Sofía.
Luego de un buen fin de semana, me preparo para lo que requiere está semana. Porque al parecer todo cayó en este mes o por lo menos, dos fechas importantes. Mi primer año de noviazgo y el lanzamiento del producto en la empresa.
Le pedí a mi tío que me diera el día de hoy para poderme arreglar tranquila para la cita con Mateo. Lo que llevó a que me dijera que es mi único día libre de la semana, los otros serán algo pesados por todo lo que hay que hacer. De lo cual no me puedo quejar.
—Quién diría que mi niña cumple un año con su novio —dice papá, desde la entrada del baño—. Hubiera sido mejor meterlas a un colegio de monjas para que todas le hubieran tomado bronca a los hombres —arruga los labios.
—En cualquier caso, te hubiéramos traído una novia —me rio.
Termino de aplicar la crema hidratante, antes de proceder a los demás productos.
—Papá, ¿ya hablaste con Elena? —pregunto. En el espejo veo la cara que hace, que solo me dice que sigue frustrado.
—No, pero lo pienso hacer mañana —suspira—. Voy a ver en qué puedo ayudarla con lo de la casa y con esos señores. Son insoportables por lo que he podido notar.
—Los chicos estaban que se quejaban este fin de semana de ellos. Las tías mantienen ayudando en la cocina, la abuela se la pasa tejiendo en la sala y ese señor, metiéndose en toda la casa sin importarle la privacidad de los chicos.
—De por sí es difícil vivir con alguien ajeno al núcleo familiar, creo que nos pasaría si viviéramos con mis padres —explica—. Pero siento que este señor no hace más que hacerles todo muy complicado.
—Esperar a ver qué pasa con ellos.
Termino con los polvos y me aplico el rímel, haciendo que mis cortas pestañas resalten. A veces que me miro al espejo parece que no tuviera por el tono claro que tienen, por eso cuando me aplico o utilizo el encrespador se me ven más bonitas.
—Bie, tengo una pregunta —dejo las cosas en el lavado y me giro a verlo—. ¿Qué le está pasando a Aina? Ha estado sin ganas de comer y se la pasa encerrada en su habitación. No he querido preguntarle directamente porque no quiero que me vea como un metido en sus cosas, sabes que me gusta darles su espacio —Asiento—. Pero no está como siempre y me preocupa.
—Creo que a Aina le haría falta hablar contigo, papá. Tal vez puedas darle un consejo sobre lo que le pasa —me encojo de hombros—. Sabes que con las palabras indicadas Nia puede confiar en su familia.
Un rato después, me despido de todos y tomo el auto para ir a recogerlo. Hoy tenía turno hasta las seis por lo que se supone que hace una hora debió salir. No lo he llamado para confirmar, pero al ver que no tengo mensajes lo tomo como que él puede.
Al llegar, me aseguro de ver donde puedo estacionar el auto y que no me vayan a multar —Todavía le sigo debiendo a Mateo, como para pedirle más dinero para pagar una multa—. Me bajo recogiendo mis cosas y subo hasta su departamento, toco la puerta y a los minutos es abierta por Jared, el cual no está en las mejores pintas para recibirme.
—Que elegancia la de Francia —alza las cejas mirándome de arriba abajo—. Muy bien, Sofía. Hoy terminas de matar a Mateo.
—¡Jared! —chillo, avergonzada—. ¿Puedes ponerte una camisa? —señalo su torso desnudo—. El único torso que me apetece ver es el de Mateo.
Emboza una sonrisa de maldad, antes de girar su cabeza de lado.
—¡Mateo, no aplanches la camisa que Sofía te la va a quitar con los dientes, entonces da la misma! —ahogo un grito, golpeando con la punta de mi piel su pantorrilla—. ¡Que te apures!
—Estoy a una sola habitación, no necesitas gritar para que los vecinos se enteren —masculla, desde el pasillo—. No quiero tener que lidiar con ropa en el pasillo cuando llegue, Jared —amenaza, apareciendo en mi campo de visión.
—Es bueno ver unas bragas de vez en cuando —bufa, a lo que se gira a verme como si acabara de decir algo malo—. Perdón, esto no aplica para él. Mateo jamás haría algo como eso.
—Ya, dame permiso para irme —le da un leve empujón, antes de tomar mi mano y arrastrarme por las escaleras sin saludarme.
—¡Les permito que se porten mal!
Me rio por las tonterías de Jared.
Al estar ya al frente del edificio, suspira antes de girarse y posar sus manos en mis hombros.
—Feliz aniversario, Ricitos de oro —llevo mis manos para acomodar sus gafas que tiene en la mitad de la nariz—. Vamos a ver que nos sale está vez.
—Feliz aniversario, Ye… —me callo, al notar que ese apodo lo hace sentir mal y que necesito de nuevo encontrar uno para él—, novio.
Entrelazo nuestros dedos para ir hasta donde deje el auto, abro la puerta del copiloto para él, lo que hace que ruede los ojos, pero una pequeña sonrisa cruce por su rostro. Rodeo el auto antes de abrir la puerta para subirme.
—¿Vamos a ir al mismo lugar? —indaga, abrochándose el cinturón.
—Soy de las que les gusta que los lugares representen algo importante. Mi cumpleaños siempre lo celebramos en el mismo restaurante y sabes el motivo. Por eso, pido que vayamos a ese lugar, además tienes que cumplir tus palabras.
— Acepto. Enciende este auto —Sonriendo lo hago y nos dirijo a ese lugar.