Yo te quiero.

27. Decepción.

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Mateo.

—No entiendo el motivo de la reunión —les digo, tomando asiento—. Nos vimos el fin de semana.

—Disimula un poco que no te agrada vernos —añade Pablo, rodando los ojos—. Uno en casa pensando que tal vez nos has extrañado, pero no.

—Mateo, necesito de tu amor y solo recibo tus desprecios —musita Austin, fingiendo que se limpia una lágrima—. ¿Podemos pedir algo de tomar? Estoy que me muero de sed y tengo un poco de hambre.

—¿Vas a pagar? —indaga Santiago, sospechando las intenciones del menor.

—Claro que no. Lo hará alguno de ustedes dos, ya que trabajan —responde.

Los vi hace tres días, eso quiere decir que todavía no hay tiempo para extrañarnos. Lo que me lleva a pensar que esta reunión de hermanos trae algo más, pero para llevar la fiesta en paz, ordeno algo de tomar y de comer, al igual que ellos.

—Me voy para Chicago en dos semanas —informa Pablo. Frunzo el ceño. No tenemos familias, conocidos ni nada en esa ciudad—. Voy a estudiar música.

—Podrías estudiar acá, hasta en los Ángeles o en cualquier parte de California, ¿por qué hasta ese lugar?

—Porque lo necesito. No he tenido buenas semanas, Mateo —Por la rapidez con la que habla, se ve agobiado y eso me hace preguntarme de qué me perdí en estos días además de que terminó con Aina—. Lo que Julis, lo de Enge y todo lo que ha pasado en casa. Quiero empezar a tomarme las cosas que quiero en serio, me gusta la música y voy a desarrollarla como es. Solo que, para poder hacerlo, debo irme un poco lejos. No le he dicho a mamá, solo a ustedes y quiero contar con su apoyo.

De encontrarle la lógica a lo que dice, realmente no. Sin embargo, cuando nos vinimos de Nueva York, lo hicimos para iniciar lejos de Alfredo, entonces por ese lado puedo ponerme en sus zapatos.

—Eso por parte de Pablo —concluye Austin—. Ya sé que voy a estudiar —Por la cara de mis hermanos, deduzco que está noticia también es nueva para ellos—. Por favor, se calman y no me van a salir con reclamos —aclara, como si fuera un secreto de estado—. Periodismo deportivo —menea las manos como en jazz.

—¿Eso era secreto? —pregunta Pablo—. Tu ya lo habías dicho. Creo que los tres lo dábamos por hecho.

—¡Deberían por lo menos fingir sorpresa! —reclama, cruzándose de brazos.

—Me pregunto cuando dejarás de ser tonto.

—Estoy seguro que no tienes mucha cara para decirle eso, Pablo —añade el mayor—. Bueno, ya pasaron los avisos parroquiales. Debemos decirte algo importante —me dice—. Estuvimos donde Alfredo está mañana.

Desvío la mirada a la ventana. Todo lo que tenga que ver con ese hombre me causa estragos.

>> Es insoportable vivir con ellos, Mateo. Si ellos no se van, nos va a tocar ir a pagar alquiler. Tenemos los recursos, ahora trabajo y el señor Mark se ofreció ayudar, también lo que le llega a mamá. Pero no quiero que ganen algo, que todos sabemos que es nuestro —tomo de mi bebida, tapando la mala mueca que esta conversación trae—. Lo vimos y está muy mal.

—Yo lo había visto hace unos meses atrás, ustedes saben —asiento, recordando que fue Austin el que decidió terminar todo lo que tenía que ver con él—. Y esta muy distinto físicamente. Parece que ha estado diez años en ese lugar en vez de poco tiempo.

—Nos prometió hablar con los abuelos para terminar con la idea de la casa —agrega Pablo—. Al parecer hay algo que no nos quiso decir que avala que estaban separados, no se explicó bien, pero eso fue lo que entendí.

—Y acá es donde me dicen que tengo que ir a verlo —finalizo, volviendo a verlos, Santiago asiente.

Nos quedamos en silencio.

Para empezar, detesto a Alfredo tanto como odio a Ava. Para mí ese hombre ni muerto va a cambiar y no me importa de qué clase de familia venga, traumas o qué sé yo. No deja de ser el cómplice en un asesinato. No deja de ser el hombre que me maltrató durante años, porque la culpa no lo dejaba dormir. No deja de ser el hombre que intentó matarme a los dieciséis.

—Él preguntó por ti y pidió que fueras. Esa es su única petición —me dice Austin, metiendo un bocado grande de su pan dulce.

 —No lo puede parecer, pero les tengo aprecio y los quiero—empiezo. Tronando los dedos me recuesto en la silla—. Sin embargo, hay límites y este es uno de ellos. Sé que la están pasando mal en esa casa, también que vivir con ellos es un mierda. Pero si de verdad ese hombre cambió como dicen, no me obligaría a ir solo para que ellos se vayan de casa. No creo en Alfredo, y no tengo problemas con que ustedes lo hagan. No obstante, así como yo me pongo en sus zapatos pido que se pongan en los míos.

—Mateo, no podemos borrar que es nuestro padre —alega Santiago, señalando lo obvio.

—Créeme, lo sé —mascullo—. Porque si hubiera la manera de borrarlo, haría que en la vida jamás me cruzara con un tipo como él.

—Necesitamos que se marchen de casa. Tu ya no vives con nosotros, pero, Mateo, nosotros sí y es horrible.

—Te creo, Austin —asiento, levantándome del puesto—. Voy a ser claro. No voy a ir. No espero que lo entiendan, porque les recuerdo que soy el incomprensible. Tengo mis razones, unas que ustedes no quisieron entender cuando tuvieron la oportunidad.

Sin esperar a que respondan salgo del lugar, lamentando no haber terminado mi bebida.



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En el texto hay: secretos, vecinos, chico nerd y chica popular

Editado: 24.12.2021

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