Luego de una semana después del incidente con Roy Bean, los habitantes de Wickenburg seguían expectantes ante el peligro de un nuevo ataque. Y con el Sheriff fallecido, no podían evitar sentirse mucho más inseguros.
Así que durante una reunión general que se llevó a cabo en la iglesia, propusieron buscar urgentemente un nuevo alguacil.
Pero muchos de los presentes, opinaban que debía de tratarse de un hombre de rectitud, justo, responsable y valiente. Uno que antepusiera el bien común sobre el suyo.
Luego de una votación unánime y ser aprobado por la junta directiva del pueblo, Daniel Cassidy fue nombrado el nuevo Sheriff.
Todos apoyaban la decisión excepto por dos mujeres que le miraban a lo lejos. Una de ellas, su madre, no le era posible ocultar su preocupación ante su nueva responsabilidad.
Mientras que la segunda, Charlize, su Charli, lo asesinaba con la mirada. Recordó lo que dijo aquella tarde mientras ella le ayudaba a terminar una sopa luego de ser atendido por el médico y ella, “me esforzaré por que no vuelva a ocurrir”.
Lamentablemente, con su nuevo empleo, no podía asegurarlo.
—Pero Charli…
—¡Pero nada, Daniel! ¿Por qué haces esto?
—Debo hacerlo. No puedo quedarme sin hacer nada sabiendo que aún hay un hombre que debe ser llevado a la justicia y que pone en peligro a todos.
—¿Es que no piensas en tu madre? ¿Cómo crees que se sentirá si algo llega a ocurrirte?
No podía asegurarlo con cereza pero le pareció ver qué sus ojos se llenaban de lágrimas al pronunciar aquellas palabras.
—No pasará.
—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo sabes que no podrías terminar tan mal herido que ni siquiera Benjamin pueda hacer algo por ti como con…?
—Eso no ocurrirá Charli. Sé que tú no me dejarías — dijo acercándose a ella.
Era gracioso como incluso enfadada y reclamándole, era más que bonita a sus ojos. Quizás se debía a esa faceta que en muy pocas veces había logrado ver. Ella, disfrazando su preocupación con reproches y miradas asesinas, no era más que el extraño cariño que siempre se habían tenido. Demostrado de forma hostil.
—Claro. Porque antes te mato — respondió mirándolo con el ceño fruncido.
No pudo evitar sonreír ante su respuesta.
—Lo sé — dijo. Y sin saber cómo, había tomado su barbilla para besar su frente antes de dejarla ahí con el rostro lleno de confusión.
De momento la búsqueda y captura de Roy Bean se había limitado a estar alertas. Luego de lo ocurrido, no dudaba que pudieran haber asaltos en los caminos y algún hogar. De manera que Daniel pasaba constantemente recorriendo los límites de Wickenburg y a los vecinos de las zonas más alejadas. Una labor que absorbía sus días completos de sol a sol.
Por suerte, todo marchaba correctamente en la hacienda. Los capataces eran de mucha ayuda.
Sin embargo, últimamente un pequeño grupo de hombres se quejaba sobre el trabajo excesivo y la mala paga. Quejas totalmente infundadas pues el trabajo y salario era equitativo.
A pesar de ello, Owen y Daniel se veían tentados a despedirlos por su comportamiento subversivo. Pero eso solo aumentaría las calumnias contra ellos.
Pero aquellos hombres no tuvieron suficiente con alzar la voz ante sus empleadores. Diez cabezas de ganado fueron hurtadas el día en que se marcharon junto con herramientas y cinco caballos.
Con un robo como ese, Daniel no tendría más opción que encarcelarlos y enjuiciarlos aunque la pena fuera un nudo apretado alrededor de sus cuellos.
Y eso solo significaba más trabajo para el Sheriff de Wickenburg.
Habían llegado reportes de ladrones en uno de los caminos y el asalto a una diligencia. Los ladrones ni siquiera se habían esforzado en huir. Como si lo llamaran retándolo.
Con tanto por hacer, se vio en la necesidad de pedir autorización para nombrar Rengers que colaboran con la justicia para aprender a los fugitivos y cuidar del pueblo.
Con su solicitud aceptada, debía encargarse de alguien quien en esos momentos era su mayor preocupación.
—Charli, entiéndelo. No estás segura aquí.
—Daniel, no voy a irme. Además, sabes que no tomo esto a la ligera — dijo mirando el rifle de su padre que mantenía cerca y cargado.
—Lo sé pero, esto es diferente. Corres peligro. Por que no vienes a casa. Pasa unos días con mi madre. Al menos hasta que todo se haya calmado.
—¿Y quién cuidará de mi casa?
—Charli…
—No. Tú tomaste la decisión de aceptar ese trabajo yo decido quedarme y defender lo mío.
Suspiró exasperado tocando su frente. En ocasiones como estas deseaba que ella fuera más dócil.
—Charli no empieces con eso. Por favor — dijo sujetándole de los hombros —. Por una vez en tu vida hazme caso. No…, no me gustaría que te ocurriera algo.
Esos ojos que tanto amaba ver seguían amenazando con orgullo y obstinación.
—Entonces me esforzaré por que no ocurra.
Le soltó poco a poco bajando por sus brazos hasta llegar a sus muñecas. No podía hacer más a menos que se la pusiera al hombro y la atara a su caballo cual sacó de harina. Pero de hacerlo, solo se ganaría su odio.
—Solo…, procura no salir hasta tarde, quieres. Y no vayas al río cuando ya haya oscurecido.
—Sabes que no corro peligro en el río.
—No hablo de ellos. Es por tu seguridad.
—Bien — masculló cruzándose de brazos.
Estaba tan solo a unos centímetros pero la sentía muy lejos. Si pudiera mantenerla en un lugar donde nada ni nadie pudiera hacerle daño, dormiría tranquilo.
En el transcurso de la semana no llegaron informes de nuevos asaltos. Pero tampoco lograron encontrar a los ladrones a pesar de seguir su rastro. Por lo visto eran hombre experimentados para esos caminos.
Así que telegrafió a las ciudades vecinas donde posiblemente podrían vender los animales y así advertirles de tales hombre y su mercancía robada.
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