Los meses habían pasado y, con esfuerzo, la relación entre Mirah y Rowan parecía haber encontrado un equilibrio. Un equilibrio frágil, sí, pero suficiente para mantener a Mirah tranquilo, aunque el miedo de perderlo seguía acechando cada noche.
Para Mirah, la clave era simple: obedecer, complacer, no molestar.
Había aprendido a callar, a reír en los eventos que detestaba, a relacionarse con gente aburrida que solo hablaba de negocios o política, a participar en actividades que ni entendía ni disfrutaba. Pero cada sonrisa que lograba arrancarle a Rowan, cada mirada de aprobación, valía el sacrificio.
Y Rowan lo sabía. Le fascinaba ver cómo Mirah se esforzaba como un cachorro adiestrado, hambriento de atención.
Por eso, aquella noche Rowan había querido recompensarlo: una cena sorpresa en un hotel elegante, organizada no solo para agasajar a Mirah, sino también para presentarle oficialmente a toda su familia.
Mirah conocía a algunos de ellos, pero aún no había conocido a la joya de la familia: su querida hermana, quien acababa de regresar tras cinco años estudiando fuera del país.
Para mantener la sorpresa, Rowan le había encargado a Adler la tarea de entretener a Mirah unas horas antes. Pero Adler, siempre con su venganza en mente, decidió alterar el plan.
—Vamos al hotel antes. Rowan me pidió que te lleve, pero me dijo que necesita ayuda con un par de cosas antes de que lleguen todos.
Mirah, emocionado y confiado, aceptó sin dudar.
Pero cuando llegaron, el hotel estaba extrañamente silencioso. El salón aún no estaba preparado, y no había invitados, solo el eco del lugar vacío.
—¿Qué está pasando? —preguntó Mirah, extrañado—. Creí que sería más tarde...
Adler sonrió torcido.
—No tengo idea... pero puedo llevarte a donde está Rowan. Me dijeron que está en uno de los salones privados.
Sin sospechar nada, Mirah lo siguió. Al acercarse, escuchó voces, risas bajas. Y entonces, desde el umbral entreabierto, vio la escena:
Rowan abrazaba con cariño a una mujer. Un abrazo íntimo, demasiado cercano, y las risas, las miradas, todo en ellos parecía tener una complicidad que hirió de inmediato a Mirah.
—Parece que Rowan ya se consiguió alguien más, ¿eh? —murmuró Adler en su oído, venenoso—. Tal vez pensaste que duraría más, pero... es Rowan. Cambia lo que quiere cuando quiere.
Mirah sintió el pecho apretarse. Cada palabra de Adler era un clavo en la herida abierta por la imagen de Rowan y esa desconocida. Pero recordó la amenaza, el ultimátum. No podía hacer una escena. Si la hacía, Rowan lo dejaría.
Así que respiró hondo.
No haré un escándalo... solo tengo que alejar a esa mujer...
Sin decir nada, se apartó de Adler y se escondió en un rincón del lugar, en un pasillo lateral del hotel, esperando. El corazón le latía con rabia y dolor, la mandíbula apretada, los ojos brillantes de celos.
Finalmente, la mujer quedó sola, mirando distraída una decoración floral.
Mirah aprovechó. Caminó decidido hasta ella y sin preámbulos la enfrentó.
—Así que eres tú la que quiere robarme a Rowan. Qué patética. ¿Sabes con quién te estás metiendo? —escupió con veneno.
La joven se giró, confundida.
—¿Qué? No, no entiendo...
—Cállate —le cortó Mirah, furioso—. No necesito escuchar tus excusas baratas. Qué conveniente acercarte justo ahora, ¿no? Pero déjame decirte algo, perra oportunista... Rowan es mío. No te atrevas a seguir viéndolo o hablarle de esa forma.
—Pero yo... yo amo a Rowan —respondió la chica, con voz temblorosa, pero sincera—. No sabes de lo que estás hablando...
La palabra "amo" lo desquició.
—¡¿Qué dijiste?!
Y sin pensarlo, la abofeteó con fuerza, la rabia nublándole todo.
El eco del golpe aún flotaba cuando una voz grave y furiosa llenó el salón:
—¡Mirah!
Rowan estaba en la puerta.
Sus ojos encendidos de ira, la expresión endurecida como nunca antes. Mirah sintió que la sangre se le helaba en las venas, paralizado con la mano aún en alto.
La sorpresa, el miedo y la culpa lo envolvieron al mismo tiempo.
—¿Qué... qué hiciste? —preguntó Rowan, con la voz fría y contenida, pero claramente al borde del estallido—. ¡¿Sabes a quién acabas de golpear?!
Mirah apenas respiraba. Lo miraba, tratando de encontrar la explicación correcta, la excusa que lo salvara. Pero no había nada que decir. Había cruzado la línea.
Y el rostro de Rowan le confirmó que la amenaza que le había hecho meses atrás... estaba a punto de cumplirse.