Oliver estaba de pie en el bosque.
No era cualquier bosque: reconoció de inmediato los árboles altos y delgados que crecían detrás de la escuela, aquellos que siempre veía desde la reja durante el recreo. En el sueño, el cielo era más oscuro de lo normal, como si estuviera a punto de anochecer, aunque no había sol ni nubes, solo una luz grisácea suspendida en el aire.
Las hojas crujían bajo sus pies.
Avanzó sin saber muy bien por qué, empujado por una sensación extraña en el pecho, una mezcla de curiosidad y nervios. El bosque parecía más grande que en la realidad; los árboles estaban más juntos, y entre ellos se abrían senderos que no recordaba haber visto nunca.
Entonces la escuchó.
—Encuéntrame...
La voz era suave, casi un susurro, pero lo suficientemente clara como para erizarle la piel. Oliver se detuvo en seco.
—¿Hola? —intentó decir, pero su voz salió más baja de lo que esperaba.
No vio a nadie.
Miró a su alrededor, girando lentamente. Los troncos parecían inclinarse ligeramente hacia él, como si escucharan también.
—Encuéntrame... —repitió la voz.
Esta vez sonó más cerca.
—¿Quién eres? —preguntó Oliver, sintiendo cómo el corazón comenzaba a latirle con fuerza.
No hubo respuesta. Solo el sonido del viento atravesando las ramas.
Avanzó un paso más.
Y entonces el bosque cambió.
Las sombras se alargaron de forma antinatural, los árboles parecieron cerrarse a su alrededor, y entre ellos creyó distinguir una figura pequeña, inmóvil, de espaldas.
—Espera —dijo Oliver.
La figura no se movió.
—Encuéntrame...
Oliver dio otro paso... y el suelo desapareció bajo sus pies.
Se despertó sobresaltado.
Oliver se incorporó en la cama, respirando con dificultad. El corazón le golpeaba el pecho como si hubiera corrido durante minutos. La habitación estaba en silencio, iluminada solo por la luz tenue que entraba por la ventana.
Miró a su alrededor.
Todo estaba en su lugar.
Su escritorio. Su cuaderno de dibujos. El póster ligeramente torcido en la pared.
Aun así, tardó unos segundos en convencerse de que estaba despierto.
Se pasó una mano por la cara y respiró hondo. El sueño se desvanecía poco a poco, pero la sensación de la voz seguía ahí, atrapada en algún rincón de su cabeza.
Bajó a desayunar con pasos lentos.
En la cocina, sus padres ya estaban sentados a la mesa. El sonido de la tostadora y el olor a café llenaban el espacio.
—Buenos días —dijo su madre al verlo—. Tienes cara de no haber dormido mucho.
Oliver se sentó y tomó una tostada.
—Tuve un sueño raro.
Su padre levantó la vista.
—¿Ah, sí?
—Estaba en el bosque detrás de la escuela —comenzó Oliver—. Y había una voz... me decía que la encontrara. Pero no podía ver a nadie.
Sus padres se miraron y luego sonrieron.
—A esa edad es normal —dijo su madre con naturalidad—. A veces el cerebro mezcla recuerdos, miedos, cosas que escuchamos.
—Y con Halloween tan cerca —añadió su padre—, es fácil sugestionarse. Sueños raros, pesadillas... nada fuera de lo común.
Oliver asintió, aunque no se sentía del todo convencido.
—Seguro solo fue eso —concluyó su madre—. Come, o llegarás tarde.
El desayuno continuó con normalidad. Hablaron del clima, de la escuela, de cosas pequeñas que no parecían importantes.
Hasta que el timbre sonó.
—Yo abro —dijo Oliver, levantándose de inmediato.
Al abrir la puerta, se encontró con Lucas, sonriendo como siempre, con la mochila colgada de un solo hombro. Detrás de él estaba Ethan, con las manos en los bolsillos y la mirada tranquila, observándolo todo en silencio.
—¡Buenos días! —dijo Lucas—. ¿Listo para sobrevivir a otro día de clases?
—Hola, chicos —saludó la madre de Oliver desde la cocina.
—Buenos días, señora —respondió Lucas con entusiasmo. Ethan solo asintió con la cabeza.
Los tres salieron juntos y comenzaron a caminar hacia la escuela.
—Oigan —dijo Lucas después de unos pasos—, ayer me pasó algo raro.
—¿Qué cosa? —preguntó Oliver.
—Mi muñeco favorito desapareció —respondió Lucas—. Revisé toda mi habitación y nada. Como si se lo hubiera tragado la casa.
Ethan frunció ligeramente el ceño.
—Tal vez lo perdiste.
Lucas se encogió de hombros... y de pronto sonrió.
—O tal vez fueron fantasmas de Halloween.
Alzó las manos y adoptó una pose exageradamente tenebrosa.
—¡Buuuu!
Oliver no pudo evitar sonreír un poco, aunque una parte de él recordó la voz del sueño.
—Seguro aparece —dijo—. Siempre pasa eso.
—Sí —respondió Ethan—. Las cosas no desaparecen así porque sí.
Lucas rió y aceleró el paso.
—Bueno, si no aparece, diré que fue un espíritu del bosque.
Oliver miró a lo lejos, en dirección a la escuela... y más allá, hacia el bosque que se alzaba detrás de ella.
Por alguna razón, el sueño volvió a su mente.
Y la voz también.
—Encuéntrame...
Sin darse cuenta, apretó un poco más fuerte las correas de su mochila mientras seguía caminando junto a sus amigos.
Los tres llegaron a la escuela justo cuando el patio comenzaba a llenarse de estudiantes.
Oliver se detuvo apenas cruzó la reja.
La Ravenbrook Elementary School había cambiado por completo. Donde el día anterior solo había muros grises y pasillos apagados, ahora colgaban guirnaldas de papel negro y naranja, telarañas falsas estiradas entre las barandas y pequeños murciélagos recortados pegados en las ventanas. Un par de calabazas descansaban cerca de la entrada principal, algunas sonrientes, otras con expresiones torcidas que parecían observar a quienes pasaban.
—¿Desde cuándo hicieron todo esto? —preguntó Lucas, con los ojos bien abiertos.
—Ayer no había nada —añadió Ethan, mirando alrededor con atención—. O al menos no tanto.
Oliver recorrió el lugar con la mirada. Le llamó la atención lo rápido que había cambiado todo, como si la escuela hubiera decidido ponerse un disfraz de un día para otro.
Editado: 20.12.2025