Un año y medio después...
Ahí va él, caminando tranquilamente hacia la casa contigua. Sabía que lo miraba. Estoy segura. Jamás vuelve la cabeza. Pero lo sabe, y sabe que yo lo sé. No importa cuántas vueltas le dé en mi cabeza, no logro comprender cuál es el punto de tocar la puerta e irse al segundo; sin inmutarse, sin ningún tipo de remordimiento. Como si no hubiera hecho a alguien levantarse de su cómoda cama.
Su horario es de siete a nueve de la noche, dentro de ese lapso de tiempo hace acto de presencia. Es terriblemente irónico que, a pesar de haberlo visto ya tantas veces, no conozca su rostro. Es díficil ver la cara a alguien cuando sólo has vislumbrado su espalda al caminar. El no saber cómo luce me causa mucha más curiosidad. Además, ¿Quién se cree que es para tocar mi puerta cada noche y no permitirme ver su rostro?
Conozco de memoria el sonido en su manera de tocar y, ah, también su espalda. Creo que vende algún producto, probablemente comestible. Si ese es el caso, su estrategia de venta es de lo más absurda. ¿Espera que le compre mágicamente sin saber siquiera qué es lo que vende? ¿Y qué? ¿Le hago la transferencia del pago por telepatía? He intentado mirarlo desde la ventana de la sala más veces de las que mi dignidad me permite admitir. Sin éxito, he de decir. Es humanamente imposible con las barras de metal que no dejan ni asomar un poquito la cabeza para fisgonear. Además, se volvió todavía más complicado desde que uno de los vecinos habló con mi madre, quejándose de que “la jovencita extraña con la que vivía lo acosaba". Ahora tengo que fijarme bien y asegurarme de que no haya ningún señor con la mitad de la cabeza pelada en mi campo de visión.
Me gustaría decir que toda esta situación es una molestia pero, desde la posibilidad de recibir una orden de alejamiento hasta el hecho de que un desconocido toque extrañamente a mi puerta todas las noches... Todo es tan emocionante.
Tengo un par de ideas para atraparlo. La primera es bajar a la velocidad de la luz los tres pisos de escalones desde mi habitación hasta la entrada principal, alto riesgo de partirse la cara así que está medio descartada. La segunda tampoco es muy tentadora, consiste en sentarme por horas en la puerta hasta que aparezca y atraparlo infraganti.
Tengo que buscar un pasatiempo.
—¿A qué hora piensas acostarte? —preguntó una voz a mis espaldas.
—En un rato —respondí distraída, aún con la cara pegada a la ventana.
—¿Estás acosando de nuevo a Don Alberto? — cuestionó con reproche. Me volví, ofendida.
—Claro que no. Nunca lo he acosado, esas veces ni siquiera lo estaba mirando a él —chillé. Era una calumnia y una ofensa que mi propia madre pensara que yo ando detrás de viejos calvos con sueldo mínimo —¿Te volvió a decir algo ese viejo convencido? Tu sabes que a mí no-
—Ya, ya —cortó la mayor alzando la mano para que me callara —Vete a dormir. Mañana tienes que madrugar.
—Todavía no tengo sueño.
—Pues anda a acostarme a mirar el techo hasta que lo tengas —ordenó. Acto seguido, apagó las luces y comenzó a caminar escalera arriba. No tuvo que decírmelo dos veces. Nuestra casa de noche daba las vibras de cabaña terrorífica donde el dueño anterior se ahorcó en el porche. Al menos en mi habitación puedo encender la luz.
••••
Qué día tan agotador. Y ni siquiera son las siete de la mañana.
Llegué a la escuela a eso de las 6:13 a.m. y, oh, sorpresa: La hora de entrada había cambiado a las ocho. Maldigo a todos los que no tuvieron la cortesía de avisarme y a mí misma, porque si no hubiese faltado el viernes de la semana pasada me habría ahorrado el disgusto. También habría podido dormir dos horas más.
Solté un quejido y me dejé caer al suelo, justo frente a la puerta de la biblioteca, que estaba cerrada. Ni siquiera puedo refugiarme del frío.
—Tonta. Tonta. Tonta.
—¿Blues?
¿Mm?
Alcé la cabeza. Un chico bastante bajo, con su típica carpeta gigante en una mano —no entiendo por qué carga tantos papeles— me observaba con curiosidad.
—¿Luca? ¿Eres tú, Luca? —pregunté lo obvio, llevándome las manos a la boca con exagerada emoción —¿También te confundiste?
Intenté sonar compungida por el error, pero ese “¿También te confundiste?" me salió demasiado feliz.
—Eh, no. Tengo una reunión a las siete y media —aclaró riéndose —muy probablemente— de mí. Acto seguido, se sentó a mi lado, dejando su papeleo donde pudiera verlo.
—Ah...
Apreté los labios, tragándome la vergüenza. Y yo que me iba a burlar.
—Pero no fuiste la única —dijo al cabo de unos momentos.
—¿Ah, no? —reí con malicia. Si éramos dos entonces no me sentía tan mal.
—Vi a Kristopher en la cafetería. Debe haber llegado hace rato también.
Kristopher...
Como si fuera un acto reflejo, mi cara se transformó en esa mueca que uno hace al probar por primera vez el wasabi. Las mañanas en la escuela siempre son agradables hasta que alguien lo menciona.
—Ah... ¿Y tú a qué hora llegaste?
—Eh... A las 5:55.
—¡¿Qué?! —salté, horrorizada. ¿A qué hora se había levantado? Dijo que tenía una reunión a las siete y media, ¿No? ¿Escuché mal? —¿Tu reunión no es después de las siete?
—Sí, pero quería organizarme bien antes así que...
Mi mirada se dirigió a la carpeta a punto de explotar que había dejado recostada en la pared de enfrente. Me pregunté si con “organizarse bien" se refería a leer todos esos papeles.
—Cosas de ser el representante estudiantil —dije, encogiéndome de hombros.
Se rió.
—Supongo que sí.
Los siguientes cuarenta minutos no hicimos mucho. Estuvimos sentados hablando de nada especialmente interesante y vagando por ahí para matar el tiempo. Luego, a las siete veinticinco, Luca se despidió para ir a su dichosa reunión. Me sentí algo aliviada, ya se me habían acabado los temas de conversación.
Suelo ser muy habladora con mis amigos cercanos pero con el resto me bloqueo, llega un punto en el que no hay nada para decir y se vuelve muy incómodo. Pensé que era algo de “fluir" y ya pero las veces que he intentado “fluir" con gente externa acaban tratándome como una confianzuda, esa gente pasada que nadie quiere cerca porque actúa como si fueran amigos.