Mateo.
Aprieto las llaves en mi mano izquierda mientras aguardo al frente de la puerta. Tengo las flores que me dejó Sofía en mi otra mano. ¿Por qué unas rosas rosadas la pondrían feliz?
La puerta se abre haciendo que me aparte de mis pensamientos. Mi madre aparece en mi campo de visión y parpadeo al verla. Está con una sudadera ancha y una licra muy suelta a su cuerpo, tiene los labios secos y si no fuera porque sé que intentó golpearse ella misma hace unos dos días atrás, también pensaría que la golpearon por el gran moretón que tiene en la frente.
Aparto la mirada al sentir un nudo en la garganta.
Es difícil porque es nuestra madre verla de esta manera, pero lo es más cuando tú también tienes tantas cosas que arreglar. Tienes que ponerte por encima de ella —es lo que estoy haciendo y es lo que más me está doliendo—.
—Mamá —musito, volviendo a mirarla.
Ella no quiere la lastima de nadie, solo quiere que el dolor desaparezca.
—Mateo, ¿qué haces acá? —intenta darme una sonrisa, pero falla en el proceso—. Pasa —se hace a un lado.
Al entrar camino hasta la cocina donde pongo las flores en el mesón y empiezo a buscar en los cajones un jarrón para poder colocar las flores. Cuando lo encuentro y lo pongo en agua, me giro para verla en la entrada sin emitir ninguna palabra, solo viendo las flores.
—Las traje para ti.
—Tú nunca harías eso —No, no lo haría. Pero fue consejo de Sofía y dejando a un lado el olor, me pareció un buen inicio para hacer con mi madre.
—No digas nunca. Las personas podemos sorprender —digo inconsciente, hasta que veo la mueca que hace—. Vine a hablar contigo y saber cómo estás. También tengo noticias sobre la cas…
—No quiero saber nada sobre eso —me interrumpe.
—Mamá, si quieres no vayas y quédate acá. Santiago, Pablo y yo intentamos ayudar con todos los gastos. Pero ellos necesitan liberarse de esos señores.
—Ojalá pudiera regresar el tiempo —murmura, mirando hacia la ventana—. Nunca haber aceptado nada.
—Mamá, por favor… —suspiro dejando el jarrón en el mesón, camino a ella y la rodeo con mis brazos. Hace mucho tiempo no la abrazaba—¿Qué sientes?
—Mateo… —se aferra a mi camisa con sus manos y pone su rostro en mi pecho—, me duele el pecho —un llanto se le escapa.
Sofía se convirtió en una persona importante para mí; puesto que su compañía me hace sentir muy bien y me ha enseñado a amar de una manera intensa. Layla es como mi hermana, conozco sus secretos al igual que ella los míos. Mamá entra en la lista de las tres mujeres más importantes para mí. No voy a decir que lo suyo no me duele; porque lo hace tanto que siento el malestar de enojo por todo mi cuerpo. Sin embargo, verla de esa manera me hace replantearme qué fue lo que hicimos para que nuestros caminos se hayan tenido que encontrar con una mujer como Ava Hill.
La culpo, pero no la condeno.
No la condeno por enamorarse de un hombre, que al final se fue por un mal camino y tomó las peores decisiones posibles; no la condeno por no ponerse a ella primero por encima de otras muchas personas; no la condeno por creerle a Ava y no la condeno porque tampoco soy una santa paloma que a lo largo de su vida no ha hecho nada malo.
—Te amo, mami —digo encima de su cabello—. Lo hago sin importar que. Necesito saber que tú también lo haces —suplico.
—Mateo… —dice entre sollozos—. Yo… Te fallé, lo sé y perdón por eso —Se me es difícil entenderle entre sorbos de lágrimas y de mocos.
—Dime por qué nunca me defendiste. No importa que duela. Dime tus razones, mamá.
Necesito saberlo. Sé que no hay suficiente razón y eso no evita que mi pecho duela, pero me hará tratar de entenderla para que al mirarla no sienta como si estuviera viendo a mi enemigo. Quiero seguir viéndola como mi madre, o por lo menos no con el odio que tenía a Alfredo.
—Era muy difícil —Se separa aún sin mirarme—. No supe lo que pasó si no dos meses después. Te veías distinto y apagado, entonces conecte cosas y le reclame a tu papá. No me contestó en su momento, pero en una borrachera llegó y me lo confesó todo —se limpia la cara, que ya tiene roja—. Mateo, cuando me lo dijo me dolió tanto que le revente una botella en las manos. No sé si lo recuerdas —Lo hago. Por eso tenía una cicatriz en el dorso de la mano derecha—. Luego, al mirarte, supe que yo también había sido la causante de ese daño, porque de alguna manera tuve que ver todo lo de la mamá de las chicas. Cuando te pegó la primera vez luego de que yo lo supiera; te vi salir de tu habitación al día siguiente y corriste a mí. Me sonreíste, Mateo —confiesa—. Y con eso me bastó para romperme, pero no lo hice por ti. Y como me negaba a saber que pasaba por tu cabeza y descubrir que tanto daño te habían hecho, preferí quedarme a esperar a que cada vez que él tenía culpa yo te recibiera en mis brazos.
Me trago todo. Y lo hago por su bien.
—Voy a apoyarte. Porque quiero levantarte de la oscuridad, de lo que temes y volver a ver esa sonrisa —me mira—, pero también quiero que entiendas que me sigue doliendo. No te odio y yo jamás podré hacerlo. Pero quiero sanar. Quiero abrir las heridas que todo eso me dejó. Y… No sé si solo sosteniéndote a ti, lo pueda hacer.