You need a man. (#nanowrimo).

Capítulo 17: ¿Por qué debes arruinarlo todo?

Era una pena dejar a Ellen. Aún le faltaban algunos meses para el nacimiento de su sobrino pero debía volver. Ya no podía seguir retrasando más el curso de las cosas. 
Independientemente de lo que encontrara, tendría que enfrentarlo con decisión.  

Un mes lejos de Wickenburg, de su hogar y todo lo que amaba, se sentía como una vida.  

De nuevo pensaba en Daniel mientras veía por la ventana del tren. Preguntándose, “¿Pensará en mi? ¿Qué dirá cuando me vea? ¿Estará enfadado?”.  Más y más preguntas se formulaban a medida que las vías la conducían de vuelta a casa.  

Al llegar a la última estación, se detuvo para enviar un telegrama. Quería llegar por sorpresa pero era mejor avisar. Tenía la esperanza que Daniel estaría ahí cuando ella bajara de la diligencia.  

Esa noche se quedaría en un hotel pues no habían diligencias por la tarde.  

Pero al llegar a la pequeña oficina del telégrafo, recibió una noticia.  


—Holliday. Permítame. Hay dos telegramas urgentes para usted — dijo aquél hombre.  


El primero era de Ellen. Diciendo que recibió un telegrama urgente de parte de Owen.  
Y el segundo era de este. Explicando que había ocurrido un tiroteo en el pueblo con unos ladrones que asaltaron el banco de los Collinwood.  

Pero lo más alarmante era la última línea.  

 


Es Daniel. Debes volver. Es urgente.  


—Oh Dios. ¿A qué hora sale la próxima diligencia?  
—Lo siento señorita. No hay diligencias hasta mañana.  
—¿Ninguna?  
—No. Lo lamento.  
—Pero es de vida o muerte.  
—Lo lamento mucho. Mañana a primera hora podrá partir. ¿Desea enviar una respuesta?  
—Sí.  
—Dígame.  
—Dígales…, dígales que estaré ahí al amanecer.  


Dejó la moneda en el mueble y tomó su maletín. 
 
Debía buscar una forma de llegar. Como sea. Pero el problema era que no había más transporte que las diligencias y tampoco conocía a nadie en la ciudad.  

Pasó al pequeño hotel para cambiarse y comenzar a trazar un plan. Sin importar nada, tenía que estar ahí antes del amanecer.  

Vio por la ventana algunos carruajes pasar, más de alguno se dirigiría en esa dirección. Pero en una ciudad como esa no habían favores gratis. Rebuscó en su bolso para contar las pocas monedas. No eran suficientes.  

Entonces recordó los bonitos vestidos que Ellen le obsequió, algún par de dólares obtendría con ellos. Sabía que no le importaría. Esta era una emergencia.  

Sin embargo sus esperanzas por viajar eran aplastadas con cada rechazo y burla.  

Desesperada por seguir estancada en la ciudad, optó por una medida más arriesgada. La situación lo ameritaba.  

Respiró hondo antes de entrar en el salón sin importar las miradas que se posaron en ella de forma indecente.  


—Señora. Este no es un buen lugar para una dama— habló el tabernero.  
—Estoy buscando un transporte. Debo dirigirme al sur oeste… 
—¿Al sur oeste? ¿Y es que pretende ir sola? — habló un hombre a su lado que despedía el olor rancio licor.  
—No encontrará transporte hasta mañana señorita — dijo otro que se veía más sobrio.  
—Señora.  
—¿Señora? ¿Y su esposo, señora…? — inquirió el mismo hombre que le doblaba la estatura y se acercaba hasta ella junto a la barra.  
—Cassidy. Y por eso necesito viajar. ¿Podría llevarme? Le pagaré.  


El sujeto soltó una risotada y bebió de su vaso.  


—Ni por diez dólares viajaría toda la noche en ese desierto.  
—Señora, si le es muy urgente, por qué no espera la diligencia. Saldrá mañana temprano.  
—No. Necesito irme ahora mismo. Mi esposo podría morir.  
—Eso pasa por casarse con un medio hombre que no sabe cuidarse ni mantener amarrada a su mujer — dijo el otro disimulando una sonrisa antes de beber de nuevo.  


Sin poder contener sus impulsos golpeó su vaso haciendo que se estrellara contra el suelo.  


—Bien. Entonces tendré que robar un caballo para ir yo misma — dijo saliendo por las portezuelas.  


Un caballo marrón con manchas blancas llamó su atención. Se veía fuerte y tenía las herraduras en buenos estado.  


—¿Es que pretende montar? ¿Sabe al menos subir sola? — se burló otro.  
—¿Cuánto por el caballo?  


El mismo al que le lanzó el vaso se paró junto a la puerta con los brazos cruzados sobre su pecho. Escupió hacia un lado y habló:  


—No está en venta. Y menos para una mujer que lo que necesita es un buen castigo por parte de un hombre de verdad.  
—Entiendo. Entonces, tendremos que hablar en otros términos — dijo sacando la pequeña Derringer para apuntarle.  

La pequeña audiencia solo ser rio al ver un arma tan pequeña.  

—¿Y eso es todo? — espetó el dueño del caballo.  


Sin dudar, disparó justo a sus pies fallando solo unos centímetros pero fue suficiente como para provocarle un susto.  


—¿Cuánto? — insistió sacando la carabina de su padre.  
—De acuerdo. Tranquila. Cinco dólares.  
—¿¡Cinco dólares?! ¿Está loco?  
—Cinco señora. Ni un centavo menos.  


Pero dos disparos más le hicieron retroceder.  


—¡Bien! ¡Bien! Dos dólares. Es todo.  


Sin dejar de apuntarle lanzó el par de monedas y subió al caballo sin mirar atrás. Tenía un amanecer que alcanzar.  

***  

El tiroteo cesó dejando a dos muertos y cuatro heridos. Gunter logró capturar a los otros dos ladrones pero Daniel no había tenido tanta suerte. Le encontraron en el suelo con dos heridas de bala en el cuerpo.  

La confusión solo volvía más tensa la pequeña clínica de Benjamin quien no daba abasto para atender a todos al mismo tiempo.  

Pero quien necesitaba con más urgencia una intervención era Daniel. Una de sus heridas había sido en su costado y por la cantidad de sangre que pedía debía actuarse con prontitud.  

A pesar del dolor y la agonía de tener que soportar en vida como el médico extraía una bala de su pierna derecha, lo único que tenía para aferrarse a este mundo era el recuerdo de Charlize.  


—Daniel. Debo sacar la bala que tienes al costado. Necesito que respires tranquilo y cuentes lentamente hasta veinte en voz alta— pidió cubriendo su boca y su nariz con un paño humedecido en cloroformo.  


Comenzó el conteo pero el sueño hizo pesados sus párpados hasta cerrarlos. Era como dormir pero sin perder todo el conocimiento de su entorno. No había dolor y tampoco ese frío cuando te estás desangrando. Ahora era calor. Uno que se acumulaba cerca de sus costillas. Podía escuchar su corazón martilleando pero cada latido dolía. Solo esperaba poder resistir un poco más hasta verla.  

“Charli. Charli” le llamaba en sueños pero por algún motivo no le escuchaba. Corría tras ella como cuando eran niños y escapaban de sus padres por sus travesuras pero por más esfuerzo que hiciera ella seguía a la distancia.  

Corría cual corcel desbocado en las praderas pero solo conseguía cansarse y tener más sueño. Pero debía luchar. Si llegaba a dormirse jamás la alcanzaría.  

De pronto algo quemaba su garganta y nariz. Hizo un intento de quitar esa molestia pero pronto remitió.  

Ahora el sueño había cambiado. Esta vez estaba junto a Charlize en la cueva. Con la diferencia que era de día. Ella gritaba su nombre entre lágrimas mientras que él intentaba asegurarle que todo estría bien. Pero las palabras no salían de su boca. Casi pudo sentir su mano cuando se acercó a tomarla. O quizás sí. Era tan real. Al igual que su voz.  

Poco a poco su mente fue despertando de nuevo pero, su cuerpo seguía sin responder. El murmullo de voces lo traía a la realidad ayudándolo a salir del pozo negro en el que sentía hundirse.  

Luego, entre el susurro de palabras logró reconocer una voz. Era ella. Charli. Su Charli. Pero la escuchaba sollozar. No sabía que estaba ocurriendo pero quería despertar para decirle que todo estaría bien y que ya no llorara más. Pero por mucho que lo intentara, no lograba moverse ni consolarla.  

Pudo sentir sus dedos cálidos sujetar su mano derecha y llenarla de lágrimas.  

En un esfuerzo más, logró abrir los ojos. La encontró de rodillas junto a la cama, rezando con lágrimas en la voz.   


—Ya no llores Charli. Todo está bien — dijo alcanzando su cabello con dificultad.  
—Daniel. Daniel — repetía sin poder creerlo y con el rostro inundado de lágrimas.  


Pero el movimiento que realizó con su brazo izquierdo terminó causándole dolor que intentó disimular en una mueca.  


—¿Te duele? No te muevas. Iré por Benjamin — dijo examinando su cuerpo por completo antes de salir.  
—Charli.  
—¿Si?  
—Volviste.  
—Claro que sí — respondió desde la puerta con una sonrisa.  


Había vuelto. Todo lo que estuvo pidiéndole a la vida era volver a verla. Solo lamentaba las circunstancias. Las cosas no debieron ser así. No tenía que encontrarlo moribundo, débil o herido.  

Así que ahora tenía una nueva labor, recuperarse pronto por ella.  


—No quiero que hagas esfuerzos Daniel. Una costilla rota no es algo que se deba tomar a la ligera. Deberás mantenerte en reposo total por lo menos durante un mes. Y hay que cuidar que las heridas no se infecten — decía Benjamin dirigiéndose a Charlize.  
—No te preocupes. Lo cuidaré bien.  


“¿Cuidarme?”.  


—Y nada de montar hasta que estés completamente recuperado. Bueno. Debo dejarlos. Tengo una par de visitas que hacer.  

—¿Tienes hambre? ¿Quieres agua? — preguntó cuando estuvieron solos.  
—Estoy bien Charli.  


Le vio sacar un poco de agua limpia y humedecer un paño limpio.  


—¿Qué haces?  
—Sh. Deberías dormir — dijo mientras le limpiaba el rostro con el agua fresca—. Necesitas descansar.  
—No quiero dormir.  
—Pero debes hacerlo. No me hagas obligarte Cassidy.  


Aquello le hizo reír pero los músculos de su abdomen estaban tan resentidos que ese sencillo movimiento le causó dolor. 
 
Ella colocó una de sus manos sobre los vendajes que Benjamin le puso para mantener sujetas las costillas. Enseguida, colocó su mano sobre la de ella y cerró los ojos. Esa era la mejor medicina.  


—Creo que no tendrás que reír mucho — escuchó decir.  
—No será sencillo contigo — respondió sonriendo.  


Abrió los ojos y como en sus sueños, la encontró ahí a su lado mirándole. Estaba pálida y sus ojos hinchados al igual que sus labios. Alcanzó con su mano libre el mechón de cabello que enmarcaba su rostro y lo colocó detrás de su oreja.  


—¿Lloraste mucho?  

Ella sonrió y sorbió por la nariz.  

—No. Yo no lloro — dijo mirando sus manos unidas.  
—Volviste.  
—Eso ya lo has dicho.  
—Es solo que quiero estar seguro.  
—No me iré Daniel.  
—Me alegro.  
—Y ya no serás más el alguacil. ¿Entendiste?  
—No puedo… 
—Nada de peros — dijo levantándose para humedecer el paño de nuevo —. ¿Cómo puede ser el Sheriff un hombre al que siempre le disparan? ¿Es que no piensas en nadie que no seas tú? ¿Crees que nadie se preocupa por ti? — decía estrujando el trapo mojado.  
—Charli. 
—¡No Daniel! No.  
—Charli. Ven. 

 
Tenía la nariz roja y los ojos llenos de lágrimas. Clara señal de enfado y sabiendo que, de no ser por que estaba convaleciente ya le habría golpeado o gritado aún más. Se sentó en el borde la cama sin mirarlo.  


—Te aseguro que no volverá a pasar.  
—Eso ya lo has dicho antes y mira cómo estás. ¿Qué hubiera pasado si…? Eres un egoísta — decía con la barbilla temblándole.  
—Te lo prometo. ¿Podrías… acercarte?  


Ella le miró con confusión pero hizo lo que él pidió.  


—No quiero que te pase esto de nuevo — dijo tocando la cicatriz en su hombro —. No soportaría que… No podría Daniel.  


¿Qué estaba ocurriendo? ¿Acaso era real ese momento? ¿Realmente ella estaba preocupada por él?  

Recogió ese dulce rostro en sus manos y deseó poder moverse para besarla y hacerle sentir segura. 


—Te doy mi palabra. No volverás a sentirte así. Y menos por mi culpa. Lo prometo.  


Ella asintió y sin esperarlo, se inclinó a besar su mejía.  


—¿Has ido a Little River? — preguntó durante el almuerzo.  
—No. Desde que vine estoy aquí, recuerdas. Ya que el Sheriff necesita que lo cuiden. ¿Por qué? 
—Me gustaría saber tu decisión.  
—Eso depende.  


Daniel sonrió al verle tan evasiva. La casa estaba terminada. Ahora sólo quedaba esperar para ver si ella cumpliría su parte del trato.  

***  

Dos meses sin trabajar y requiriendo la ayuda de alguien más para casi todo comenzaba a ser frustrante. 

Esa noche sería el baile de primavera en el pueblo y por nada se quedaría para aburrirse más.  

—¿Qué crees que haces?  
—Que no sabes tocar — escupió molesto terminando de ponerse los pantalones.  
—Por favor — Ella bufó —, a estas alturas creo que no hay nada que no haya visto.  
—Sal de mi habitación Charli.  
—No. ¿Qué haces? ¿Qué buscas?  

Comenzó a calzarse las botas con un poco de dificultad. Aún le causaba molestias inclinarse o levantar mucho la pierna.  

—Deja. Yo lo hago — dijo apresurándose hacia él.  
—No.  
—Daniel. No seas necio.  
—Yo lo haré.  
—Aún no me has dicho qué pretendes.  
—Hoy es el baile. Así que iremos — respondió un tanto cansado por el esfuerzo. 
—¿Qué? No. Benjamin ha dicho que aún no debes montar.  
—Usaré la carreta.  
—Pero, Daniel. ¿Y si tienes dolor? Hay que cuidar las heridas. Yo no iré. Prepararé algo para cenar y… 
—No Charli. ¿No lo entiendes? Estoy arto de estar en esta casa. Estoy arto de que hagan todo por mi. Arto de no poder siquiera vestirme solo porque necesito de tu ayuda. Ni poder trabajar. Necesito salir — decía rebuscando entre su ropa la camisa que quería.  
—¿Estas arto de que te ayude?  
—¡Sí! Ya no quiero estar aquí y tampoco necesito que me ayudes más. Así que iré al pueblo a pasar la noche en ese maldito baile y es tu problema si te quedas o no.  


Al dar con la camisa comenzó a colocarla con cuidado comenzando por el lado lastimado. El silencio en la habitación le hizo creer que estaba solo pero no fue así pues al girar se encontró con el rostro duro de Charlize.  


—Charli. Lo siento. No quise decir eso…  
—Cállate. Ya lo has dicho todo. ¿Ya no quieres ayuda? ¿Estas arto de mí? Bien. Pues arreglarlas solo y no vuelvas a hablarme Cassidy. Nunca.  
—No. Charli. Espera.  


Pero su pierna no ayudaba a alcanzarla. Cuando llegó hasta su habitación aporreó la puesta hasta que saliera pero no hizo al instante.  


—¿Qué haces?  
—¿Qué no ves? Me voy.  
—Charli no te vayas — decía intentando seguirla.  


Pero fue inútil. Sabía que no podría hacer nada por detenerla y eso solo le molestó mucho más. De no estar recuperándose ya habría subido a su caballo e ido a por ella.  

Sin importar lo que pudiera ocurrir, pidió su caballo y le siguió.  

***  

“¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué?” era lo que Charlize se preguntaba mientras cabalgaba sin parar al tiempo que el cielo rayaba en sus colores naranjas y rojos.  

Escuchar el trote de su caballo le tranquilizaba. No importaba hacia dónde se dirigieran, solo quería alejarse de él y de esos sentimientos que la hicieron volver por nada.  

De pronto se detuvo. Examinó su entorno y reconoció el lugar. “Una coincidencia bastante extraña” pensó.  
Ese punto que fue testigo de el inicio de todo ahora lo sería también de lo que temía podría ser el final.  

Contemplaba el atardecer cuando el ruido proveniente del bosque le alertó.  


—¿Pero qué haces aquí?  
—Esa pregunta debería hacerla yo — dijo intentando bajar del caballo con cuidado.  
—¿Es que pretendes matarte? Grandísimo idiota.  
—Si con eso puedo verte, lo haría — respondió sosteniéndose de su caballo.  
—Entonces me voy.  
—Espera. Tenemos que hablar.  
—No. Tú y yo no tenemos nada que hablar. 


Subió al caballo y bajó la cocina tomando el viejo sendero hasta llegar a casa.  

Había estado evitando la visita a Little River, aunque en cierto momento creyó estar segura de su respuesta pero ahora, todo era diferente.  

La luna bañaba la figura de una hermosa casa nueva. Era exactamente igual a la que su padre construyó con una pequeña diferencia. Esta tenía un vitral ovalado en la puerta. Podía imaginarse lo hermoso que se vería por dentro.  

Desmontó para observar todo de cerca. El granero estaba en su sitio y la cerca del corral era un poco más grande. Subió los escalones de la entrada y tocó la barandilla del porche. Era suave, sin una astilla. Se preguntó cuánto tiempo pasó Daniel lijando esa madera hasta dejarla así.  

Un nudo en su garganta acompañó los recuerdos de esa casa y ahora le daba un nuevo significado a aquella construcción. Hecha seguramente con ilusiones, recuerdos y quizás… hasta cariño.  

Escuchó a Daniel llegar pero ella siguió acariciando la barandilla sin dejar de pensar en su padre, en su madre, en Ellen y en todas esas cosas que vivieron desde niños.  


—Te dije que lo haría — habló acercándose a paso lento.  

Pues aún cojeaba un poco ralentizando sus pasos. Ella asintió sin levantar la vista.  

—Charli. Yo…, lo siento. Lo que dije… 
—¿Por qué Daniel? ¿Por qué tienes que ser tan idiota? ¿Por qué haces eso? — decía con un nudo en la garganta esta vez mirándolo desde su posición— ¿Por qué eres tan egoísta de creer que no eres importante para nadie? ¿Por qué lo arruinas todo? Siempre. Siempre. Debes echarlo todo a perder. Siempre tienes que derrumbar lo poco que tenemos. ¿Por qué no maduras? ¿Cinco años no fueron suficientes? ¿Tendré que esperar otros cinco para que dejes de ser un…?… ¿Por qué Daniel?  
—Charli… — Avanzó un par de pasos más hasta llegar al pie de los escalones donde se sostuvo —. Sé que he sido un tonto… 
—Un idiota.  
—Sí. Eso… también. E incluyendo todo lo que estás pensando de mi en este momento. Fue un error marcharme y dejarte aquí. Y créeme que me arrepiento cada día de eso y haber sido un cobarde por no volver antes pero…, 

Charlize cruzó los brazos sobre su pecho y su rostro duro denotaban su premeditada incredulidad.  

—Ya no habrán más peros Charli. El peor error de mi vida no fue marcharme ni haber vuelto cinco años después que estoy seguro que jamás podré recompensar con nada. Mi peor error ha sido lo que hasta hoy no quería aceptar Charli. No es cierto lo que dije. No es cierto todo lo que te he dicho estos años. No eres una salvaje ni una tonta, caprichosa y… 
—Ya entendí Daniel.  
—Lo que quiero decir es… 
—Solo escúpelo quieres. Hace frío y no pienso esperar a toda la noche a que confieses tus pecados. 
—Que es cierto. Tienes razón. He sido un idiota todo este tiempo ocultando lo que siento de verdad por ti. Y te suplico me perdones por lo que te he hecho pasar. Tenias razón. Soy un egoísta. Pero era por ti. No quería que tuvieras la parte más débil de mí. Quería darte todo lo que necesitaras para…, pues…  
—¿Y crees que yo podría siquiera interesarme en un hombre como tú? ¿Uno que deja que le disparen, uno al que una mujer debe salvar ante un puma porque carga su arma en un bolso, uno que necesitó que lo defendieran en la escuela? ¿En serio?  
—Pues…  
—¿En mi único amigo que siempre estuvo a mi lado aún cuando yo quería estar sola, en el que siempre sacó lo mejor de mi retándome, en quien fue mi consuelo cuando murió mi padre, en quien me enseñó a jugar cartas y apostar? ¿Crees que podría si quiera mirar al tonto que me besó por capricho junto a un río, al que estuvo a punto de matarme de preocupación cuando supe que podía morir, por el que cabalgué toda una noche para volver a verlo?  
—No pierdo las esperanzas.  


Ella siguió ahí, esperando por ver qué más diría. Tampoco se lo pondría fácil.  

Le vio subir con dificultad los escalones y llegar hasta ella. Se quitó el sombrero y comenzó a tocarlo por los bordes como cuando eran chicos.  


—Ya no somos niños Daniel. Las cosas deben decidirse.  
—Cierto. Ya no lo somos. Y…, quizás no sea un hombre de trajes elegantes ni fortuna infinita. Quizás ni siquiera soy el que imaginaste que se presentaría a tu puerta un día diciendo esto. Pero puedo asegurarte que soy el que sin importar cuántas veces se derrumbe esta casa yo la levantaré para ti. No importa las lágrimas que hayas derramado, las lloraré por ti para que no vuelvas a hacerlo tú. Y me tendrás aquí cada día bajo el sol trabajando estas tierras para ti. Si tú me lo permites.  
—No.  
—¿No? — preguntó con la voz quebrándose.  
—Dijiste que no habrían peros. Y has dicho más de uno. Y te equivocas en algo Daniel Cassidy. Eres exactamente el hombre que siempre quise que viniera a mi puerta y construyera una casa para mí.  

Eso lo hizo sonreír.  

—¿Eso…, significa que…? ¿Puedo tener esperanzas?  
—Dímelo tu. Si es que no saldrás huyendo de nuevo.  
—No. Jamás. No lo haré Charli. Te doy mi palabra — dijo acercándose un paso más.  
—Creo que aún tenemos un asunto pendiente — dijo mirando la casa.  
—Sí. Has vuelto. Y la casa está terminada.  
—No. Ese escalón está flojo — aclaró señalando el punto al que se refería—. Y esta ventana no está terminada. Así que has perdido la apuesta.  
—Bien. ¿Y cuál será mi penitencia?  
—Ya pensaré.  
—No. Tienes que decirlo ahora. 
—Será a mi manera entonces. Saca tu arma.  
—No… No traje.  
—Por Dios. ¿Qué clase de marido pretendes ser si no cargas un arma? — decía pasando a su lado para llegar hasta su caballo.  
—¿Esa es una propuesta?  
—Es una apuesta — respondió sacando el rifle atado a las alforjas —. Si gano. Admites que me quieres y…, nos casaremos.  
—¿Y si pierdes? — preguntó con una sonrisa. Pero al ver que no respondía se adelantó a decir —: ¿Te casarías conmigo?  
—¿Es una propuesta decente Daniel Weitz Cassidy McGregor? — preguntó con los brazos en jarras frente a él.  
—Sí. Lo es — dijo tomándola por la cintura —. ¿Desea casarse conmigo, señorita Charlize Amanda Holliday?  
—Veremos qué ocurre en la mañana.  


Ambos sonrieron y aceptaron el trato.  

Al amanecer, cada uno se ubicó en un lugar para apuntar hacia sus objetivos. Dos tiros certeros de tres darían un ganador.  


—¿Lista para perder?  
—Solo si te dejo ganar Cassidy.  

Sonrió ajustando su puntería. Y justo antes de disparar pronunció:  

—Acepto.  

Fin.  

 




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