Cuando Owen y Charlize volvían a la fiesta, encontraron un grupo conglomerado y a su hermano llamándole. Echó a correr hacia él al escucharle y ver a su padre inconsciente en el suelo.
El doctor Harris pidió que lo llevaran de inmediato a su clínica.
—¿Qué pasó?
—No lo sé. Estábamos hablando y se quejó de una molestia en el estómago y de pronto se cayó — explicó Ellen a su hermana.
Veían como lo subían a la carreta de su padre y se marchaban.
Al llegar a la clínica, no pocos esperaban afuera por el veredicto del médico. La señora Cassidy solo decía que su esposo había pasado con dolor.
—¿Y las hierbas que le llevé? ¿No le ayudaron?
—Sí. Pero volvió a tener molestias desde ayer — explicaba con angustia.
—No se preocupe. El doctor Harris sabrá que hacer — le consoló Ellen a su lado.
Charlize sujetó su mano y permanecieron a su lado cuando el médico anunció que el paciente debía ser operado de inmediato. De lo contrario su vida corría peligro.
Las siguientes tres horas fueron las más largas que pudieron existir para los Cassidy y los Holliday.
Por fortuna, Frank logró sobrevivir a la operación. Su apéndice había sido el causante de las constantes molestias.
—Por ahora debe descansar. Y llevar una dieta ligera. De preferencia dele muchos caldos. Nada sólido hasta dentro de tres días y procure que no coma mucho pollo frito ni wiski o algo parecido.
La señora Cassidy asentía a las instrucciones del doctor mientras mantenía sujeta la mano de su esposo.
Las hermanas Holliday se ofrecieron para ayudar a cuidarlo o para cualquier quehacer que la señora Cassidy necesitase. Lo más importante era que él recuperará fuerzas pues pronto tendrían que llevar al ganado hasta el otro extremo del estado para la venta de estos y la compra de caballos.
Y al estar todos ocupados, Charlize a penas y si había cruzado palabra con los gemelos. Algo que agradecía en su interior. No sabía cómo tratar ahora a Owen y tampoco encontraba una manera de seguir siendo amiga de Daniel sin recordar el beso y el saber que él le vio besándose con su hermano.
Solo meditar en el asunto le provocaba jaqueca. Era demasiado. Ahora todo se había arruinado.
Ni siquiera le quedaba claro qué estaba ocurriendo entre ella y Owen. Un beso los volvía más cercanos pero no tenían una relación oficial ente ellos como para nombrarla, pero al mismo tiempo sentía que se lo debía. Por el beso.
Y si era así, si tenía esa obligación para con Owen. ¿No sé encontraba más endeudada con Daniel? Sin mencionar que tenía extraños sentimientos cuando pensaba en él. Pero ahora también los sentía al mirar el broche que le dio Owen.
—Oh Dios. Que lío — dijo una tarde lanzándose sobre una pila de heno.
—¿Qué ocurrió? — preguntó Ellen.
—No lo sé. No sé qué ocurrió y ahora tampoco entiendo como deshacerlo.
—¿Es sobre algún muchacho?
—No.
“Es sobre dos tontos” dijo en su fuero interno.
—Mejor dime cómo sigue Frank. ¿Ya le ha pasado la fiebre? — dijo con intenciones de desviar la conversación. No quería que su hermana comenzara a especular más.
—No del todo. El doctor Harris llegó cuando yo estaba saliendo. Teme que sea algo más lo que le ha puesto mal.
—Eso espero. Ya lleva más tres días con esas fiebres. La medicina que el abuelo de Yahto nos envió solo le ayudan un poco.
***
Esa mañana el viento era más frío. Cerraba puertas y ventanas y te obligaba a usar abrigo y guantes.
Los hermanos Cassidy se retiraron el sombrero negro cuando el reverendo comenzó a decir unas palabras por el buen Frank Cassidy.
La viuda, no dejaba de sollozar aferrada a sus hijos que la sostenían sin esfuerzo aparente y en silencio.
La campana de la iglesia repiqueteaba sin ritmo ni orden pues el viento le empujaba. El ataúd, un obsequio de su más querido amigo John Holliday, bajaba lentamente hasta su sitio donde aquellos tres hombres comenzaron a enterrarle cuando hubieron dicho Amén.
Frank E. Cassidy
Un buen esposo, un gran parte y un buen amigo.
El resto de los asistentes, entre ellos vecinos, amigos y empleados, daban sus condolencias a la viuda y sus hijos. Y junto a estos, la familia Holliday permanecía a su lado soportando la perdida con ellos.
Ellen y Charlize se encargaban de agradecer la presencia de cada uno y recibir los alimentos que generosamente les entregaban para los dolientes.
Cuando todos se hubieron marchado, el abogado les recordó que tenían pendiente la lectura del testamento y durante esta, la familia Holliday debía estar presente. Algo que les sorprendió a todos.
Como era de esperar, todas las propiedades quedaban a sus hijos hasta que cumplieran la mayoría de edad, de eso solo restaban un par de meses. Mientras tanto, los vienes serían entregados a su cónyuge, la señora Cassidy. Al cumplirse el plazo, la casa y el terreno serían total y exclusivamente de la señora Cassidy. La granja, el ganado y los caballos, todas sus ganancias y valoración quedaba para sus hijos y únicos herederos.
Además, dentro de un año de la defunción del titular, dos cuentas bancarias serían habilitadas para uso de sus hijos y su esposa respectivamente. Y solo dentro de 10 años, los bienes podrían venderse o hipotecarse.
—Respecto a mí más querido amigo, John Holliday — dijo el abogado leyendo el documento —. Te absuelvo totalmente del préstamo que te fue entregado de mi propia mano. Por tanto la herrería, deja de ser un aval y la hipoteca inexistente. Por ello te dejo las escrituras de tu propiedad.
En seguida el hombre de elegante traje, hizo la entrega respectiva y pidió a John que firmara algunos documentos.
Era un gran alivio saber que esa deuda había sido saldada. Pero lamentaba que hubiera sido a cosa de la vida de su mejor amigo.
El resto de los días no fueron fáciles en el rancho de los Cassidy. Había mucho trabajo y poco tiempo antes que comenzara el verano. Así que los gemelos dejaron los estudios para dedicarse de lleno a trabajar y cuidar de su madre. Una labor que las hermanas Holliday estuvieron dispuestas a compartir.