Luego de la excursión a Wolfrock, el castigo de los cuatro fue impuesto por sus respectivos padres. Sin embargo la sentencia había sido extendida para Daniel y Charlize.
A partir de ese día, por el siguiente mes, Charlize debería ir a trabajar al almacén todos los Sábados y ya no solo dos, además de trabajar los Viernes por la tarde. Sumado a ello, cumpliría sus deberes en casa y ayudar a la señora Cassidy en todo lo que ella necesitase tres tardes a la semana.
De manera que solo le quedaba una tarde libre entre semana y el Domingo. Pero esta era dedicada a limpiar el granero y la tarde del fin de semana, la ocupaba en sus “clases” para aprender a ser una “Dama”. Ya que no tenía permitido salir más que a la escuela o a trabajar, Ellen se encargaba de aplicar los aceites y hierbas que Yahto le preparaba para el cabello. Así que estaba siendo un mes eterno.
Lo único que Charlize temía, era que su padre no la dejara ir el Domingo del baile. Se había estado preparando por semanas e incluso hasta había practicado usar el vestido que su abuela le obsequió.
Por la mañana, marcharon a la iglesia como cualquier otro Domingo. Estaba subiéndose a la carreta, pues el castigo también implicaba no montar hasta que a su padre le viniera en gana dejarla de nuevo, cuando vio a Daniel a lo lejos con su hermano.
Owen llegó corriendo hasta ellas y les saludó.
—Charlize. ¿Y ese milagro que te has recogido el cabello? Te ves bien con el sombrero — dijo sonriéndole.
—Gracias. Es solo que no he querido peinarme esta mañana — respondió susurrándole las palabras.
—Eso no es importante. Siempre te ves bien — dijo el chico de mirada esmeralda —. ¿Vendrán esta noche?
—Eso esperamos — intervino Ellen.
—Todavía estoy castigada — explicó la otra.
Los tres dirigieron la mirada hacia el señor Holliday quien hablaba con un par de vecinos.
—Si vienen, guárdenme una canción. Quiero bailar con ustedes — anunció muy animado. Los dedos de Owen sujetaron los de Charlize provocándole un respingo —. En especial contigo — añadió sonriendo.
Nerviosa por esa extraña manera en que le miraba, buscó a su hermana pero ella ya estaba hablando con otra chica. Un cálido y corto beso en sus nudillos le hizo regresar su atención a Owen.
—Te veré esta noche.
Le vio alejarse para volver al lado de Daniel, este se despidió de Ginna y subieron a sus caballos para marcharse. Tal parece que esa noche sería interesante.
Pero antes, debía asegurarse de poder asistir.
***
—¿Crees que papá nos deje ir? — inquirió Charlize por quinta vez.
Estaban en la sala, cociendo como lo hacían últimamente. Charlize odiaba cocer. Le parecía aburrido y tedioso. Por ello terminaba pinchándose los dedos o repitiendo el trabajo por culpa de las exigencias de Ellen.
—Claro que sí. Ya te lo dije. Y sí no hacemos ni decimos nada al respecto, cuando llegue la hora, no podrá negarse.
Nerviosa miró a través de la ventana a su padre cortando leña. La emoción de asistir al baile se había esfumado. Ahora el saber que vería a Owen después de ese beso y a Daniel luego de lo ocurrido aquel día en Wolfrock, la estaba poniendo ansiosa. De pronto se pinchó un dedo.
—¡AY! No lo se Ellen. Ya no me están dando muchas ganas de ir.
—¿Por qué? Hemos trabajado mucho y dijiste que era por la apuesta. Daniel no te lo dejará pasar si no vas.
—Sí…, pero, no creo que pueda…
—Por supuesto que sí. Confía en mí. Y no te dejaré sola. Ya verás. Quedará impresionado — dijo sonriendo.
Charlize asintió. Su hermana no entendía que ahora no se trataba de solo una apuesta. Ahora era un lío que se enredaba en su estómago y le causaba dolor, además de falta de apetito.
Y todo era por culpa de Daniel y ese estúpido beso en el río. Desde ese día, no había dejado de soñar con el momento y con lo que le pareció fue el segundo intento de un beso. No podía controlar su agitado corazón cuando recordaba cómo se sentía tener sus labios cerca.
Y desde ese día, no se dirigían la palabra. Ni al verse en la herrería y mucho menos en la escuela. De hecho, no se miraban. Charlize sentía que de hacerlo, la vergüenza le invadiría y no sabría que hacer. Y Daniel actuaba igual.
Ella lo atribuía al castigo. De no ser por ella y su ocurrencia de subir a la cima de esas rocas, no habrían escapado de casa, ni se hubiesen enfrentado a un puma, tampoco él tendría un brazo adolorido al volver y no existiría ese recuerdo que ambos compartían como un secreto. Ese beso.
Lo único que lamentaba y un día le reprocharía a Daniel, era que él hubiera sido tan brusco al principio.
No tenía experiencia besando en realidad pero basándose en el beso Benjamin, le parecía que Daniel era más… Salvaje.
No sabía en realidad que esperar, pues no creyó que él la besaría por la apuesta que seguía sin aclararse quién ganó. Sin embargo, haciendo una comparación, concluía en que el beso de Benjamin se había quedado corto, simple y tímido. Todo lo contrario a los labios de Daniel cuando…
—¿En qué estás pensando? — preguntó Ellen.
—¿Eh?
—¿En qué estás pensando?
—En nada — dijo mirando sus dedos.
—¿Ah sí? ¿Y por qué te has puesto roja?
Charlize abrió los ojos pero se contuvo para no mirarla. De ser así su hermana la descubriría.
—En que no me siento capaz.
—Vamos Liz. No te pongas así. No puedo creer lo que dices. Eres capaz de enfrentarte a un puma y no de vestir como toda una señorita, que es lo que somos.
—Son cosas que nunca entenderé Ellen — dijo sonriendo.
Cuando el reloj indicó la hora, ambas se prepararon para preguntarle a su padre si les llevaría con él a la ciudad.
—Papá — habló Ellen al pie de la escalera.
—Dime hija — respondió limpiando su pipa.
—Me preguntaba…, nos preguntamos, si… ¿Será posible que…? Bueno. ¿Podemos ir al baile a la ciudad?
—¿Quieren ir? — preguntó buscando el tabaco.
—Sí. Pero…, solo si tú quieres — intervino su hermana mayor.
John les miró de reojo y encendió su pipa.
—Y, ¿Tienen que ponerse?
—Sí — dijeron ambas.
Su padre asintió y miró el viejo reloj de bolsillo.
—Si se apresuran no llegaremos tan tarde.
Ambas chillaron de emoción y le entregaron un beso para luego salir corriendo a su habitación.
—No me dijiste que tenía que ponerme esto. No podré respirar — se quejaba Charlize al sentir como su hermana le ajustaba las cintas del corsé.
—No exageres. Además es para que te quede mejor el vestido — dijo dando un fuerte tirón.
—No. No puedo. No puedo respirar Ellen. Quítamelo.
Ella eso hizo y se quedó mirando el vestido de su hermana tendido en la cama.
—Bueno. La verdad es que no lo necesitamos. Tenemos la figura ideal — opinó sonriendo.
—Y ahora lo dices. Luego de que casi me matas con eso.
—Bueno. Ya deja de quejarte. Póntelo que se nos hace tarde. Y debo soltarte ese cabello.
—¿Soltarlo? ¿Por qué?
—Porque sí.
—¿Y para eso me peinaste desde anoche?
—Sí. Así te durará más tiempo rizado. Se verá bonito — dijo halando de ella para ponerla en un banco de madera —. Confía en mí. Con todo esto, Daniel Cassidy no solo perderá cualquier apuesta que hayan hecho. No podrá dejar de mirarte. Ya verás.
—¿Y quién dice que esa es mi intención? — le contradijo de mal humor ante los jalones de cabello.
—Como digas Charli — respondió con una risita.
***
El estómago de Charlize hervía como la olla de los frijoles ayer. Solo por que no tenía una tapa metálica en su estómago, nadie escuchaba lo agitadas que estaban sus entrañas.
—Estoy seguro que todos querrán bailar contigo hoy Liz — opinó su padre a su lado en la carreta.
Ella se limitó a sonreírle. El movimiento del transporte solo empeoraba sus nervios e hiperventilaba.
—Incluso ya sabes quién — le susurró su hermana.
—Eso espero — logró decir sonriendo.
Al llegar, su padre les dejó solas pidiéndole a Charlize que tratara de no meterse en problemas por el bien del caro vestido que traía puesto.
—Tranquilo papá. Yo la cuido — aseguró Ellen.
John sonrió y les entregó un beso en la frente a cada una.
Los ojos que se dirigieron a ellas no fueron pocos. Iban desde la administración y la sorpresa hasta la envidia y la incredulidad donde Mary encontró para su propio orgullo, a aquellos vestidos mucho más exquisitos que el suyo.
Ellen tomó a su hermana del brazo y se dirigieron a una mesa donde había bebida. Su maestra, la señora Thomson como le conocían ahora que se había casado, les saludó y admiró la belleza de ambas.
—En especial tú Liz. Estás preciosa.
—Gracias — respondió con un rubor en las mejías.
No estaba acostumbrada a ese tipo de comentarios y atención.
—Hermosas señoritas — saludó una voz familiar.
—Owen. Hola — respondió Ellen entusiasmada.
—¿Liz? ¿Eres tú? — preguntó el chico admirándola de pies a cabeza.
—Eso creo — dijo tocando un rizo de su cabello.
—No. Esta no eres tú. ¿Dónde está mi mejor amiga con sus cabellos sueltos al viento y sus vestidos rotos y llenos de tierra? — decía riendo—. Incluso las botas son nuevas.
Charlize no pudo evitar sonrojarse y esconder sus pies debajo de la falda. Pero Owen y su hermana comenzaron a reír.
—Se ven bellas.
—Gracias — dijeron ambas.
—¿Bailarás con nosotras? — preguntó entusiasta Ellen.
—Por supuesto. Pero nos falta uno — dijo buscando a su hermano.
En ese momento, Daniel se acercó a ellos. Charlize no podía asegurarlo pero le pareció haber visto que le miraba con la boca abierta.
—Ya llegó el que necesitamos para ir a bailar — habló Ellen tomando a Owen del brazo.
El recién llegado saludó y sus ojos se encontraron con los de Charlize.
—¿Ya viste a Liz? Le decía que no parece ella. Pero no te lo tomes a mal Charlize, te ves muy bien.
—M. Podría engañar a quien no la conoce — opinó Daniel sin mirarla.
Los otros dos esperaron la reacción explosiva de la chica pero ella solo sonrió.
—Cierto Daniel. Pero no pretendo engañar a nadie. Solo disfrutar de esta noche.
—Si es que alguien te saca a bailar — refutó en el mismo tono tosco reusándose a mirarla.
Ella estaba por decir algo cuando alguien apareció a su lado.
—Charlize…
—Jeffrey. Hola.
—Ellen. Owen. Daniel — saludó el chico pelirrojo halando del borde de su chaqueta—. Charlize — dijo tomándola con delicadeza del codo para indicarle que se hicieran a un lado.
—¿Sí?
—Me preguntaba si te gustaría bailar.
No creyó que llegaría tan rápido el momento en que le pidieran aquello así que tardó un segundo en responder.
—Entiendo. Lo siento — dijo el chico poniéndose de nuevo el sombrero.
—No. Espera. Sí. Sí quiero bailar contigo. Lo siento.
—¿De veras? Entonces vamos — habló con una deslumbrante sonrisa.
—Va uno — susurró Charlize a Daniel cuando pasó a su lado. Y sonrió al ver el rostro de enfado en su amigo.
Para su sorpresa Jeffrey no fue el único que se acercó a pedir una pieza.
***
Daniel seguía en el mismo sitio que hace más de media hora viendo como todos y cada uno de los chicos de Wickenburg invitaba a bailar a las hermanas Holliday, en especial a Charlize.
Le irritaba verla tan hermosa con ese vestido y no ser él quien estaba bailando a su lado alegremente. Ni siquiera su excusa de distracción estaba presente pues Ginna ya tenía pareja y sinceramente no tenía ánimos para fingir que quería bailar con alguien más que no fuera esa chica de cabello brillante y vestido blanco.
—Cielo, deberías ir a bailar un rato. Llevas una hora aquí. Ya casi me da vergüenza cobrarte los refrescos — dijo la señora Berry.
—Yo diría que soy su mejor cliente — respondió intentando ser amable.
Pero lo cierto era que tampoco estaba de humor como para conversar con los adultos.
Tomó la siguiente botella de refresco y la bebió mirando cómo incluso Owen se divertía con ella. En ese momento se le antojaba que aquel líquido fuera un whisky en lugar que esa bebida dulce.
Pero en realidad no le molestaba que Owen y ella bailarán y se sonrieran. No lo culpaba. Eran amigos cercanos y hoy Charlize estaba deslumbrando a todos con su belleza. Y de todas formas Owen desconocía su… Sus…
Luego vio como el señor Holliday dejó a Ellen en una silla para sacar a bailar a su hija mayor. A estas alturas, tantos giros y movimiento habían alborotado un poco el cabello de ese ángel que era guiada por su padre. Y aún así seguía pareciéndole hermosa. Como siempre le veía.
Un sentimiento de envidia lo sorprendió. Verla con su padre lo hacía desear ser ese hombre. No por su parentesco, más bien por ser aquel a quien ella miraba con tal admiración y cariño. Un sueño que mantenía oculto pues aseguraba que nunca se cumpliría. No para dos como ellos y sus personalidades que solo provocaban tormentas como los rayos y los truenos.
—¿Y esa cara? ¿No vas a bailar? — preguntó su hermano.
Pidió cuatro bebidas mientras tomaba de la suya.
—No tengo ánimos.
Los tenía. Sí. Para bailar con ella. Pero no el valor como para tragarse el orgullo y admitir que se veía mucho más hermosa.
—No parece la de siempre, ¿No lo crees? — dijo mirando a sus amigas.
—No están mal.
—Ellen siempre se ve así pero Liz…, hoy se ve mucho más bella que de lo acostumbrado — dijo con un suspiro—. Y huele tan bien. Como a limón y jazmines. Un aroma diferente y exótico. Como ella. Le queda bien.
Ese comentario tan sincero no se lo esperaba. Notó como su hermano la miraba con una sonrisa extraña y tocaba un objeto pequeño que sacó del bolsillo.
—¿Te importa si bailo de nuevo con ella?
—Da igual. No eres el único haciendo fila — dijo mirando cómo incluso Harry Crawford solicitaba un segundo baile con ella —. Parece que ese chico busca una nariz rota de nuevo.
Owen soltó una carcajada mientras Ellen y su hermana se acercaban a ellos. Les entregó sus bebidas y Owen habló:
—Liz. Antes de que bailes con alguien más, quiero decirte algo. ¿Caminamos?
—Claro — respondió sonriente y tomándolo del brazo.
—¿Qué pasa entre ustedes dos? — inquirió Ellen al estar solos.
—Nada — dijo mirando a aquellos dos marcharse.
—Liz estaba nerviosa por venir. Creí que era por ti pero ahora veo que era por Owen.
Aquella observación solo hizo que su estómago se retorciera.
—A Charli le gusta apostar. Eso es todo.
—¿Y qué hay de ti? ¿No te parece que se ve muy bonita hoy? Estoy tratando de convencerla que se arregle un poco más pero, creo que sí se lo dices tú lo haría.
—¿Por qué lo dices?
—No lo sé. A ti y a papá son los únicos a quienes les hace caso. Bueno, la mayoría de las veces. ¿Quieres bailar?
—Sí.
Ellen sonrió dulcemente como siempre. “Que par de hermanas tan diferentes” pensaba. Estaba acostumbrado a el encanto de Ellen pero la belleza de su hermana lo abrumaba. Le tomó de la mano y se incorporaron al grupo de parejas que disfrutaba de la fiesta.
***
—¿Tienes frío? — le escuchó preguntar.
—No. Gracias.
Se iban alejando poco a poco del bullicio y las luces hasta llegar al pequeño puente que dirigía a la escuela y se detuvieron a contemplar la luna en silencio.
Quizás era la blanca luz que los bañaba o tal vez era la ocasión pero de pronto veía a Owen mucho más apuesto que antes. Con su sombrero oscuro y esa camisa azul que remarcaba bien su cuerpo.
Avergonzada por los pensamientos, desvío la mirada hacia el río.
—¿Ya te he dicho… lo bonita que te ves hoy?
—Creo que sí — respondió con una sonrisa.
Al mirarle, le encontró con el sombrero en las manos y repasando su cabello y sonrió.
—Liz… Eh… Toma. Te traje esto. No había tenido oportunidad de dártelo así que…, me pareció bien hacerlo hoy.
Sintió las manos de Owen tomar la suya y colocar un objeto pequeño y frío en su palma. Se trataba de un broche con la forma de una flor junto con un fino gancho.
—Es de plata así que… no lo pierdas — pidió sonriendo—. Y podrás usarlo en tus vestidos o en el cabello. Me dijeron que ese gancho puede ponerse en las cintas. Y… sé que no está muy bien hecho. Daniel es mejor con estas cosas pero, yo quería intentarlo.
—¿Tú lo hiciste?
—Sí. Para ti.
—Gracias. Gracias Owen. Es hermoso — decía tocando con cuidado su obsequio.
—Me alegro que te guste y… Me… gustaría… darte algo más.
—¿Algo más? Pero esto es demasiado — decía colocando su broche nuevo en su vestido —. Listo. ¿Qué tal se ve? — La forma en que le miraba había cambiado. Como al besarle los nudillos esta mañana.
—Liz —. Le vio respirar profundamente y se acercó un poco más—. ¿Puedo besarte?
Una pregunta bastante irrelevante tomando en cuenta lo cerca que estaba. Sin razón aparente, su corazón se agitó al mirar sus labios. Asintió lentamente y buscó sus ojos antes de continuar.
Automáticamente, su pensamiento trajo a colación a Daniel. Pero la manera en que Owen le besaba lo hacía a un lado. Nunca había sentido algo igual.
Era dulce, pero no tímido. Labios suaves que encajaban perfectamente con los suyos.
Sintió como sus manos acunaban su rostro para luego descender un poco y acariciar la línea de su mandíbula con sus pulgares y terminar en su barbilla.
Un suspiro le hizo buscar el calor de su pecho y acariciarlo con sus propias manos. Él le acogió gustoso sin separar sus labios de los suyos.
Lentamente aquel beso se desvaneció hasta volverse una caricia.
—Gracias — le escuchó decir al tiempo que le acariciaba las mejías con los pulgares.
Ella sonrió y siguió escondida en su pecho. Un beso cálido tocó su mejía. En ese momento, la sombra de alguien alejándose en dirección a la fiesta la puso alerta. Y por la manera de andar y estatura, concluyó que ese extraño que les vio besarse, era Daniel.