Mateo.
—No quiero verlos —repite.
Santiago bufa molesto por su respuesta negativa. Mamá en definitiva no está colaborando para hacer esto pronto. Me quiero largar, los hospitales no me gustan, son a esos lugares a los que entro porque ya no me queda de otra. Su actitud no ayuda a que mi genio esté tranquilo, ya de por sí verla es complicado.
Entiendo que su humor no está bien, lo que pasó nos dejó en shock a todos, pero que se dé de la que no tiene la culpa me parece algo hipócrita. Nadie quería que ese bebé no naciera. Se niega a ver al señor Mark, a las Jones, escasamente ha pedido vernos a nosotros y ya.
Me preocupa es lo deteriorada que se encuentra, como si en cualquier momento estuviera a punto de caer y rendirse. Por esto último es que estoy acá, en otras circunstancias no me hubiera aparecido y aunque eso me haga un autentico idiota, es mejor que venir a sonreír y darle ánimos, sabiendo que ni yo mismo lo siento.
—Esta bien, esta bien —se rinde—. Pero lo de ir a ver un terapeuta no está en discusión.
—No estoy loca —Sus ojos se empañan, la sensibilidad con la que se la pasa es algo natural en todo lo que está enfrentando y al verla así tengo que desviar mi mirada. Odio cuando llora—. Solo quiero que me traigan a mi bebé —rompe en llanto.
Me levanto de una de las sillas disponibles de la habitación y hago el ademán para abrir la puerta, pero Santiago me sostiene del brazo haciendo que pare. Lo miro de soslayo y con sus ojos me lo dice todo. Lo que pasa es que no quiero estar acá, no soy bueno consolando cuando me siento mal y cuando no puedo decir lo que quieren escuchar.
Mamá no va a escuchar que el bebé está en una mejor parte, porque es algo que yo no sé y tampoco está científicamente comprobado; además de que tu cuerpo se queda debajo de la tierra y se descompone. El punto es que, no le puedo decir eso, ¿entonces?
—Ya vengo, voy a ir a tomar algo —me excuso.
Me deja ir, no tan convencido de lo que le dije. Empiezo a caminar por los pasillos y termino en el piso donde está todavía el señor Jones, me detengo a unos metros cuando veo a Sofía saliendo con una de las gemelas —La cual no reconozco de lado—.
Hace unas dos semanas desde que terminamos y sigo sintiendo un sabor amargo.
Ella nunca entenderá muchas cosas, pero la principal es que no se trata de cambiar por ella, se trata de hacerlo por mí. Y el Mateo de antes no hubiera sido capaz con todo. No puedo pretender que yo no tenga cicatrices, porque así las cosas no funcionan. La quiero y aunque Sofía crea todo lo contrario, yo no estaría con una persona solo porque lastima o para experimentar.
Es este tipo de cosas las que evité desde que estuve con Jana. Las relaciones requieren tiempo, y es con lo que no cuento. Y no, no es porque me crea una persona ocupada, pero ahora con lo de saber dónde está Layla; lo cual veo como una prioridad, también ver lo de mi familia y ahora con lo de mamá, no tuve cabeza para nada más.
Le envíe cosas con las gemelas, nunca les dije que le dijeran que yo lo había hecho y en la noche me quedaba despierto muchas horas cuidándola. No se lo dije, porque sinceramente no quería que me agradeciera.
Por lo que cuando fue a mí casa a terminar, lo vi como una buena solución.
Ella quiere atención, alguien que le pregunte siempre como esta y la haga sentir especial. Aunque es especial y aunque me importe, no soy yo quien le va a preguntar eso y la hará sentir de esa forma.
—Mateo —me llaman atrás. Es Mar quien me sonríe, pongo una cara peor al verla—. ¿Vienes a ver a Sofí? —mira encima de mi hombro—. ¡¿Volvieron y no me habías dicho?! —pasa por mi lado y me giro a ver como Aina y ella me miran.
Maldita Mar.
—¿Puedo pasar a verlo? —pregunto en general.
Sofía desvía la mirada y me ignora. Aina me regala una sonrisa incómoda y asiente.
—El doctor le va a dar de alta más tarde —me explica.
Le agradezco y entro a la habitación pasando por la metida de Mar y la que me ignora.
El señor Mark me regala una sonrisa —Deberían dejar de hacer eso, no estoy para que me sonrían—. Está acostado en la cama y tiene unas vendas en su cara y una venda en su mano, su pie también se alcanzó a torcer al tratar de llegar a Sofía en el momento del accidente. Se ve bien, pese a los rechazos de mi madre y de toda esta situación, no se ha dejado vencer.
Algo que siempre he envidiado de esa familia en general, es que posee bases fuertes. Iveth ya no vive, pero fue fuerte —no la conocí, pero lo puedo asegurar—; el señor Mark también lo es porque se dedicó a sus hijas aún cuando estaba pasando por dos perdidas; y aunque ellas siempre han vivido en una burbuja, han pasado por diversas cosas en las que se han tenido que mantener firmes.
—Mateo, buenos días —saluda.
—Vengo hacerle una pregunta —tomo asiento y estiro los brazos por el espaldar del sofá—. Sé que todavía está mal, que ahora lo que más necesita es descanso, pero le aseguro que no me voy a demorar.
—¿Tiene que ver con alguna de mis hijas? —esa pregunta no va para todas en general.
Meneo la cabeza.
—Quiero saber si en algún momento Edward mencionó exactamente como fue para él la noche en la que se murió Iveth —Él frunce el ceño y duda, por lo que me adelanto—. Lo digo porque pasa que ese día fue exactamente como yo lo dije cuando hicieron la investigación. Ahora, ¿por qué había testigos? Esa parte usted también la sabe. Cuando Ava subió al auto el cuerpo de Edward otros dos hombres la ayudaron. Había dinero de por medio, uno que pagó ella.