Mirah estaba sentado al borde de la cama, las manos temblorosas, la cabeza llena de pensamientos que no encontraban orden.
Llevaba días intentando mantenerse a distancia de Rowan, esperando que el enojo se apagara, pero el frío de su indiferencia solo había crecido como una muralla infranqueable.
—¿Qué debo hacer...? —murmuró para sí, sintiendo que la garganta le ardía de tanto llorar en silencio.
Finalmente tomó una decisión.
Había una persona que siempre sabía qué hacer: su madre. Si alguien podía darle un consejo, era ella. Así que, aunque le costara mover el cuerpo adolorido, se vistió con lo primero que encontró y fue a verla.
Cuando llegó, su madre lo recibió con un gesto severo, pero detrás de esa mirada crítica, había una chispa de preocupación.
Mirah estaba demacrado, pálido, con los ojos hundidos, parecía a punto de quebrarse.
—Mírate, Mirah. Pareces un muerto caminando. ¿De verdad esperabas recuperarlo viéndote así? —fue lo primero que le dijo mientras lo hacía sentar.
Mirah bajó la mirada, avergonzado.
—No sé qué hacer, mamá... si me acerco, temo molestarlo. Pero si no hago nada, siento que me está olvidando.
Su madre suspiró, exasperada.
—Qué tonto eres. Lo has arruinado todo por dejarte llevar por tus impulsos —lo reprendió—. Y encima te presentas así... tan patético. Así es fácil para Rowan eliminarte y buscarse a otro. Te lo dije... los aristócratas no son inocentes, ni nobles. Es cuestión de tiempo para que te desechen.
Mirah sintió que algo le apretaba el pecho.
—Entonces... ¿qué hago? —preguntó, con voz temblorosa.
Su madre se inclinó hacia él, mirándolo con dureza.
—Para empezar, arréglate. Péinate, arréglate la cara, ponte ropa que realce tu cuerpo. Sedúcelo. Todo se soluciona en la cama, Mirah. ¿O creías que con tus lágrimas lo ibas a recuperar? Así como estás, no seduces a nadie.
—Ya lo intenté —susurró Mirah—. Traté de acercarme... pero Rowan no cede. No sé cómo llamarle la atención sin que me rechace o se enoje.
Su madre se cruzó de brazos, pensativa.
—Entonces déjalo, Mirah. Si ya no tienes oportunidad, al menos no te humilles más.
—¡No! —Mirah se irguió rápido, con pánico en la voz—. Rowan no me dejará... no... no puede dejarme.
Su madre lo observó en silencio unos segundos. Entonces suspiró y dijo:
—Si de verdad no quieres que te deje, solo queda una opción.
Mirah la miró con inquietud.
—¿Cuál?
Ella se acercó y, sin titubear, soltó:
—Debes embarazarlo.
Mirah se quedó boquiabierto, sin palabras.
—Un hijo siempre ata. Si hay un hijo, él no podrá deshacerse de ti tan fácilmente. Te necesitará cerca. Así funciona en nuestra sociedad.
—¿Un bebé...? —murmuró Mirah, dudoso—. Pero... es algo muy grande, mamá... un niño...
Su madre le tomó la barbilla y lo hizo mirarla fijo.
—¿Y entonces qué quieres? —preguntó con frialdad—. ¿Ver cómo te desecha y te reemplaza por otro más joven y más bonito?
Si sigues así, eso es lo que pasará. Debes aprovechar ahora que aún no te ha echado de su lado.
Si no quieres perderlo, embarázalo y átalo a ti para siempre.
Mirah tragó saliva.
Sus pensamientos se arremolinaron, pero la desesperación era un veneno que se filtraba por cada rincón de su mente.
Finalmente, con voz baja, murmuró:
—...Está bien. Lo haré.
—Bien. —su madre sonrió, satisfecha—. Ahora, planea bien cómo lo harás. Tienes que conseguirlo rápido... antes de que Rowan te saque de su vida definitivamente.
Y así, con el rostro sombrío pero la decisión firmada en el pecho, Mirah comenzó a pensar en un plan.
Un plan para atar a Rowan a él para siempre.