You need a man. (#nanowrimo).

Capítulo 4: Vestidos negros.

Los invitados seguían disfrutando de la fiesta a excepción de la señora Holliday. 


—Creo que me retiraré un momento a tomar aire — anunció para despedirse del grupo de damas con las que conversaba. 
—Querida. ¿Estas bien? — pregunto su hermana. 
—Sí. Solo necesito un poco de aire fresco. Repentinamente siento la estancia sofocante — decía abanicándose con la mano. 
—¿Por qué no te sientas por aquí? — dijo conduciendo la a una habitación auxiliar —. Pediré que habrán las ventanas. 


La señora Holliday asintió e hizo el intento de sentarse pero la copa que se deslizó de sus manos alertó a su hermana. 


—Iré a buscar a John. 
—No. Déjalo. Ya me pasará. Suele pasarme en casa por el calor pero quizás es que ya no estoy acostumbrada a estas bebidas. 


Nellie le estaba pidiendo a una de las mujeres del servicio que le preparara un té a su hermana cuando esta desfalleció. 


Una pequeña multitud les rodeaba cuando John apareció alzando en brazos a su esposa. Los anfitriones le dieron una habitación de invitados y enviaron a llamar al médico. 


Cuando este hubo salido de atender a los señora Holliday, John inquirió sobre la salud de su esposa. 


—Por ahora le recomiendo que descanse. Todo lo posible. Y…, tendremos que esperar. 
—¿Esperar? 
—Doctor Coock — interfirió Nellie—, ¿Está diciendo que mi hermana…? 
—Lo lamento mucho — dijo el hombre poniéndose su abrigo—. Su corazón se encuentra muy débil. Lo que le he dado solo la ayuda a calmar los ataques. Necesita estar tranquila. Cualquier sobresalto, por muy mínimo que sea, puede ser fatal. 


John asintió y la señora Cashman comenzó a sollozar tomando la mano de su madre, quien había permanecido en silencio. 


—Por ahora está dormida. Sería mejor dejarla hasta que despierte. 
—Entiendo — dijo John asintiendo. 


Luego que la madre y hermana de su esposa entraran a verla, se sentó en un pequeño sillón que había al lado de la cama y tomó la fina mano de su esposa. Seguía dormida y hermosa. No podía creer que ya no la tendría a su lado. 


No se explicaba qué pudo traerle ese mal. Aunque, desde hacía un tiempo, luego de nacer su segunda hija, ella se mostraba cansada por ciertos periodos. Un té y descanso la renovaban. Ahora sabía que en realidad sólo había estado postergando el mal. 


Aquello le dio luz sobre la insistencia por hacer ese viaje. Creía que ya no vería de nuevo a su familia. La conciencia le culpaba por no haberle puesto suficiente atención ni tener los medios para costearle un buen médico en Denver par cuidarla. 


Sumado a ello, el viaje laborioso le agotaron. A penas llegaron hace dos días y ella durmió más de lo acostumbrado. 


—Si tan solo te hubiera dado una vida mejor. Donde no te vieras en la necesidad de trabajar tanto ni preocupaciones — decía entre sollozos. 


Cerró los ojos con fuerza rezando porque ocurriera un milagro. No podía quedarse solo. ¿Cómo sobreviviría a su pérdida? Después de tanto tiempo juntos, si ella se marchaba, la mitad de su ser sería sepultado con ella. La otra mitad…


—Las niñas — dijo sobresaltado. 


Su cuñada Meredith, la menor, se quedó con su Belle mientras el buscaba a sus hijas. 


Ellen dormía en una habitación que amablemente les proporcionaron pero en cuanto a Charlize, nadie podía decir dónde estaba. 


—Esa niña es una desvergonzada. Desaparecer en un momento como este — se quejaba su suegra. 


John decidió ignorarle y a sus comentarios despectivos sobre la crianza de los hijos en lugares inhóspitos y salvajes como la frontera y las ventajas de ser educado en una ciudad del Este. 


—Señor Holliday — habló un jovencito —. Yo vi a su hija. 
—¿Dónde? ¿Dónde está? 
—La dejé atrás en las caballerizas señor. 


Otro padre se habría alarmado al escuchar aquello pero John no. Conocía bien a su hija y entendía muy bien por qué estaba escondida ahí. 


Luego de revisar unos cuantos lugares posibles, encontró a la niña dormida sobre un montón de paja. Sus rizos ya no existían, el vestido un poco sucio y se abrazaba así misma. Enternecido por la escena, se acomodó a su lado y le abrazó con su chaqueta. 


Cerró lo ojos y, con su hija en brazos, pudo sentirse en su hogar de nuevo. 


*** 


—Descuide yerno. Nos encargaremos del funeral — aseguró aquel hombre de edad poniendo una mano sobre su hombro. 
—Se lo agradezco. La verdad no tengo como darle un funeral digno — respondió cabizbajo. 




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