Wolfrock, un grupo de rocas que se ubicaban en la cima de una colina. Más baja que una montaña y más alta que un montículo. Era el punto de límite que dividía la zona donde los Navajo vivían y comenzaban las tierras de los Holliday. Y dentro de las rocas nacía el río que servía como frontera.
Taima decía que los mayores de su tribu llaman a ese lugar: Las fauces del Diablo o del Wendigo.
—Antes de que los blancos vinieran a estas tierras y que los Diné fuéramos tanto como cuántos somos hoy — decía Taima con una voz solemne a la luz de la hoguera que habían hecho pues aún estaba oscuro—, los espíritus se dejaban ver y eran quienes en realidad habitaban estos bosques. Y el Wendigo, junto a otros espíritus malignos, danzaban en noches de luna llena entre esas rocas. Muchos probaban su valentía subiendo hasta la cima retando al espíritu. Pero esos hombres nunca volvían o si lo hacían perdían el juicio, enfermaban y morían.
Aún puede escucharse los tambores y los cantos de los espíritus en las noches de luna. El río se tiñe de plata y el viento lleva sus susurros.
Daniel y Charlize se sacudieron de un escalofríos. Entonces escucharon ruidos en el bosque a sus espaldas. Un grito ahogando por parte de Charlize terminó de asustar a su compañero.
—Parece que han visto a un fantasma — dijo Yahto riendo.
—Por poco — respondió su hermano riendo.
—Ya has contado el cuento. Que mal. Con lo mucho que me gusta.
—Pues yo no diría que nos hemos asustado — habló Daniel—. ¿Verdad? — preguntó a su amiga que estaba demasiado pálida.
—No. No. Solo son cuentos Diné.
—Yo no diría eso — opinó Yahto acercándose a ellos —. Tomen. Los espíritus son reales. Crean o no. Con estos amuletos el Wendigo se alejará y los dejará volver.
Fue hasta en ese momento en que Daniel fue consiente de que mantenía aferrada la mano de Charlize con la suya.
Yahto les entregó un collar con un pequeño saco de cuero atado. Les explicó que llevaban hierbas mágicas y un par de amuletos para su protección.
—¿Todavía quieres ir Charli? — inquirió viendo como la excursión de aventura se estaba convirtiendo en algo de vida o muerte.
—Sí. Quiero ver al Wendigo y dispararle una de estas — dijo tocando la punta de una flecha.
—Si ven a uno no le dispares. El que no sean Diné no significa que no puede odiarlos — advirtió Yahto.
—Entiendo.
—Bueno. Comencemos — apuró Daniel.
Wendigo real o no, quería volver antes del anochecer para no arriesgarse.
—Los esperaremos aquí — dijo Taima —. Ya saben cómo avisarnos si necesitan ayuda.
—Claro — dijo Charlize muy segura dándole un abrazo para ponerse su bolso encima.
—Si lo logran. Se ganarán el respeto hasta de nuestro abuelo — anunció Yahto.
—Con volver me conformaré — dijo Daniel.
—Vamos. No seas cobarde — añadió Charlize tomando su brazo.
Esa sonrisa y su tacto le daban seguridad.
La caminata comenzó al rayar el alba. Por fortuna no había clases mañana Lunes así que podrían quedarse a acampar si querían. De todas formas el señor Holliday había viajado a Denver y volvería hasta el Martes. De manera que dejó a sus hijas en casa de los Cassidy pues no deseaba que quedaran solas por tanto tiempo. Y le pidió expresamente a Daniel que cuidara a Charlize.
Así que todo había ocurrido convenientemente para poder hacer la caminata que tenían planeado desde hace más de una semana.
Se habían marchado temprano mientras aún era de noche y sus hermanos se encargarían de cubrirlos.
El viento comenzó a azotar cuando estuvieron al pie de las rocas. La luz les hacían parecer de color rojo, con líneas finas de círculos crecientes.
—Bien. Casi llegamos — dijo Charlize—. Y por lo que parece aún falta un poco para el medio día.
—Yo tengo hambre. Comamos ya.
—Bien. Saca la comida. Ellen dijo que metió pan de maíz y panecillos.
—Yo no la tengo. Te la dio a ti.
—No. Ella te entregó a ti la bolsa. Búscala.
Daniel así lo hizo pero entonces recordó algo.
—¿Qué?
—Metí la comida en las alforjas— dijo mirando el camino que habían dejado atrás.
—Torpe.
—No es mi culpa. Tú debiste recordarlo.
—Por eso no se le deben confiar los víveres a un hombre — decía negando con la cabeza en gran decepción—. Bueno, vamos. Habrá que cazar algo si no queremos morir de hambre.
—¿Cazar? Pero, ¿No recuerdas lo que dijo Taima? Los espíritus se enfadarían si cazamos animales.
—No lo harán. Los espíritus saben que es para comer y porque mi compañero de viaje fue tan torpe que dejó la comida abajo — refunfuñó preparando su arco.