You need a man. (#nanowrimo).

Capítulo 3: Como digas Charli.

La maestra llamó la atención de Charlize haciendo sonar su regla contra el pupitre de la niña. 


—Jovencita — urgió con severidad —. Responda. 
—¿Eh? 


Todos los niños comenzaron a reír y su hermana negó con la cabeza demostrando su decepción. 


—Aquí señorita Holliday — indicó la maestra caminando hacia la pizarra y señalando unos números—. ¿Cuatro por ocho?

 
Estaba en un aprieto. Deseaba con ansias salir de la escuela, hacer sus tareas y volver al río para sus clases de cacería. Eran cosas mucho más importantes que las tablas de multiplicar. 


—Cuatro por ocho… 


Mientras buscaba la respuesta en el bordado de su vestido, una voz le susurró: 


—Treinta y dos. Treinta y dos — repitió. 
—Treinta y dos señorita Coffman. 
—Al menos sabe la respuesta. Procure no dormirse el primer día de clases — dijo aquella mujer. 
—Sí señorita Coffman. 


Durante el receso, Charlize, los gemelos Cassidy y otro par de niños estaban bajo el árbol de manzanas junto al riachuelo lanzando piedras. 


—Gracias Owen. Por lo de matemáticas. 
—No fui yo — dijo lanzando una piedra nueva —. Fue él. 
—Oh. Gracias Daniel. 
—Mejor permanece despierta en clase. No siempre vamos a estar pendientes de soplarte las respuestas. 


Charlize frunció el ceño y lanzó con más fuerza la siguiente piedra deseando que aterrizara en la frente de aquél chico. “Si no fuera tan alto” se lamentaba buscando que más lanzar. Pero la altura no era la única diferencia, los gemelos eran dos años mayores que ella. No era impedimento para su amistad pero si para la hora de arreglar ciertos asuntos con los puños. 


Mientras volvían a la escuela, el viento hizo volar su pequeño sombrero. Al instante, Owen corrió a traerlo y dárselo. 


—Toma. 
—Gracias. 


El apuesto chico sonrió y siguió su camino. Owen era físicamente igual a su hermano pero de personalidades tan distintas. Le gustaba que Owen fuera quien más le sonreía sin importar nada. Todo lo contrario a Daniel a quien parecía que le estorbaba su presencia en algunas ocasiones.

 
—No seas tan descuidada niña — escuchó que dijeron a sus espaldas. 


Al darse la vuelta, se encontró justo con quién opacaba la imagen perfecta de Owen. 


—Lo dejaste bajo el árbol con esa piedra extraña. 
—Mi pañuelo. Gracias Daniel. 


Rebuscó en la tela hasta dar con la flecha y respiró con alivio. Tendría que buscar una mejor manera de cuidar ese importe objeto. 


—¿Para qué la guardas? 
—No es asunto tuyo Cassidy. 
—Claro. Solo una niña como tú guarda piedras en sus vestidos. 
—¿Y qué? — dijo plantándose frente a él. 


La verde y cristalina mirada de Daniel sostuvo la suya un momento hasta que sonrió y negó con la cabeza. Le sacudió el cabello despeinando su flequillo. 


—Como digas Charli — dijo antes de entrar.

 
“Charli”. Era el único niño que usaba un diminutivo masculino para su nombre. Siempre le irritó pero ya estaba acostumbrada así que solo le siguió. 


Al salir de la escuela, los gemelos Cassidy montaron en sus respectivos caballos mientras que el resto iba andando hasta el centro del pueblo. 


—Vamos en cambio a la herrería. ¿Quieren que las llevemos? — preguntó Owen montado en su caballo color canela. 
—Sí. Gracias — respondió Ellen con una sonrisa. 


Su hermana puso los ojos en blanco al escucharla pedir ayuda para subir. 


—¿No llevarás a Charlize? — inquirió el jovencito a su hermano menor. 
—Charli prefiere montar sola. 
—Así es. 


Los otros dos los ignoraron. Sabían como eran y que, a pesar de sus diferencias, seguían jugando juntos. 


En la herrería, John preparaba las herraduras nuevas para los caballos de los gemelos. Ellen había ido al almacén por el pedido de cintas nuevas que su madre encargó para los vestidos del próximo baile de invierno. Y Charlize buscaba un clavo de medida adecuada para perforar con cuidado la punta de flecha y convertirla en un colgante. 


—¿Qué haces? — inquirió su padre. 


Charlize se giró escondiendo tras su espalda la flecha y respondió: 


—Nada. 
—Te preguntaré una vez más Charlize. ¿Qué haces? 
—Quiero… Hacer un agujero en algo pequeño. 
—Entonces lo haré yo. 
—No — dijo retrocediendo —. Quiero hacerlo yo. 
—Es mejor que yo lo haga a que tú madre te vea llegar con las uñas negras por un golpe. Y dame eso — habló irritado tomando el pesado maso. 
—Pero yo quiero hacerlo — rogó haciendo sus ojos más dulces posibles. 




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