—¿Estás bien? ¿No puedes hablar? ¡Ay, niña! ¡Cómo vas a caerte así! — alcé la mirada, encontrándome con un rostro alarmado. Sus manos arrugadas comenzaron a tocar —sin permiso, cabe aclarar —mis brazos y rostro en busca de heridas — Fue una caída fuerte. No te golpeaste la cabeza, ¿O sí?
—Creo que no...
Solté una pequeña risa pensando que habría preferido golpearme la cabeza, esta no podría estar peor. En cambio, el ardor en mis palmas era algo que, en definitiva, querría haber evitado.
—Gracias —sonreí, intentando recuperar el soporte en los pies. La señora prácticamente estaba sosteniendo mi cuerpo, andaba con un bastón —ya veo con qué me tropecé— y sus piernas tenían un temblor casi imperceptible. ¿Cómo iba a ayudarme a caminar? Acabaríamos dos personas en el suelo en vez de una.
Ella hizo un mohín, revoleando los ojos antes de sujetar mis brazos sin permiso, otra vez.
—Está bien. No tiene que-
La mayor, quién pareció leer mis pensamientos, soltó, en tono irónicamente burlón:
—Tengo de debilidad en el cuerpo lo que tú de coordinación en los pies, muchachita.
Auch.
Tuve ganas de recordarle que mi altercado con el suelo no fue por un tema de coordinación sino más bien por un objeto no identificado que alguien atravesó en mi camino, justo frente a mis pies. No obstante, me mordí la lengua. Después de todo, estaba ayudándome.
—Gracias—musité al cabo de unos segundos, sacudiendo la tierra que se me había pegado a los raspones de las palmas. Esto va a doler más tarde a la hora del baño.
—¡Dios santo! —bramó de pronto la anciana, llevándose las manos al pecho— ¡Tus rodillas, muchacha!
¿Mis rodillas?
Alcé la pierna con algo de dificultad, tratando de averiguar qué era lo que había espantado así a la abuelita.
Yo también me espanté, pero no por mis rodillas ensangrentadas, llenas de hojas secas y suciedad pegada a la carne pelada. No.
Mi...
—Ay, no. ¡Se me rompió la sudadera!
—¡¿Qué sandeces estás diciendo, mocosa?! —me reprendió. Admiro la habilidad que tienen los viejitos para ser groseros con desconocidos y, al mismo tiempo, amables—. ¡Tus rodillas! ¡Tus rodillas!
—Se ve peor de lo que se siente —mentí— No se preocupe.
—¿Cómo no me voy a preocupar si te veo la carne viva?—graznó.
—La sangre es escandalosa —repliqué, recibiendo una mirada de horror.
—¿No sientes dolor acaso?
Sí. Pero en el bolsillo. Gemí con pesar, viendo el estado en el que había quedado mi uniforme de educación física recién adquirido. Con todo lo que me esforcé para comprarla...
—Dios santísimo —exhaló la mayor —Estás escurriendo sangre, ¿Y te preocupas por tu sudadera?
—Tengo mucha sangre en el cuerpo. Pero no tendré dinero hasta fin de mes —lloriqueé.
¿Cuántas iban ya? ¿Tres? Había arruinado las dos primeras el mes pasado, y mi madre no estuvo nada contenta cuando le informé que necesitaba una tercera. Por eso me vi en la obligación de compararla yo misma.
“Usa tu propio dinero. A ver si de paso aprendes a administrar tus finanzas" había dicho justo antes de dejarme a mi suerte.
—Estos niños de hoy en día... —negó, sujetándome del brazo —Vamos.
—¿Disculpe?
—Por Dios, niña. No me mires así. Puedes estar segura de que no soy una secuestradora.
—Tranquilizador, sin dudas —murmuré. A mi mente vinieron otros términos diferentes a "secuestradora" que podían atribuírsele a una persona no tan confiable. ¿Había sido planeado que me cayera con su bastón? ¿Así podía raptarme con facilidad? — ¿A dónde... piensa llevarme...?
—Tch. Vivimos en el mismo vecindario, niña tonta.
—¿Ah, sí?
••••
Su nombre es Cristine, y hace un año que vive en la casa de enfrente. Es mi vecina. No me sorprende no haberla visto antes; rara vez salgo de casa, excepto cuando voy a la escuela.
Me desconcertó que alguien de su edad viviera sola en un espacio tan grande. ¿No tenía familia? ¿Parientes? ¿Alguien que la cuidara? Su casa estaba impecable, tan pulcra y ordenada que estuve a punto de colgarme de una cortina para no ensuciar nada. No era posible que una señora mayor se encargara sola de una vivienda como esa. Al igual que la mía, tenía cuatro pisos, cinco si contamos la terraza.
Quizá los demás miembros de su familia no están en casa en este momento.
—¿Vive sola? —las palabras salieron de mi boca antes de que me diera cuenta —No es por ser metiche, es que —balbuceé enseguida, dándome garrotazos mentales— Es que hay tanto silencio y usted parece una señora agradable... Y pues...
A ella pareció hacerle gracia mi nerviosismo, porque soltó una carcajada y dijo:
—No te pongas tan nerviosa, muchacha. No me molesta la curiosidad. Y sí, vivo sola. Aunque mi nieto viene todos los días y a veces se queda a dormir, es como si viviera conmigo.
—Oh... Entiendo.
Un nieto que la visita a diario. Bueno, eso es aceptable.
Luego de que Cristine me limpiara las heridas y tuviera la amabilidad de ponerme pomada y vendaje, me dispuse a volver a casa.
—Muchas gracias por todo —dije con sinceridad. Es raro encontrar gente tan amable hoy en día; alguien te sonríe o te saluda en la calle y lo primero que piensas es que te va a robar.
Fue un gran consuelo que solo tuviera que cruzar la calle para llegar a mi casa. Cojearía unos cuantos metros hasta la puerta y entonces, al fin, podría ser feliz. Sonreí pensando en la comodidad de mi cama, mi televisor y los episodios pendientes de aquella serie.
No obstante, la señora tenía otros planes para mí. Me sujetó del brazo e insistió en que me quedara a comer. Yo, muy educadamente, rechacé su ofrecimiento, pero...
—Por favor. Hay pocas cosas más deprimentes para una anciana como yo que sentarse sola a la mesa. Mi nieto volverá a eso de las seis, está siempre tan ocupado... —suspiró con pesar— Me siento terriblemente sola cuando no está. Acompáñame, por favor.