Your face

Capítulo 11

Octubre.

El mes del diablo. O eso afirman los poco conocedores.

No hagan caso jamás a ningún evangélico resentido que diga que el Halloween es una alabanza a Satanás.

Es decir, la gente regala y recibe dulces vestidos de forma ridícula. ¿Cómo podría eso ser algo satánico?

Es el mes de la diabetes y los disfraces llamativos. Y mi favorito.

Sonreí ampliamente, mirando a mi alrededor con emoción.

—¡Oigan, las calaveras van afuera! —gritó Evelin, la exrepresentante del curso. Su cara enrojecida parecía a punto de estallar. Ella suele estresarse con facilidad.

Reí, viendo a la chica trotar hacia el grupo de chicos encargados de los esqueletos.

Los preparativos de la decoración para Halloween se hacen el primer día de dicho mes. Es decir: hoy.

Es muy gracioso ver a todos discutir sobre dónde va cada cosa, también lo mucho que se esfuerzan para no romper nada. La escuela no tiene presupuesto para el papel higiénico, mucho menos para decoraciones de esta índole. Todo había salido de nuestro propio bolsillo. Y nos enorgullece mucho ser el único curso en toda la escuela que se esfuerza tanto con las decoraciones. Ya sea Halloween, San Valentín o Navidad, siempre nos queda espectacular.

Cierto, ¿y dónde se había metido Taylor? Necesitaba hablar con él, pero no lo había visto en todo el día. Era importante, y mientras más lo pensaba, más me impacientaba. Iba a preguntarle a Luca, aunque conociéndolo seguro estaba demasiado ocupado colgando arañas como para darme una respuesta coherente. De todos modos, no perdía nada al hacerlo.

Antes de que pudiera abrir la boca, un comentario lleno de veneno llegó a mis oídos.

—Si se esforzaran así para estudiar... —resopló un maestro que pasaba frente al aula, caminando con aires de superioridad.

Alcé una ceja, viendo cómo la pelada cabeza se alejaba con la amargura de alguien que claramente había perdido más que el cabello.

—Tiene envidia porque nosotros sí tenemos pelo —dije al aire.

Luca, quien estaba muy concentrado en su tarea de pegar las arañas al techo —o eso pensé— soltó una carcajada que provocó que la escalera se sacudiera ligeramente. Me aferré con fuerza, a punto de pedirle que dejara de moverse si no quería acabar con la cabeza estampada contra el suelo. Abrí la boca para advertirle, pero no tuve tiempo: un grueso hilo de silicón caliente se derramó directo en mi muñeca.

Un grito ahogado se me escapó de la garganta y el intenso dolor me hizo olvidar mi labor de sostener la escalera. La punzada ardiente me recorrió el brazo, como si me hubiesen marcado con hierro al rojo vivo.

Luca se volvió, horrorizado, viendo cómo mi piel enrojecía a una velocidad arrolladora. Sin perder tiempo, bajó de la plataforma, casi saltando los peldaños.

—¡Lo siento! —exclamó ya frente a mí— ¡Blues, perdón! Fue un accidente, yo...

Gemí, sintiendo la piel escocer, como si cada segundo alguien apretara más la herida.

—No te preocupes —articulé, intentando formar una sonrisa tranquilizadora.

—Oh, no... Está muy roja tu mano, Blues...

Llevé mis ojos a la herida y sí, efectivamente, no solo estaba roja, sino que comenzaba a hincharse, casi como si la estuvieran llenando de aire, tirante y sensible al mínimo roce.

Evelin y otros más se acercaron como buenos chismosos. Digo, compañeros*.

—Oímos un grito. ¿Todo bien...? Oh, por Dios —la chica abrió la boca con horror— Tu mano...

Solté un quejido, viendo cómo el hilo espeso se endurecía adherido a mi piel. El contraste del calor que todavía quemaba con la frialdad repentina del silicón solidificado me hizo estremecer.

—¿Q-qué hacemos? —preguntó Luca a nadie en específico.

Agradecí que la mitad del grupo anduviese por toda la escuela buscando materiales para usar. Los que estaban aquí ya habían formado todo un tumulto a mi alrededor, empujándose con disimulo mientras trataban de averiguar qué había ocurrido. El dolor punzante en mi muñeca se hacía más intenso, como un tambor insistente. Miré alrededor, buscando una cabellera roja entre la multitud sin resultado alguno. MJ se había ido hacía un buen rato con la profesora de arte a buscar cinta adhesiva, pero Angie estaba aquí la última vez que me fijé. Seguro fue con Louis a algún lado.

Maldición.

—¿Lla-llamamos a un profesor? —preguntó Luca, otra vez sin recibir respuesta.

Todos estaban más interesados en ver la herida que en cualquier otra cosa.

—¿Pueden... darme permiso para pasar? —articulé lo más fuerte que pude.

Nadie se movió; seguían preguntando estupideces del tipo: “¿Te duele?”, “¿Qué pasó?”, “¿Fue Luca?”, “¿Qué hacemos?” Iba a pedir permiso de nuevo cuando una cabellera negra se abrió paso entre todos, dando empujones y codazos a diestra y siniestra.

Los ojos de Kristopher se posaron en mi rostro contraído de dolor, para luego bajar hasta mi muñeca. Sin pedir permiso, comenzó a examinar mi mano, sujetándola con suavidad; acto seguido, pasó su pulgar con cuidado, como si intentara medir el daño con el tacto. Sus dedos apenas temblaban al rozarme, como si temiera lastimarme más. Un jadeo de dolor se me escapó de la garganta.

Sus cejas se fruncieron, dibujando en su rostro una expresión que no supe interpretar. ¿Enojo? ¿Concentración? ¿Preocupación, tal vez?

Antes de poder analizarlo, me tomó del brazo y me condujo fuera de la multitud, con firmeza pero sin brusquedad. No opuse mucha resistencia, caminé tras él, dejando atrás a un puñado de estudiantes curiosos con la boca abierta.

Dios. Esto sí que daría de qué hablar. Estuve a punto de soltarme y marcharme en dirección contraria, pero eso habría alimentado todavía más las habladurías.

—Oye... Suéltame —me quejé; el tono había salido mucho menos firme de lo que pretendía. Genial, justo lo que necesitaba: sonar débil frente a él.

Carraspeé.

—¿Podrías soltarme? —repetí, esta vez con sequedad. Sin embargo, el pelinegro optó por ignorarme. De nuevo.



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En el texto hay: romance drama, humor comedia

Editado: 11.10.2025

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