A veces Rowan se sorprendía a sí mismo pensando en ello. En las razones. En los motivos.
¿Por qué había terminado eligiendo a alguien como Mirah?
Porque para todos, Rowan era la imagen perfecta de la aristocracia: sobrio, orgulloso, calculador y frío cuando la ocasión lo exigía. ¿Y Mirah? Mirah era una tempestad mal contenida.
Recordaba bien la primera vez que se percató de sus celos. Era ridículo, infantil, y al mismo tiempo... encantador.
Rowan, con el ego intacto de su linaje, encontró siempre una especie de gozo en esas pequeñas escenas.
La posesión de Mirah. La forma en que sus ojos se oscurecían, la mandíbula se tensaba, como si el mundo fuese un campo de guerra cada vez que alguien se acercaba demasiado.
Él lo permitía porque al final terminaban siempre de la misma forma: enredados en las sábanas, la rabia de Mirah transformada en deseo insaciable. Rowan no tenía por qué quejarse de ello.
Pero... ahora era distinto.
Mirah había cruzado un umbral que Rowan nunca creyó que llegarían a rozar.
Los celos de Mirah ya no eran escenas privadas, no eran besos robados en un rincón o mordidas en el cuello como reprimenda. Ahora eran palabras ásperas, gestos impulsivos, rabietas frente a los ojos atentos de la élite.
Y eso... eso no podía tolerarlo.
—Soy un Alderwick, por dios — pensaba Rowan, recostado en la cama mientras Mirah dormía desnudo a su lado, aferrado a su cintura.
—No puedo permitirme que mi nombre se vea ridiculizado por berrinches de un amante posesivo.
El problema era que Rowan sabía que seguía deseándolo igual.
Porque Mirah no era solo rabia. También era piel cálida, sonrisa torcida, un humor cruel que encajaba perfecto con el suyo en privado.
Era el único que había sido capaz de arrancarle carcajadas sinceras. El único que lo había hecho sentirse verdaderamente deseado, no solo por su apellido, sino por quién era cuando el título se quitaba.
Pero el deseo no podía ser excusa eterna.
Rowan lo sabía. Porque cada vez que alguien murmuraba sobre "el escándalo de anoche", sobre "el improperio que Lord Rowan sufrió en la fiesta", era como si le escupieran en la cara.
La humillación... no la soportaba.
Mirah siempre había sido un capricho, uno demasiado prolongado, demasiado intenso, al que Rowan nunca pudo resistirse. Pero ahora, cada vez que veía a Adler cerca, sonriendo con esa compostura elegante, preguntándose por qué no podía tener un compañero como él —cordial, admirado, impecable en público—, la duda se le instalaba en el pecho.
¿Hasta cuándo?
¿Hasta cuándo le permitiría a Mirah traspasar ese límite?
¿Hasta dónde llegaba el precio de su amor?
Rowan no lo sabía. Y eso lo atormentaba.
Porque a pesar de todo... cuando Mirah lo besaba dormido, con la respiración tibia en su cuello, Rowan sentía que lo tenía todo.
Y también... que algún día, lo perdería.