Rowan cerró la puerta de la habitación que había convertido en su refugio desde la última pelea con Mirah. El silencio ahí era distinto, más frío, pero al menos era suyo. Se dejó caer sobre la cama, frotándose el rostro con las manos, intentando ordenar sus pensamientos.
Había algo que no encajaba, algo que lo carcomía desde que había despertado junto a Mirah.
Se recostó, mirando el techo, intentando forzar a su mente a llenar los huecos. El cansancio, sin embargo, fue más fuerte, y pronto sus párpados pesaron.
El sueño lo atrapó.
…
Recordó llegar a casa, el cansancio golpeándole como una ola. Mirah estaba allí, esperándolo, con una copa de vino en la mano y esa sonrisa dulce que sabía utilizar como arma.
—Bebamos juntos —había dicho.
Él, sin pensarlo demasiado, aceptó… pero no tardó en notar algo extraño. Un calor febril comenzó a recorrerle el cuerpo, las manos le temblaban, y su respiración se aceleraba.
—¿Rowan? —la voz de Mirah, suave pero ansiosa, lo acompañó mientras lo guiaba hasta la cama.
Rowan apenas podía pensar con claridad. Luego, los labios de Mirah se acercaron a los suyos. Instintivamente, giró el rostro.
—No quiero… —murmuró.
Pero Mirah insistió, su toque más firme, sus labios buscando los suyos. Hasta que… lágrimas. Rowan sintió las suyas rodar por las mejillas.
Fue entonces cuando Mirah se detuvo. Su expresión cambió, como si de pronto hubiera despertado de algo. Lo abrazó, murmurando disculpas, confesándole lo mucho que lo amaba, que estaba muriendo lentamente sin él.
Rowan, atrapado entre el desconcierto y ese calor que no se disipaba, cedió. Lo besó de vuelta. Y el resto… el resto fue un torbellino compartido.
…
Despertó con un leve sobresalto, parpadeando en la penumbra.
El sueño le había devuelto demasiados detalles, y entre ellos, una certeza incómoda: algo tenía esa bebida. Algo que lo había hecho comportarse así.
Mirah lo había manipulado.
Y, contra todo pronóstico, eso le sacó una sonrisa.
—Vaya… —murmuró para sí, ladeando la cabeza—. Qué divertido eres, Mirah… atreverte a manipular mi copa.
No era que lo complaciera la idea de ser engañado, pero no podía evitar reconocerle el ingenio. Era tan fastidioso… y, al mismo tiempo, tan entretenido.
Quizá, pensó, sería mejor fingir que todo estaba bien. Dejarlo creer que había ganado, y continuar con su relación como si nada hubiera pasado.
Después de todo, jugar con Mirah siempre había sido… fascinante.
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El pasillo estaba sumido en penumbra, apenas iluminado por la luz que se colaba desde la ventana del fondo. Mirah avanzó con paso lento, casi felino, como si temiera que cualquier ruido rompiera el delicado hilo de valor que lo empujaba hacia el cuarto de Rowan.
No solía ser así, pero había algo en esa noche… algo que le revolvía el pecho y lo impulsaba a buscarlo.
La puerta de Rowan estaba entreabierta. Una cálida penumbra se filtraba desde dentro. Mirah respiró hondo, empujó suavemente y se asomó.
Rowan estaba sentado sobre la cama, con la espalda recargada en la cabecera. Su camisón caía sobre sus hombros, y sus manos descansaban sobre el vientre, acariciándolo de manera distraída. Al levantar la vista, sus ojos se encontraron con los de Mirah.
—¿No podías dormir? —preguntó Rowan, arqueando una ceja.
Mirah cerró la puerta tras de sí y, sin responder, caminó hasta el borde de la cama. Se sentó a su lado, lo bastante cerca para que sus rodillas se rozaran.
—En realidad… venía a preguntarte algo. —Su voz se tiñó de una intención que Rowan no tardó en notar—. ¿Ya recordaste nuestra noche especial?
Rowan lo observó en silencio durante unos segundos, luego dejó escapar una sonrisa suave, casi traviesa.
—No… —dijo, inclinándose apenas—. No recuerdo mucho.
Las palabras apenas se habían disipado en el aire cuando Rowan, sin previo aviso, inclinó el rostro y lo besó. Fue un roce breve, tibio… pero suficiente para encender un incendio en el pecho de Mirah.
Sorprendido, Mirah parpadeó un instante, sintiendo cómo la sorpresa se mezclaba con una oleada de emoción. Luego, como si su cuerpo actuara por cuenta propia, posó una mano en la nuca de Rowan y le devolvió el beso, esta vez más intenso, más profundo.
Rowan no retrocedió. Al contrario, sus labios respondieron, entreabriéndose para permitir que el contacto se volviera más urgente. El corazón de Mirah latía a un ritmo frenético; cada segundo parecía arrastrarlo hacia un lugar del que no quería salir.
El aire en la habitación se volvió denso, cargado de una electricidad que amenazaba con borrar cualquier recuerdo, cualquier duda.
—Podríamos… —murmuró Mirah, apenas separando sus labios de los de Rowan—. Podríamos hacer que lo recuerdes esta misma noche.
Rowan lo miró con esa mezcla de curiosidad y picardía que tantas veces lo desarmaba. No respondió con palabras. En cambio, volvió a besarlo, más lento esta vez, pero con una determinación que hablaba por sí sola.
Y así, bajo la tenue luz de la lámpara, los dos dejaron que la noche se encargara del resto.