You need a man. (#nanowrimo).

Capítulo 1: La travesía.

—Es inconcebible Belle. ¿Cómo es posible que nos hagas esto? 
—Madre, es mi esposo. Y mi obligación es acompañarlo. Además yo quiero ir. 

 

La señora Starr torció el gesto y volvió a caminar por la habitación mientas los hombres seguían en el despacho. 

 

—Pero es tan lejos. ¿Por qué tiene que ir hasta allá? ¿Acaso no puede seguir aquí, establecerse y trabajar con tu padre? 
—Madre, tú misma lo viste. Imagina cuánto más encontraremos. Eso es beneficioso para todos. 
—Yo estoy de acuerdo con mamá. Es una insensatez. Por todos los cielos Belle. Ir hasta la frontera por una fantasía
—No lo es. El oro es real. Y hay más. 
—Pobre de ti hija mía. Sin nada de lo que hay en esta bella ciudad. Ni tus comodidades. Tanto sacrificio por un sueño — decía con lagrimas en los ojos imaginándose la decadente vida que su hija estaba por vivir si partían hacia la frontera. 
—Eres una mal agradecida Belle. Después de todo lo que nuestro padre ha hecho por ustedes. Por darle a tu marido un trabajo con tal que sigas viviendo decentemente. 
—Bueno. La última palabra la tiene mi esposo y yo pienso apoyarlo. El Señor nos unió para ser una sola carne en las buenas y las malas. 

 

Nellie se levantó molesta de su asiento dejando el bordado en el que trabajaba. No entendía la terquedad de su hermana. Lo atribuía a el demasiado consentimiento por parte de su padre quien siempre le permitía hacer lo que quería, como el haber dejado que se casara con un simple herrero. 

 

Los hombres salieron del despacho y se estrecharon la mano. Las mujeres expectantes intentaron disimular su interés en la decisión final volviendo a sus tareas manuales. 


***


—Oh John. Soy tan feliz.
—¿Lo dices en serio querida?
—Claro que sí. ¿Qué mujer no estaría orgullosa de que su marido encontrara oro en la frontera? 
—Sí. Por fin podré darte todo lo que mereces. Y tú familia podrá sentirse orgullosa. 
—Yo ya lo estoy de ti John. Siempre lo he estado. 
—Gracias. 

 

Se tomaron de la mano frente a la chimenea y sonrieron. 

 

—¿Cuándo partiremos? 
—En dos días. Debemos tomar el primer tren. 
—¿Tardaremos en llegar? 
—Unos doce días nada más. 
—Me pregunto cómo serán esos lugares. Todo el mundo dice que es árido, que hay salvajes indios y esos cuatreros. 
—Bueno, algo es seguro, no es como Nueva York. 
—Pero que más da. Seremos ricos. ¡Ricos! 
—Sí. Muy ricos querida. 
—Terminaré de empacar — dijo entusiasta. Le dio un beso en la mejía a su marido y corrió a la habitación. 

 

John siguió observando el fuego crepitar en la chimenea mientras fumaba su pipa. 

 

“Solo espero y haya suficiente oro” meditó recordando el documento que firmó esa tarde con el banco y su suegro. Palmeó el bolsillo de su chaqueta de corte inglés con un suspiro. 


Le alegraba saber que su esposa, tan joven, hermosa y llena de energía le estuviera apoyando en esa locura. No todas las finas y educadas damas del Este estaban dispuestas a dejarlo todo atrás por irse al temido Oeste. 


Luego de despedirse en el andén del tren, la nueva cruzada comenzó para los Holliday. 
El paisaje fue cambiando a medida que las estaciones de tren estaban cada vez más distantes una de la otra. Las grandes urbes quedaron atrás con sus coches, carruajes, trajes elegantes y delicados sombreros sobre los hermosos y cuidados cabellos de las mujeres. 


En su lugar, los caballos, sombreros, vacas y más personas de piel oscura caminaban a su alrededor. Y no es que la señora Holliday tuviese algún tipo de reproche ante las personas de otro color de piel, pues su padre siempre le enseñó que para Dios todos somos iguales, es solo que no estaba acostumbrada a ver a más de uno. Pues su ciudad natal no era precisamente como Nueva Orleans. 


Cuando las vías del tren terminaron, se hospedaron en un hotel. Ocho días viajando en tren era agotador. 

 

—¿Porqué no lees un poco? Así te distraes. 
—Estoy harta de leer John. Me he leído casi todas mis novelas en el camino. Y este dolor de cabeza solo me hace sentir peor. 
—¿Quieres que vaya por el médico? 
—No. Necesito descansar. ¿Cuánto falta para llegar? 
—Bueno, la diligencia puede tardar dos días como mínimo. Luego habrá que seguir por nuestra cuenta. 
—Oh Dios mío. No puedo más John. No lo lograré. Mi madre tenía razón. He sido una insensata. ¿Cómo pude ser tan infantil en creer que esto solo era una aventura? No. Yo ya no iré.

 

John asintió sin hacerle reproches a su esposa. Tenía razón, el viaje era agotador y aún faltaba la parte más difícil. No podía exigirle seguir. Ella era una mujer que no estaba acostumbrada a esos maltratos. Y ni siquiera podía asegurarle un techo cuando por fin llegaran. El préstamo había sido para pagar su parte de la mina, cada centavo lo invirtió en ello y en el viaje. 




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