La noticia de la cancelación de la boda de Rowan y Mirah se había esparcido como pólvora.
En cada rincón de la ciudad, entre pasillos y reuniones discretas, los cuchicheos no cesaban.
—Finalmente cayó —decían algunos con crueldad—. Tanta perfección tenía que romperse.
Otros solo murmuraban con pesar:
—Pobre Mirah... no va a soportarlo.
Y aunque ninguno se atrevía a decirlo frente a ellos, todos lo sabían: la caída de Mirah había comenzado.
Una tarde, Dalia, la hermana de Rowan, fue a la casa que ambos compartían. No había tenido la oportunidad de conocer aún a Mirah en persona, y aunque la boda estuviera cancelada, sentía la necesidad de verlo.
Al entrar, lo primero que notó fue el silencio denso, como si las paredes mismas lloraran.
Rowan la recibió con cortesía, pero su rostro serio no invitaba a conversaciones triviales.
—Quiero conocer a Mirah —dijo Dalia con firmeza.
Rowan suspiró, pero la condujo al comedor, donde Mirah estaba sentado, con la mirada perdida en el plato casi intacto frente a él.
Dalia se detuvo, inquieta.
Mirah parecía un cadáver sentado.
Las ojeras oscuras hundían sus ojos, su piel estaba pálida, los labios resecos y agrietados. Su cabello desordenado caía como si hubiera olvidado que debía arreglarse.
Y, sobre todo, sus ojos hinchados delataban que no había hecho más que llorar.
Cuando Dalia se sentó, Mirah apenas alzó el rostro.
No la miró directamente, solo murmuró con la voz apenas audible:
—Perdón por todo...
Sus ojos se desviaron enseguida a Rowan, como si necesitara asegurarse de no estar molestando con su sola presencia.
Dalia sonrió con tristeza.
—No te preocupes —le dijo con dulzura—. Está todo olvidado.
Comieron en silencio. Cuando terminaron, Rowan levantó la mirada hacia Mirah.
—Puedes retirarte a la habitación —ordenó, sin emoción.
Mirah se levantó obediente, cabizbajo, con lágrimas que apenas se contenían. Caminó hacia su cuarto como si llevara el mundo en la espalda.
Cuando la puerta se cerró, Dalia golpeó la mesa con el tenedor.
—¡Esto es excesivo, Rowan! —le recriminó con seriedad—. ¡Lo entiendo! Sé por qué estás haciendo todo esto, ¡pero él está... está destruido! ¡Parecía muerto en vida! ¡Y tú lo sabes!
Rowan bebió un sorbo de vino, imperturbable.
—No es solo por la bofetada —replicó—. Ya había demasiadas escenas de celos, reclamos, desconfianzas. Le advertí que no lo toleraría más. Le di un ultimátum. No es solo este error, es la suma de todos.
—Aun así —insistió Dalia, apretando los labios—, cancelar la boda... dejarlo así, hundido... ¿no crees que es demasiado?
Rowan la miró directo a los ojos.
—Mirah está bien —respondió con frialdad—. Solo necesita tiempo.
Dalia se quedó en silencio, pero su mirada de reproche lo atravesaba como una flecha.
No dijo nada más, pero su expresión era clara:
no aprobaba lo que él estaba haciendo.