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Capítulo 1 | El Halloween pasado

El Halloween pasado no había empezado como una tragedia.

Había hecho frío, pero no lo suficiente como para quedarse en casa. Las hojas ya habían caído de los árboles y se acumulaban en las veredas de Ravenbrook, secas y crujientes bajo los zapatos de quienes caminaban de casa en casa. Las luces de los porches se habían encendido temprano aquella noche, una tras otra, hasta que la calle pareció más acogedora de lo que realmente era. Calabazas decoraban los escalones y las ventanas; algunas estaban talladas con cuidado, otras parecían hechas a último momento, con sonrisas torcidas y ojos desiguales.

Cinco niños habían salido a pedir dulces.

Los habían visto en distintos momentos, en distintas calles. A veces juntos, a veces separados. Un saludo rápido desde el final de una entrada. Una risa que se perdía entre las casas. Nada extraño. Nada que pareciera importante.

Al menos, no entonces.

La primera llamada se hizo cerca de las diez de la noche. Un niño que no había regresado a casa. Al principio nadie se alarmó demasiado. Luego hubo otra llamada. Y otra más. Antes de la medianoche, la palabra desaparecido empezó a pasar de boca en boca, dicha en voz baja por adultos que se detenían en las veredas, demasiado cerca unos de otros, mirando sus teléfonos como si pudieran darles respuestas.

A la mañana siguiente, los cinco nombres estaban en todas partes.

En la oficina del sheriff. En la escuela. En los noticieros locales que repetían las mismas imágenes una y otra vez. La gente se reunía sin darse cuenta, como si el pueblo entero se hubiera puesto de acuerdo para no estar solo. Se decían frases cuidadas, frases que evitaban ir demasiado lejos. Seguro se perdieron. Los chicos se distraen. Van a aparecer.

Y aparecieron.

Cuatro de ellos.

Uno por uno, durante los tres días siguientes.

Los encontraron en lugares que tenían sentido y que no lo tenían al mismo tiempo. Un canal de desagüe cerca del viejo camino del molino. Un cobertizo detrás de una casa que casi nadie recordaba. El borde del bosque, donde los árboles crecían tan juntos que la luz apenas tocaba el suelo.

Los niños estaban cansados. Hambrientos. Extrañamente callados.

Cuando hablaron, no coincidieron en los detalles. No recordaban lo mismo. No se ponían de acuerdo sobre cuánto tiempo había pasado ni sobre cómo habían llegado a esos lugares. Algunos decían que se habían separado por accidente. Otros que estaban seguros de haber seguido el camino correcto.

Nadie supo qué pensar.

La quinta niña nunca apareció.

Su nombre se repitió durante semanas. En carteles pegados en postes de luz. En vitrinas. En cuadernos escolares donde alguien lo había escrito con lápiz, como si eso ayudara a no olvidarlo. Sus padres permanecieron en Ravenbrook más tiempo del que muchos esperaban. Esperaron llamadas que no llegaron. Respuestas que nadie tenía.

Al final, se fueron.

Empacaron sus cosas en silencio y abandonaron el pueblo una mañana gris, sin despedidas ni explicaciones. La casa quedó vacía. Las luces nunca volvieron a encenderse.

Ravenbrook siguió adelante, porque los pueblos pequeños siempre lo hacen.

Pero algo había cambiado.

—Oliver.

La voz lo sacó del recuerdo de golpe.

Levantó la cabeza y se dio cuenta de que estaba mirando su cuaderno sin haber dibujado nada en varios minutos. La profesora estaba de pie frente a su escritorio, con los brazos cruzados y una expresión cansada, más distraída que molesta.

—¿Puedes prestar atención, por favor?

—Sí —dijo él, enderezándose en su asiento.

Alrededor suyo, el aula volvió a existir. El murmullo bajo de sus compañeros. El sonido de una silla moviéndose. El reloj marcando el paso lento del tiempo sobre la pizarra.

La profesora se aclaró la garganta y volvió al frente.

—Como todos saben —dijo—, Halloween es dentro de una semana.

Algunos alumnos reaccionaron de inmediato. Sonrisas. Susurros. Miradas cómplices. Otros apenas levantaron la vista.

—Y también saben —continuó ella, con un tono más serio— que el sheriff ha pedido que se respeten las advertencias de este año. Horarios claros. Grupos. Nada de separarse. No queremos que se repita lo que ocurrió el año pasado.

El aula quedó en silencio por un instante.

Oliver bajó la mirada hacia su cuaderno otra vez.

Las páginas estaban llenas de dibujos antiguos. Casas. Calles. Calabazas. Algunas cosas parecían demasiado familiares, aunque no supo decir por qué.

Halloween estaba cerca.

Y Ravenbrook lo sabía.

—¿En qué estabas pensando?

Oliver levantó la vista. Ethan estaba inclinado sobre su pupitre desde el asiento de atrás, con una ceja arqueada y esa sonrisa inquieta que siempre parecía a medio camino entre una broma y una pregunta seria. A su lado, Lucas apoyaba el mentón en la palma de la mano, observándolo con curiosidad.

—En nada —respondió Oliver, aunque supo que no era del todo cierto.

Lucas fue el primero en mirarle el cuaderno.

—No estabas dibujando —dijo—. Eso sí que es raro.

Oliver cerró el cuaderno despacio, como si al hacerlo pudiera guardar también el pensamiento que lo había distraído.

—Solo me quedé pensando —repitió.

Ethan abrió la boca para decir algo más, pero el sonido estridente de la alarma de fin de clase cortó cualquier intento de seguir la conversación. El timbre llenó el aula con su eco metálico, provocando un movimiento casi inmediato: sillas arrastrándose, mochilas abriéndose, voces que subían de volumen como si alguien hubiera levantado un interruptor invisible.

La profesora levantó las manos para pedir calma, aunque nadie parecía escucharla ya.

Oliver guardó su cuaderno en la mochila y se levantó junto a los otros dos. El aula era como todas las demás del ala este: paredes color crema con marcas de antiguos carteles arrancados, un mapa de Estados Unidos ligeramente torcido sobre la pizarra y ventanas altas por donde entraba una luz opaca de otoño.



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En el texto hay: terror, suspence, suspense y drama

Editado: 20.12.2025

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