Mateo.
He estado tentado a llamarla y dar el paso a que las cosas se solucionen, pero no sé para dónde se fue mi valentía en estos momentos. Cuatro días después y seguimos sin hablarnos, la he visto en la universidad y sé por Aitana —A quien todavía le doy clases—, que ha estado triste, sin embargo, se ha intentado animar saliendo con sus amigos. Me dio alivio saber eso, aunque el precio de eso fueron las acusaciones de esa gemela queriendo saber que le hice a su hermana.
Lo que sí me llamó algo el día que estuve allí fue como el señor Jones, decidió no discutir con Aina más con respecto a lo de la habitación de Lila y creo que fue lo mejor. Él es el que se puede llevar sorpresas al entrar a ese cuarto, donde ella guarda tantas cosas, y más que cosas, secretos.
—Una pizza de cuatro quesos y una Coca-Cola —ordena un chico, anoto y pongo el papel en la cocina encima del mesón donde los que organizan la pizza miran el pedido.
El lugar es grande y es bastante movido, en especial en las tardes donde al parecer a todos les da pereza cocinar. Con unas veinte mesas de diferente número de sillas, el piso de madera y las paredes tienen el logo de la tienda lo que hace combinar entre los tonos de rojo, café y azul. Las siguientes órdenes llegan y trato de ser lo más simpático, que se reduce a decir: Buenas tardes, ¿qué desea? Es suficiente.
—Encargate de cerrar —me pasa las llaves—. Gracias, Mateo.
Todos se van dejándome limpiando las mesas y el piso. Una silla tiene un chicle pegado en el asiento y arrugando el entrecejo, voy a la cocina y tomo una espátula para tratar de zafarlo. No comprendo cómo es que las personas son tan descuidadas o no, sencillamente odiosas, ese chicle lo podía haber utilizado el bote de la basura, porque para eso existen, para botar en la basura.
La campana de la puerta suena.
—Lo siento, ya no hay servicio —digo, levantándome del piso.
—¿No le guardaste ni un trozo a tu hermano mayor? —Arrugo la boca en respuesta—. Lo tomaré como un no.
—¿Qué haces acá? Ya esta tarde, deberías estar en casa —tomo el trapero y estrego el piso.
—Hace mucho que no te vemos, apenas y sabemos que vives con el amigo ese tuyo. Mamá está preocupada y encima con ese embarazo parece que en cualquier momento le da algo —alega.
—Si, dile que deje de llamar que no le voy a contestar.
—¿Qué hizo mamá exactamente para que hayas tomado esta decisión? —inquiere, sentándose en una mesa cerca.
—Santiago, sabes como soy, lo que indica que no te voy a decir y es por el bien de todos —dejo el trapero a un lado y me fijo en él—. No estoy seguro si ella está involucrada en algo con respecto al día que se murió la mamá de las chicas.
—Mateo, sé que esto de papá se presta para muchas cosas, pero mamá en ese entonces no sabía nada de ellos.
—Puede que sí, puede que no. Es lo que quiero saber. Lo que sí estoy seguro es que mamá no llegó a trabajar donde Mark solo porque sí. ¿No te parece raro que a su simple secretaria le comprara una casa? —enarco una ceja—. El señor Jones podrá tener recursos, sabemos que ellas no viven ninguna necesidad, pero no implica que le regale dinero así como así.
—Me lo vas a decir cuando lo sepas —advierte—. Hoy fue a comprar ropa para el bebé, compró de ambos sexos porque no quiere saber el sexo hasta que nazca —comenta, mientras continúo con mi trabajo—. Mar la acompañó, parecían locas comprando.
—¿Cuánto falta para que nazca?
Si, soy muy malo con las fechas y las cuentas de ese aspecto.
—Unas semanas. Está en la última etapa del embarazo.
—Debe estar feliz —murmuro.
—Lo esta.
Ella no es una mala madre, es todo lo contrario. Siempre fue cariñosa, y a mí me entendía en los momentos que prefería callar, me cuidaba cuando mentía de moretones que tenía en los brazos por papá diciéndole que me había caído, nunca me hizo a un lado cuando no tenía amigos y ni se avergonzaba de mí. Tengo muchas que agradecerle, por eso, sé que ese nacimiento lo único que le va a traer es una recompensa. Lo que no me gusta es que sea con Mark, porque si mi sospecha es cierta ese bebé no llegó solo porque ambos no se cuidaron.
El sonido del teléfono suena haciendo que camine al mesón donde lo dejé, ruedo los ojos al ver que es Jared.
—¿Quién es?
—No seas chismoso —gruño—. Deben saber que el hombre que tiene nuestro apellido contrató un abogado, ese que vivía en Manhattan y tiene una hija. Están buscando la manera de quitarle la casa a Elena.
—¿Cómo sabes? —Me debato entre decirle o no, ya Jana no tiene importancia.
—Su hija fue mi novia a los diecisiete —susurro. Decir esto ya es mucho avance para una hermandad distante que ambos tenemos.
—Tú… ¿Tuviste novia? —pregunta, incrédulo.
—¿No puedo?
—¿Quién quería al Mateo de esa época? No me lo tomes a mal —Esas palabras lo hacen peor—, pero es que eres complicado, Mateo. Que lo recuerde en ese momento nunca salías ni nada. Las palabras que cruzabas con nosotros eran las mínimas.
—¿Y? —indago molesto—. Yo también podía tener novia. Y eso no viene al caso, acá es que también estoy buscando alguien que nos ayude con todo lo de la casa y el divorcio de ambos.