La casa estaba impregnada. Cada rincón olía a Mirah: a su esencia, a sus feromonas que había derramado de manera intencional por días. Incluso había comprado un afrodisíaco caro, uno que había disuelto en la copa que ahora reposaba en la mesa del salón. Todo estaba planeado.
Cuando Rowan llegó, su rostro mostraba agotamiento, pero también... algo extraño. Mirah percibía que estaba ligeramente desorientado, quizá había bebido con sus compañeros. Mejor aún. Todo sería más fácil.
—Estaba esperándote —dijo Mirah con una sonrisa torcida, alzando la copa—. Ven, bebe conmigo.
Rowan negó con la cabeza. —No, Mirah. No quiero.
Pero Mirah no se detuvo. Caminó hacia él, acariciando su brazo, rozando sus labios contra su cuello mientras murmuraba: —Solo una copa... por mí.
Rowan, confuso, cerró los ojos un instante. La fragancia, las feromonas, el ambiente cálido... todo lo hacía sentirse incómodo, pero a la vez vulnerable. Al final, tomó la copa y bebió un sorbo, sin ganas.
Mirah sonrió. Ya estaba hecho. Pronto, el afrodisíaco haría efecto, y con sus feromonas dominando la habitación, Rowan no resistiría.
Cuando Rowan dejó la copa a un lado, Mirah se aferró a él, besándole el cuello con ansiedad, como si su vida dependiera de eso.
—Te amo, Rowan... ¿por qué no puedes amarme igual? —susurró entre besos desesperados—. ¿No entiendes? ¡Tú eres mío! ¿Verdad...? Dímelo. Dímelo, por favor...
Rowan, perdido, apenas asintió. Un asentimiento débil, quizá inconsciente.
Para Mirah fue suficiente. Con una sonrisa rota, lo levantó en brazos y lo llevó a la habitación. Rowan balbuceó algo, pero Mirah no lo escuchó.
En la cama, lo recostó y lo besó, lo tocó, lo desvistió con ansiedad.
—No... no quiero —murmuró Rowan, con la voz pesada, la frente perlada en sudor—. Me siento raro... hace calor...
—Shhh... déjate llevar —susurró Mirah—. Te prometo que será bueno... que solo yo puedo hacerte sentir bien.
Pero Rowan sacudió la cabeza, débil pero firme: —No quiero... por favor...
Las palabras de Rowan no bastaron para detener a Mirah, que cada vez actuaba más como un animal acorralado.
—¿Es que acaso tienes a otro? —gruñó, desnudándolo con brusquedad—. Dímelo. ¡Dímelo ahora!
—No... solo tú —susurró Rowan, con la voz quebrada—. Solo tú... pero basta... para...
Pero Mirah no se detuvo. Estaba decidido. —Esta noche serás mío. Para siempre. Mejor relájate...
Rowan lo miró, los ojos nublados, y sin fuerzas, respondió al beso. Un beso sin energía, sin pasión... solo un reflejo confuso provocado por el calor, por el afrodisíaco, por el cansancio.
Y Mirah, enceguecido por el deseo de poseerlo, continuó.
Mientras Mirah lo besaba con desesperación, Rowan de pronto empezó a sollozar en silencio. Al principio, Mirah no lo notó, cegado por su obsesión, pero el temblor en el cuerpo de Rowan y la humedad en su rostro lo obligaron a detenerse.
Mirah lo miró... y vio las lágrimas. Lentas, pesadas, reales.
Algo dentro de Mirah se rompió.
—Rowan... —susurró, con la voz rota. Retrocedió un poco, tembloroso—. ¿Qué estoy haciendo...? ¿Qué te estoy haciendo...?
De golpe, la culpa lo invadió. ¿En qué se había convertido?
Lo abrazó con fuerza, besando su frente mientras también lloraba.
—Perdóname... Perdóname, Rowan. Yo... no quería esto. Yo solo... Quiero estar contigo... Quiero que me mires como antes... Me estoy muriendo por dentro sin ti... pero no así, no de esta forma. Yo quiero hacer el amor contigo, con el amor que aún nos queda, que aún existe... Yo... te amo con mi alma entera.
Rowan se aferró débilmente a Mirah, llorando aún. Le costaba hablar, pero finalmente susurró, entrecortado:
—Yo también te amo... Mirah... siempre te he amado... solo que me siento perdido... no quiero que nos hagamos daño...
Mirah acarició su rostro con ternura, besó sus lágrimas y le juró en voz baja que no volvería a forzarlo jamás, que solo quería amarlo de la manera correcta.
Rowan, entonces, lo miró con esos ojos vulnerables, heridos, pero todavía enamorados. Y le susurró:
—Entonces... hazlo conmigo. Ahora. Porque yo también lo quiero... contigo.
Mirah lo besó con cariño, dejando que esta vez fuera diferente. Cada caricia, cada beso, fue lento, con lágrimas en los labios pero amor en cada gesto. Ya no era posesión, ni obsesión. Era un intento desesperado de volver a conectar... el amor que un dia fue.