Yo te quiero.

25. Tranquilidad.

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Sofía.

Lo convencí y lo hizo, vino con nosotros a unas cabañas a las afueras de la ciudad. Lo que no me imaginaba es que cuando me ofrecí que Mar viniera en este auto con Austin, Mateo y yo, no iba a parar de hablar y que a su vez Mateo se pusiera audífonos para ignorarla. En las sillas de atrás Austin trata de distraerse con ella a lo que Mar no tiene problemas.

No sé por qué exactamente le dije a Santiago que podía invitarla. No me cae bien —Por su manera de ser y sus comentarios—, sin embargo, he visto cómo se comporta con Santiago y se me hace que es una chica que solo no es buena socializando y busca la manera de hacerlo. No la puedo culpar por eso. Yo sigo tratando de encajar en los escenarios donde no conozco a ninguna persona, creo que por eso en clases solo tengo a Enzo y en mi vida diaria tenía a Grace. Todos en algún punto necesitamos compañía y siento que ella lo pide a gritos.

—¿Nunca habías salido de la ciudad? —indago.

Ella se asoma más al centro y niega.

—No, las únicas calles que he recorrido a lo largo de este tiempo son las de San Diego —explica, llevándose su cabello atrás—. Mi familia es de esa zona y no es extremadamente rica como ustedes.

—No somos ricos —digo, extrañada por su comentario—. Papá tiene la organizadora de eventos y con eso prácticamente vivimos, no es que le vaya mal, pero sigue siendo pequeña.

—La familia de tu mamá es la dueña del vino que se toma en las grandes casas o en mi caso, solo en navidad —se encoge de hombros—. No puedes decir que no están llenos de dinero.

—Yo creo que viven cómodamente —agrega Austin—. Si fueran ricos, vivirían en una casa gigante, con una fuente en la mitad del patio y con una casa de muchas habitaciones.

Eso me hace reír. Volteo a ver a Mateo leyendo el libro que tiene en sus manos. Todavía me sorprende cómo es que puede ignorar el hecho que hayan personas y pueda interactuar con ellas, o por lo menos con el hermano que no había visto en días.

—¿Qué estás leyendo? —pregunta Mar, inclinando más su cabeza hasta tenerla debajo de mi codo. Mateo no contesta, por lo que lo mueve del codo haciendo que un resoplido se le escape.

—¿Qué quieres? —pregunta mordaz.

—¿Qué lees, Mateo? —Ni con la actitud de Mateo, ella deja de sonreír.

—Una historia que nunca creo que hayas leído en tu vida —sisea.

Mar no se da por vencida y levanta la tapa de adelante para ver el título. Tanteo mi mirada tanto al frente para seguir el auto de Santiago como para ver que está haciendo ella y cómo reacciona Mateo.

—Esta es buena. Solo que no me gusta cuando ella queda embarazada y eso soluciona la relación que tienen. Así no funciona. Primero los hombres nunca regresan y lo otro es que ella se cree lo último del planeta para pensar que él siempre va a volver a ella. Tampoco me gusta que se muera el abuelo y que sea él quien mate a la científica —Una vena en el cuello de Mateo sal y me preocupo. Mar lo mira como si eso fuera suficiente para llamar su atención—. ¿Te falta mucho para terminar?

—Mar… —le dice Austin, jalandola del brazo para que se siente bien en su puesto

—Cuando te pregunte sobre algún libro, me puedes contestar todo lo que se te dé la gana. Y ahora no te metas en lo que no te importa y a la próxima que me digas algo sobre lo que no he leído, nos vamos a llevar incluso peor.

—Pero por qué, solo dije algo importante del libro del cual podríamos discutir.

—Porque no me nace hablar contigo y deja de hacerte la tonta de que no sabes —masculla, lanzándole de sus miradas indiferentes. Mar hace caso a Austin y se sienta bien en la silla—. ¿Falta mucho para llegar? —me pregunta sin verme.

—Unos veinte minutos.

Al llegar el calor azota mi cara. La cabaña es pequeña, la alquilamos para este fin de semana. Tiene paneles de troncos, el marco de la puerta es de las pesadas; lo que la hace segura, las ventanas consisten en dos en forma de triángulo. Es solo un piso con tres habitaciones. Decidimos que era barato y que apenas para poder estar todos, así fueran algo apretados.

—¡Santi! —Al bajarnos, Mar es la primera en lanzarse en los brazos de Santiago.

—¿Creen qué me queme mucho? —pregunta Aitana. No se quería venir con nosotros porque Mar estaba, sin embargo, la convencí para que se desestresará—. Ya de por si mi piel es morena.

—No tanto —la repara Mar—. Creo que más morena te verías mejor.

Nadie agrega nada más. Caminamos hasta la cabaña en la cual entramos y tal como parecía en las fotos, se ve organizada.

—Bueno, organicemos las cosas y salgamos a disfrutar del resto del día —dice Santiago, tomando su mochila e ir a la última habitación, a la cual también sigue Mar.

—Me parece —concuerda Pablo, que no tiene nada de ganas de hablar y su falta de actitud nos lo indica. 

No hemos hablado de cómo acomodarnos, pero supongo que yo comparto habitación con Aitana, Mateo con Austin y Santiago tendría que estar con Pablo, lo que dejaría que nos toque ver dónde va a dormir Mar. Aina se negó a venir, alegando que tenía muchas cosas que hacer —Las cuales no quiso decir—, y Pablo aceptó cuando supo que Aina no iba a venir. Su situación está igual que con Aitana y Austin al principio, aunque con la diferencia que sé que si estos dos se ven no se van a odiar, sencillamente a observar desde la distancia y podrían lastimarlos más.




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