Sofía.
Un nudo en mi pecho me hace querer encontrar la manera de ayudarlo, de decirle que no sé qué le está pasando, pero todo va a estar bien. No sé sostener a las personas, no tengo idea de cómo hacerlo con alguien que no me dice que le pasa.
Está llorando sin emitir un sonido en mi hombro, estamos en la calle, al frente del árbol mientras ambos estamos arrodillados en el piso. Para empezar, no es una buena posición y mis piernas están ardiendo. Lo otro es que no sé qué decirle, ¿estás bien? Claramente no lo está, ¿podemos hablar? No es el momento de solucionar lo nuestro.
—Mateo, dime que te pasa, quiero ayudarte —pido.
Tengo frío, por lo que estoy levemente temblando. Trato de repasar si vi algo raro en estos días que no nos hablamos, lo único que podría decir es él hablando con Jana —cosa que me tiene muy molesta—, pero de resto hizo casi las mismas cosas. Porque sí, estuve muy pendiente de eso y me molesto horrible.
—Sé que no confías en mí —digo lo que acaba de decirme, que si me lastimo el ego—. Pero estas llorando y tú no eres así, ¿qué tengo que hacer para que lo hagas? Ni he hecho nada malo en la vida.
—Una vez Jana me convenció de ir a una fiesta, llevábamos unos cinco meses saliendo, pero no había pasado la gran cosa porque así soy yo —Se sorbe la nariz—. Algo les echaron a nuestras bebidas, lo sentí cuando empecé a sentirme mareado y Jana estaba algo descontrolada. No recuerdo bien lo que pasó, pero recuerdo un cuarto oscuro y alguien encima de mí y frotándose. No era Jana, era otra persona, pero nunca supe quién.
Paralizada.
¿Al intentar yo…? Oh no.
—Perdón —los aprieto a mi pecho, entendiendo muchas cosas y sintiéndome culpable de otra—. Yo… Mateo, yo no lo sabía…
—Jamás intentes forzar a alguien, Sofía. Al igual que cuando pasa con ustedes se siente como si estuvieran quitando una parte muy importante de ti—la profundidad y seriedad de su tono de voz me hace saber que no le gusta hablar de esto.
Nunca lo he pensado realmente, pero a Mateo lo han destruido de muchas maneras y necesito aprender ayudarlo. De nada sirve que solo no le pregunte, porque es mentira que el tiempo cura todo. A mi me sigue doliendo la muerte de mi madre y han pasado siete años desde aquel evento. Mateo es joven y siento que lo que sea que haya vivido es lo que lo hace una persona tan fría, tan cortante y alguien que tiene independencia de las personas. Porque sí, puede estar acá abrazado a mí mientras llora, pero Mateo es quien lidia todo solo y no teme a la soledad, o por lo menos lo percibo de esa manera.
—¿Esos recuerdos vinieron a ti y por eso estás así? —murmuro, sintiendo mis mejillas mojadas.
Niega y simplemente no responde. Mis piernas tiemblan y caigo lo que resta en el piso de culo. Me permito estirar las piernas y él hace lo mismo, desviando la mirada a sus zapatos.
—Eres algo como el hemisferio —murmuro, llamando su atención—. Supongo que sabes qué es.
—Son divisiones de la tierra, está el sur y el norte, además de que la mitad de ambos viene siendo la línea del ecuador —explica, sonrío pensé que tal vez no lo recordaba—. El hemisferio norte tiene más masa de tierra y el hemisferio sur tiene más en fracción de océanos —se quita los lentes para limpiarse la cara.
—Bueno, pues en ocasiones puedes ser como alguno de esos dos hemisferios.
—¿Por?
—Tengo la explicación en mi cabeza —le quito importancia—. Así como tú tienes la explicación de Ricitos de Oro, pero yo tampoco he recibido respuesta.
—Eso trampa, no sacas el tema de la nada y luego no me das una explicación —se queja, levantándose y dándome la mano para que yo también lo haga.
—Si te dije, no como querías —me defiendo. Una mueca de tristeza cruza de nuevo por su cara, pero es algo que no me ha dicho. ¿Qué lo puede tener así? —. Mateo, ¿estamos bien? —me muerdo el labio—. Lo siento, perdón por actuar así, sé que no estuvo bien lo que hice solo me frustra, Mateo. Suelo recibir las respuestas que quiero cada vez que pregunto algo, mi vida siempre ha sido así. No estoy acostumbrada a no que las personas no sean sinceras.
—Es un poco hipócrita de tu parte, ¿no lo crees? —hace una pausa—. Sofía, tú también ocultas cosas. Cuando vamos de compras y me preguntas que, si se te ve bien y recibes solo un asentamiento de cabeza, en tu cara se nota la molestia y pese a eso nunca lo dices en voz alta. Nunca me has dicho que te diga una respuesta concreta —Abro la boca para replicar—. Ese es solo un pequeño ejemplo.
—¡Porque es lo mejor!
—Sofía, porque me digas que te dé una respuesta no me voy a enojar. El punto es ese, a ti te molestan muchas cosas y aún así no las dices. Es allí cuando te digo que no me digas que tengo que decir todo, cuando tú tampoco lo haces —Se sacude los brazos—. Estamos bien, es solo un tropezón de muchos, Ricitos. Solo, por favor, no vuelvas a hacer eso. Hay cosas que no se olvidan de la noche a la mañana.
—¿Has… quizás ir a terapia? —pregunto.
Aina está asintiendo algunas veces a la semana, por todo lo de sus emociones. Le ha ayudado a soltarse en muchas cuestiones, además de entender que no ha sido su culpa todo lo que pasó con Gustavo. Ahora, puede que esto ayude a Mateo, que lo ayuden a olvidar o lo que sea que ellos hagan.