —alega, acomodándose su ropa de gala. Porque resulta que decidió irse a los golpes con Weon, hoy el día donde su hermana se casa—. Ya deja tus cantaletas. Se lo merecía, con mi hermana no se mete ni mucho menos iba a permitir que se tirara la boda de ella.

—Para empezar, la boda está por empezar y sabes que Charlotte no se va a casar si tu no estás ahí —Me acomodo en el andén para pedir un taxi.

—Menos mal me contestaste y pagaste la fianza, si no mis padres me matan.

—A la próxima por acá no me aparezco ni en pintura —lo amenazo.

—Mateo, no te cuesta nada venir por tu amigo —Paramos un taxi, y nos subimos a el —. Agradece tenerme a mi en tu vida, si no sería lo más aburrido del mundo.

—Si, claro.

—¿Quieres venir conmigo?

—No me gustan las bodas.

—Solo lo hacía por cortesía —chasquea la lengua, y le indica la dirección de la fiesta al taxista.

Jared es problemático, muchas veces es impulsivo y no piensa las cosas antes de hacerlas. Lo ha sido desde que lo conozco, pero por alguna razón ni su explosividad me han hecho huir. Es un tipo agradable, alguien que está dispuesto a hacerte reír de tus propios males. El punto es que así con todo las cosas buenas y malas, a veces en su sangre corre la sed de demostrar que es el mejor, trayéndole muchos problemas. A su vez siento que es por eso que las mujeres lo buscan, saben que encontrarán lo que muchas quieren, poder y dinero. El problema, es que Jared no es de enamorarse, o al menos no de las demás. Aunque diga que solo lo dice de broma, a veces siento que está enamorado, pero sabe que ella nunca lo verá con esos mismos ojos, no mientras ella esté tan concentrada en otras cosas.

Al bajarme del taxi encuentro que de ninguna de las dos casas se escucha ruido y se me hace raro, entre tantas personas lo que menos va a ver en silencio.

Subo al porche de la casa y saco las llaves de mis pantalones, tengo la costumbre de siempre cargarlas, siempre me hago la historia en mi cabeza donde si las dejo nadie me va a abrir y luego tendré mucho que buscar para poder vivir por mi mismo.

Abro la puerta y la cierro. Empiezo a masajear mis hombros, estar en la estación de policía me agoto.

—Mateo —me tenso al escuchar esa voz.

—Vaya, al fin te dignas aparecer —otra voz.

Esto debe ser un producto de mi maldita cabeza.

—Hijo… —esta vez es la voz de mamá—. Ven.

Mi mirada queda fija en las escaleras, no volteo para el lado de la sala, porque sencillamente no me parece bien comprobar lo que no quiero que esté sucediendo.

—¿Qué?, ¿ahora eres un niño especial o por qué no volteas? —De nuevo la voz del padre de quien hizo parte de mi creación.

Me giro sobre mis talones y la rabia empieza a crecer en mí con tan solo verlo. Mamá está sentada lejos de ellos y al lado de ella, están mis hermanos, por otro lado, mis dos tías —quienes vendrían a ser las menores—, están sentadas juntas. Mi abuela está al pie junto al papá de Alfredo.

—¿Qué hacen ustedes acá? —pregunto, aprieto mis puños a los costados de mis piernas.

Lo odio.

Odio todo lo que tenga que ver con ese señor, y una de esas cosas que más odio, es su familia.

—Venimos a ver que desastre armaste y si ya recapacitaste sobre lo que hiciste —responde el abuelo—¿Ya le pediste perdón a tu padre?

—¿Por qué tendría que hacerlo?

—Mira, mocoso, que tu madre no te haya dado unos buenos golpes por traicionar a tu padre no quita el que te pueda poner esto en la cabeza —señala su bastón—. A mí me hablas bien, Mateo.

—Yo le hablo bien a quien se me da la gana, y usted señor, no es parte ni arte como para que yo le hable bien. No es más que una lagartija que debería estar muerto junto a ese hijo de puto que obligo a nacer —El veneno sorprende a mi familia, pero a él no.

—Ojalá tu padre te hubiera cortado la lengua cuando tuvo la oportunidad o al menos te hubiera dejado paralítico ese día —masculla, caminando hasta donde estoy.

Santiago se levanta al igual que mis hermanos.

Levanta su bastón dispuesto a darme en la cabeza, y quiero reírme. Este es el método que siempre utilizaba con sus hijos, tal vez por eso es que Alfredo está tan enfermo mentalmente.

—Me pones eso en la cara y me vas a conocer —amenazo, pero no acata mis palabras y el dolor de la madera me hace cerrar los ojos y rogar porque mis gafas no se dañen.

—¡¿Quién crees que eres para amenazarme?! —brama.

—Papá, por Dios —habla una de mis tías.

—Tú te callas, que nadie pidió tu opinión.

—Váyase de mi casa —dice mi madre—¡No sé quién es, para venir a golpear a mi hijo! —vocifera.

—Cállate tu, Elena, que no eres más que una puta —Me reincorporo tomando mis gafas del suelo, al mismo tiempo que alcanzo a ver como Santiago se le viene a mi abuelo y todos lo detienen, el dilema es que a él lo sostienen, pero a mí no.

Doy unos pasos sin importarme nada y de todo lo que me enseñó Jared, cierro mi mano en un puño y va directo a su cara, haciendo que se caiga al piso y su familia jadee de la incredulidad.

—No eres nadie para ponerme una mano —hablo entre dientes. Mi respiración es un completo caos.

Pablo se hace a mi lado, conteniéndome.

—Largo de acá —les dice Santiago—. No entiendo su propósito de haber venido, les recuerdo que no estamos obligados a ver a Alfredo.



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En el texto hay: secretos, vecinos, chico nerd y chica popular

Editado: 24.12.2021

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