El compromiso entre Mirah y Rowan no solo había sido el resultado de una relación establecida con el tiempo, sino la culminación de una estrategia que Mirah jamás habría revelado. Mientras la noche caía sobre la ciudad, Mirah se recostaba en la cama que compartía con Rowan, observando el techo mientras el suave sonido de la respiración de su pareja dormido le recordaba que su plan había dado frutos. Sin embargo, su mente viajaba inevitablemente al pasado, al día en que sus ojos se encontraron con los de Rowan por primera vez.
Aquel evento social había sido una gala elegante, celebrada en uno de los teatros más prestigiosos de la capital. Mirah, entonces apenas un joven alfa de familia acomodada pero no aristocrática, asistía más por presión social que por verdadero interés. Pero todo cambió cuando Rowan cruzó el umbral de la sala. Un omega de belleza etérea, con presencia delicada pero segura, vestido con un traje oscuro que realzaba su figura esbelta y elegante, Rowan parecía ajeno a la pomposidad del lugar.
Mirah quedó hechizado. Cada paso de Rowan era un espectáculo para sus ojos, cada gesto discreto, cada sonrisa ocasional, lo atrapaba más. Mientras lo observaba desde lejos, sintió que su destino acababa de definirse.
No tardó en acercarse, pero no de forma directa. Primero investigó discretamente a través de conocidos mutuos, estudiando sus gustos, sus rutinas, y poco a poco fue apareciendo en los lugares que sabía que Rowan frecuentaba.
Recordaba claramente una tarde lluviosa en la biblioteca privada de la familia Oakheart, donde Rowan solía refugiarse. Mirah, con un libro en mano que fingía leer, había esperado el momento propicio para iniciar una conversación sobre literatura. Su tono había sido casual, pero cada palabra había sido calculada para que Rowan lo notara, para que viera en él una coincidencia inesperada.
Y funcionó.
Poco a poco, las conversaciones se volvieron más frecuentes, las miradas más largas, y las invitaciones empezaron a llegar por iniciativa de Rowan. Mirah había sentido una euforia silenciosa, un logro que nadie más que él y su madre sabían que era el resultado de una estrategia meticulosa.
Sin embargo, no todo era frialdad en su proceder. Había sinceridad en cada risa compartida, en cada tarde paseando por los jardines, en cada noche conversando hasta el amanecer. Aunque había iniciado todo con astucia, el cariño que sentía por Rowan era genuino. A veces incluso se sorprendía a sí mismo soñando con una vida juntos, con un amor verdadero que no necesitara de planes ni cálculos.
Mirah suspiró en la cama, girándose suavemente para observar el rostro de Rowan mientras dormía plácidamente a su lado. Una sonrisa leve se dibujó en sus labios. Porque en el fondo, incluso con su naturaleza hiriente y su carácter orgulloso, una parte de él solo quería ser amado por Rowan de forma honesta, sin máscaras.
A la mañana siguiente, mientras el sol apenas iluminaba el horizonte, Mirah se levantó con cuidado para no despertar a Rowan. Salió a la pastelería favorita de su pareja y compró algunos dulces que sabía que le alegrarían la mañana. Al regresar, los colocó en la mesa del comedor junto a una nota sencilla escrita con su elegante caligrafía:
"Para que empieces tu día con dulzura. Con amor, M."
Era su manera de mantener vivo ese vínculo, de recordarle que cada detalle que compartían tenía un pedazo de su corazón. Porque aunque había conquistado a Rowan, Mirah sabía que el amor verdadero no podía planearse... debía ganarse cada día.