—Estoy seguro que nunca has besado a alguien.
—Por supuesto que sí.
—Besar sapos y peces del río no cuentan.
—Tampoco besar gallinas y gatas.
—Entonces admites ser una besucona.
—No más que tú.
—Apuesto que no sabes besar. Por eso solo te besan una vez y te dejan.
—Claro que sí sé.
—¿Y a cuántos has besado para decir que sabes hacerlo?
—Suficientes como para saber que son hombres.
—Lo dudo. Ninguno besa mejor que yo.
—Apuesto que si.
—Dime un nombre y veras como pierdes.
—Owen. Tu hermano besa mejor que cualquiera en este pueblo. Y estoy segura que mejor que tú.
—¿Ah sí?
—Sí.
—¿Cuánto apostamos?
“¿Apostar? ¿Aquí? ¿Ahora? Pero si…”.
—5 centavos a que él es mejor que tú.
Se plantó con las manos en la cintura retandolo. Pero lo que no esperaba es que él se acercara tanto mirándola con furia.
Estaba tan cerca que sentía su aliento. Sin dejarse intimidar dio un paso más.
—Y bien. Espero tengas el dinero en el bolsillo porque no pienso…
Pero los labios suaves de ese chico chocaron contra los suyos. Solo la aplastaba. No se movía mientras seguía manteniéndole el rostro quieto con las manos.
Ella, abrió aún más los ojos por la sorpresa sin poder apartarlo.
Él, seguía ahí con los ojos cerrados asfixiandola con su boca. Intentó empujarlo con todas sus fuerzas pero eso solo hizo que sus labios se separaran para coger aire. Algo que él uso a su favor para tomar su labio superior y mover por primera vez los labios contra los suyos.
Un movimiento que la tomó por sorpresa. Por alguna razón sus mejías ahora estaban calientes y exhaló todo el aire de sus pulmones.
Daniel suspiró mientras acogía su carnoso labio inferior para acariciarlo con suavidad. Poco a poco ella se volvió un ciervo tembloroso en sus manos hasta que le soltó y retrocedió unos pasos.
Se contemplaban sin decir una palabra. Vergüenza y emoción saltaba dentro de cada uno sin querer admitirlo. Daniel estuvo a punto de decir algo pero se contuvo. Dio la vuelta y se marchó dejando atrás a una muy confundida y desorientada chica.