Mirah llevaba días maquinando, rompiéndose la cabeza buscando una solución.
Cada idea que le cruzaba la mente le parecía mezquina o desesperada.
Pero cada vez que pensaba en perder a Rowan, su corazón se agitaba con un pánico insoportable.
Solo había una opción que no lograba sacarse de la cabeza. Aprovecharse de las feromonas de Rowan.
Sabía cuánto lo dominaba ese instinto, cómo lo deseaba cuando estaba alterado...
Pero incluso así, le repugnaba la idea de forzar ese deseo.
No quería ser una carga ni un recurso al que él acudiera solo porque no podía resistirse.
—No quiero... que sea así... —susurraba, sentado en la cama, mientras apretaba las sábanas—. Pero si no hago nada... me dejará.
Las horas se deslizaban entre la duda y el remordimiento, hasta que la noche cayó por completo.
Rowan había estado ausente todo el día, y cuando finalmente entró en la habitación, su presencia trajo un escalofrío al cuerpo de Mirah.
Él lo observó en silencio desde la cama, hasta que vio cómo Rowan se acercaba al mueble y sacaba su pijama, pero no parecía que fuera a cambiarse allí.
Mirah, con el corazón acelerado, no pudo contenerse.
—¿A dónde vas? —preguntó en voz baja.
Rowan se detuvo, sin mirarlo, mientras sostenía la ropa.
—Dormiré en otra habitación. A partir de ahora.
La frase cayó como un balde de agua helada sobre Mirah.
Su cuerpo se tensó, la respiración se le agitó.
—¿Qué...? No. No es posible. ¡Esta es tu habitación! Esta es tu cama... ¿A dónde irás? —la voz de Mirah subió, desesperada.
Rowan giró apenas la cabeza, lanzándole una mirada breve, fría... pero no respondió.
Ese silencio lo hizo estallar.
Mirah se levantó rápidamente, se acercó a pasos cortos, el miedo convertido en rabia.
—¡Te vas porque quieres buscar placer en otro lado, ¿verdad?! —le gritó—.
¿Es eso? ¿Es que quieres otro cuerpo que no sea el mío?
Y sin esperar respuesta, intentó besarlo, acercándose, buscando su cuello, besándolo con ansiedad, con la voz quebrada.
—Pero yo puedo complacerte... Rowan. Yo puedo hacerlo... —susurraba mientras lo besaba.
Rowan se apartó con brusquedad, con una expresión de fastidio.
—No es por eso. Solo quiero dormir en otra habitación.
Y con eso, se dio la vuelta y salió, sin mirar atrás.
Mirah se quedó allí, con la respiración agitada, mirando la puerta que se cerraba.
Entonces... lo sintió. Ese aroma débil pero punzante... feromonas de otro alfa.
—...Claro. —susurró. Las lágrimas le ardían—. Ya tienes a otro...
En un arrebato de rabia, tiró con fuerza los objetos de la mesa. Los adornos y papeles volaron, el ruido llenando la habitación.
—¡Maldito seas, Rowan! —gritó, temblando.
Se arrodilló en el suelo, jadeando, con el cuerpo tembloroso.
Sus lágrimas caían al piso, mezcladas con el polvo.
—...Está bien. Está bien. Lo haré.
Lo que tanto había evitado... lo haría. No le quedaba más opción.
Se limpió el rostro con el dorso de la mano, la mirada enrojecida por el llanto y la furia.
—Así lo quisiste, Rowan.
Y con esa promesa susurrada, su corazón se endureció.
Estaba dispuesto a hacer lo que fuera.