Santiago.
Por alguna razón, este día se refleja en un día para muchos bonito; el cielo se pinta con un amarillo intenso y ahora en el cementerio se siente el calor. Las gafas de sol, me tapan de él mismo, pero también mis ojos cansados y el reflejo de unos días tan difíciles. El cementerio de Woodland se ve cálido por las personas que llegan a dejar flores y aunque se les ve el dolor, por alguna razón opacan lo que sentimos negativos.
Nos mantenemos callados, escuchando al sacerdote y a algunos familiares llorando.
Tuvimos que viajar hasta New York, para enterrar a papá. No sé si en algún punto de mi vida me imagine este día. Supongo que, al separarnos de él y de nuestra ciudad, esperábamos que mejorará y viviera de la mejor manera. Me da algo de risa saber que desde que pisamos California, las cosas cambiaron para nosotros sin siquiera saberlo o imaginarlo.
Las personas, montando un drama —Porque no son personas que considere que lo apreciaron—, se acercan dejando una flor blanca al frente de la lápida. La abuela no para de llorar en el hombro de una de mis tías y los demás, están con un semblante serio.
Austin y Pablo no emiten o hacen mayor acción, que ver como ponen las rosas. Ambos están procesando esto, sin embargo, siento que tampoco van a llorar delante de todos, quizás lo harán en la soledad de su habitación. El que no vino y se negó totalmente a hacerlo fue Mateo.
—No voy a ir —aseguró—. Tengo mejores cosas que atender que una persona por la que no siento ni lastima.
No lo entiendo del todo, pero tampoco tengo la autoridad de decirle que hacer o que no hacer, Mateo ya no es un niño pequeño y es hora que todos nosotros veamos eso.
El entierro termina y me acerco a dejar una flor, la compre de color amarillo. A muchos no les parece que no sea de color blanco, pero con esto solo quiero decirle a mi padre que descanse y que solo espero que en algún momento de su vida se haya arrepentido de lo que le hizo a Iveth, a Mateo y a todas las personas que dañó.
—No puedo creer que no esté acá —escucho el quejido del abuelo—. ¿No lo pudieron traer a los golpes?
—Acabamos de enterrar a nuestro padre, ten un poco de respeto —defiende Pablo—. Me retiro.
—Yo igual —Con Austin se marchan, bajo la atenta mirada del abuelo.
—Vaya hijos de mierda que tuvo Alfredo, sí solo no se hubiera casado con Elena, ustedes no serían tan dóciles —Me aguanto las ganas de gritarle, me quiero largar y acabar con esto de una vez por todas —. Espero que les adviertas que ahora con más verás, nos mudaremos del todo a esa casa.
—¿Perdón? —pregunto, incrédulo.
—Que nos vamos a establecer, Santiago —advierte—. Y todo por culpa de Mateo, si hubiera tenido los pantalones de ir y ver a su puto padre, las cosas serían diferentes.
—Ya cállate, papá —habla uno de mis tíos, Daniel—. Deja de comportarte como un marica, mamá y mis hermanas tienen deberes acá. Ahora déjate de payasadas y deja a los chicos en paz.
—¡Yo hago lo que se me dé la gana! —brama.
—Estamos en un cementerio, por fa...
—¡Nadie te permitió hablar! —interrumpe a la hermana pequeña de mi padre—. Ahora, acá nadie me desautoriza y tú tampoco, Daniel —señala a mi tío, quien lo ve con gracia. Si hay alguien con pantalones para enfrentar a mi abuelo, es él.
—Creo que se te olvida de quién soy hijo y hermano. No me amenaces, padre —sin esperar respuesta, empieza a caminar, me mira de soslayo y me hace una señal con la cabeza para que lo siga.
Dejando a mi padre, porque el abuelo me produce jaqueca. Empezamos a caminar a la salida, donde veo que mis hermanos ya se marcharon. Nos subimos a su auto viejo y empieza a conducir. La relación con mi tío es muy distante, de igual forma la familia de mi padre se caracteriza por eso. No es que Austin, Pablo y yo seamos muy unidos, pero considero que estamos en los eventos importantes de los unos y los otros.
—Como sea tienen que conseguir el documento que avala que su madre no estuvo casada durante siete años con su padre —frunzo el ceño, se separaron hace unos tres—. Y sí, Alfredo y Elena no estaban casados desde hace mucho tiempo, incluso antes de que se mudaran a California.
—¿Y por qué eso no aparece en los papeles qué muestra el abuelo?
—Porque al parecer están en una notaría, bueno, en realidad no entiendo de esas cosas —Me quedo en silencio pensando, si es mejor pagar un abogado; el cual es bastante costoso, o solo conseguir otro lugar donde vivir. Mi tío se estaciona al frente de una gasolinera, del borde frontal del auto, me entrega un paquete de sobres—. Sabes que Alfredo siempre le envió cartas, pero estás nunca le llegaron. Deberías ver si las lee, quizás ahí esté la solución.
—Gracias.
—Sé que están pasando por cosas difíciles, pero es a ustedes que les toca quitarse el dolor de culo de papá. No los puedo ayudar, porque me voy a los golpes con él y sabes que, después mamá monta el drama al igual que mis hermanas —sale del auto para llenar el tanque y echo mi cabeza atrás.
La situación de mamá me preocupa, no ha querido comer ni dormir bien durante tres días desde lo sucedido. Mateo la cuida en la noche, pero he visto que tampoco ha tratado de acercarse a ella y que sigue tan aparte y esquivo de todo.
Me preocupa lo que pueda pasar con él de ahora en adelante.