Extra– Iveth.
—Mark, no le vas a regalar eso —señalo el gran paquete que tiene en sus manos—. Tenemos cinco hijos, no solo es Edward.
—Amor, pero es que este era de los juguetes que anhelaba que me compraran —su actitud solo me hace negar la cabeza.
—Entonces te lo puedes quedar.
—Ya estoy muy viejo para eso —le pego en el brazo.
Esto de hacer de Papa Noel es un trabajo difícil. En mi vida pensé que levantarme a las dos de la mañana valdría la pena al día siguiente. Lo que, si tengo en claro, esta parte es la peor. Mark y yo siempre hemos quedado en que si tenemos cada uno para comprarle regalo diferente a los cinco lo haremos, si no entre los dos reunimos para sus regalos.
El problema esta en que este año cada uno iba a elegir los cinco regalos para cada uno. Pero ahora viendo lo que les va a dar a las niñas a comparación de Edward, me preocupa. Bien podríamos dejarlo pasar, puesto que ellos están todavía pequeños, pero no, me niego a que mis hijos se sientan mal porque sus padres no son equitativos.
—Ivy, mira que ya estoy cansado y esto de dejarles regalos ya requiere de todo nuestro esfuerzo.
—¡Son nuestros hijos! —chillo.
—Shhh, los vas a despertar —sisea.
Termino convenciéndolo para que vayamos a buscar una tienda de regalos. Algo que agradezco de las fechas de navidad es que están abiertas, porque no faltas los padres irresponsables como nosotros que se esperan a mostrarse los regalos a último momento.
Elegimos uno regalo más adecuado para mi hijo y quedamos en que mi amor se quede con el que le compró a Edward y jueguen ambos. Conozco a mi hijo mayor, cuando obtiene algo mejor siempre saca su egocentrismo. Es algo natural en él, pero siempre he tratado de hacerle entender que no con todas las personas puede ser así.
Al llegar a la tienda de juguetes, tomo dos carritos y uno de ellos se lo paso a él.
—Vas a buscar un mejor regalo para Edward, teniendo en cuenta lo que les diste a las chicas —le digo.
Haciendo un gesto de molestia se marcha por uno de los pasillos de juguetes de niños. Yo también lo hago, pero por otro pasillo. Sofía, mi tercera hija cumple años mañana y siempre obtiene un regalo demás por su cumpleaños. Es una niña hermosa, se parece mucho físicamente a Ava una de mis hermanas mayores. Y si no fuera porque estamos seguras que nació rubia cualquiera pensaría que no la cambiaron cuando nació. Sin embargo, no me molesta que se parezca a ella, al final de cuentas Ava es hermosa y ella lo sabe.
Miro más juguetes y me imagino a mis bebés gemelas con ellos. Aina y Aitana solo tiene seis años, por lo que todo lo que piden en sus cumpleaños son cosas para dañar después de tres días. Así de inquietas son —en especial Aitana—.
Tomo unos vestidos para Sofía de color rosa, pero me quedo entre dos opciones las cuales me encantan y al final no me mido y compro ambos.
Voy a la parte de farmacia que tiene el negocio y compro unos condones para Edward. Mi hijo tiene diecisiete años, lo que implica que sus hormonas estén activas constantemente, pero por experiencia propia tener un hijo a temprana edad es un dolor de cabeza, que prefiero evitárselo. Tengo la suficiente confianza con él, para que en ocasiones me pida dinero para comprarlos, en otras ocasiones me lo pide a mí. Cosa que no me molesta.
La señora me lo entrega junto a unas pastillas para el dolor de cabeza.
Últimamente en casa de mis padres el tema de Ava no para. Mi hermana se fue a otra ciudad tan pronto nacieron las gemelas sin dar explicación alguna. No es como que sea raro, puesto que mi hermana siempre ha tenido sus secretos y misterios. Tampoco es que seamos sus personas favoritas, porque era escaso lo que nos hablaba cuando vivía con mis padres en Napa.
Con las bolsas veo a mi esposo pagando lo que compro, pero me encuentro con una bolsa muy grande. Me acerco a él quien revisa la bolsa y cuando me asomo a ver que trae la cierra de golpe, sorprendido.
—Ivy —exclama, abriendo los ojos de par en par—. Me asustaste, amor.
—¿Qué compraste, cariño? —acaricio su hombro y le regalo una sonrisa fingida—. Muéstramelo.
—Mañana —se me adelanta a salir del lugar.
—Mark Jones, si lo que llevas ahí es más grande que el regalo antes para Edward te mato. Además, recuerda que tu hijo ya no es un niño —gruño.
Deja las bolsas en el carro y sin permiso toma las mías para subirlo. Me toma de la mano, me abre la puerta del coche y me hace subir al asiento. Me cruzo de brazos al tiempo que él rodea el auto y se sube.
—Te voy a matar —aseguro.
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Y claro que lo voy a matar.
Él idiota compro una consola de videojuegos. ¡Si antes no salía de su cuarto ahora menos! Mis hijas lo ven con mucha curiosidad, puesto que además de todo fue el primer regalo a destapar. Ahora se va tener que aguantar las quejas de ellas y no pienso intervenir.
—¡Sigo yo..! —dice alargando la o Sofía—. Yo soy la cumpleañera.
—Esta bien —le dice su padre. Le entrega un paquete no tan pequeño, pero si a diferencia al de Edward.
La rubia empieza a destaparlo con mucha energía hasta que quita todo el papel de regalo y se encuentra con un kit de belleza. Tiene una especie de moñas, maquillaje de niñas, pintauñas —eso no se lo dejare utilizar—, collares y manillas.
—¡Ah! Es hermoso —empieza a dar saltos con su regalo en la mano y va a abrazar a su papá—. Gracias, papi —luego toma el mío y lo empieza a abrir con la misma emoción que el otro.
Mi regalo es uno de los vestidos que en la madrugada compré junto a unos tenis blancos que alumbran cuando caminan y ella nota eso, porque me mira con sus ojos brillando de la sorpresa. Deja las bolsas a un lado y se tira encima de mí.
—Gracias, gracias, gracias, mami —besa mi rostro y yo le hago leves cosquillas.
—Ya paren. Todavía faltamos nosotras —chilla molesta Aitana—. Sigo yo.