Resolver los problemas por el camino difícil nunca se me ha dado bien.
Las personas mayores suelen decir: “Si vas siempre por el camino fácil, entonces no podrás avanzar cuando no tengas más opción que recorrer el difícil.”
No les quito la razón, en serio. Solo digo que, si hay una manera fácil de hacerlo, ¿por qué escoger la difícil? No tiene sentido.
Me gustaría tener un camino fácil en este momento.
Hablar con la señora Galicia no me había dado mucha más información sobre el mermelero. ¿Cómo era posible que fueran “socios" —así es como ella lo llamaba— y ni siquiera tuviera su número telefónico? Ni su apellido, ni un correo electrónico, o yo qué sé. Resulta que la señora no solo se encargaba de entregar las mermeladas y conseguir clientes; también manejaba las finanzas.
Además, me contó que se reunían dos veces por semana en su casa. Pensé que esa sería mi oportunidad, pero cuando le pedí que me lo presentara, su respuesta me dejó todavía más intrigada.
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—Oh... Lo siento, cariño. No puedo hacer eso.
—¿Por qué no?—cuestioné, haciendo acopio de todas mis fuerzas para no perder la compostura.
—Verás, Beni es un chico muy tímido. Y lo primero que me pidió fue mantener su anonimato. Ni siquiera me permite decirles a los demás que es él quien vende las mermeladas, no yo.
—Pero... me lo dijo a mí— repusé, haciendo mi mejor cara de perrito triste. Si esto continuaba así, acabaría suplicando a la mayor que me ayudara.
—Oh. ¡Pero es que contigo es diferente, querida!
—¿Diferente?
~Por favor, no diga que es porque confía mucho en mí. Sería un puñetazo directo a mi consciencia.~
Ella cubrió su boca, soltando una risita juguetona.
—¡Ya te enteraras, cariño! Ya te enteraras...
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¿Enterarme? ¡¿Enterarme de qué?! ¿La bocona más grande del vecindario ocultando información jugosa? Ja. En verdad que le agradaba ese chico.
Además, ¿“Tímido”? Sí, claro. Tímido mi trasero. Algo muy turbio debe estar ocultando. Mientras más descubro sobre él, más me convenzo de ello.
Miré el celular en mi mano, cuya pantalla estaba algo agrietada.
~ Voy a obtener respuestas. De una forma u otra. ~
—¿Qué haces? —preguntó una voz a mis espaldas, husmeando por encima de mi hombro.
Oculté el teléfono precipitadamente. Pero ella ya lo había visto.
—¿De quién es eso? —interrogó la morena.
—¿Qué cosa? —repuse, con inocente naturalidad, metiendo el aparato en mi bolsillo.
—No te hagas la tonta. Ese celular roto —dijo ella, intentando sacarlo de mi bolsillo— ¿Te lo encontraste?
—Sí —respondí simplemente, alejándome un poco.
MJ entrecerró los ojos, molesta.
—¿Y dónde lo encontraste?
—Por ahí —divagué, mirando alrededor.
—Ajá... ¿Y—?
—Oye, M., ¿qué harías si un completo extraño te escribe por la noche preguntándote si quieres probar su mermelada? —pregunté de pronto. Este tema estaba pendiente, y quería desviar la conversación, así que...
—¿Qué? —soltó la morena, cambiando por completo el tono de voz. La expresión escéptica en su cara se esfumó, siendo reemplazada casi de inmediato por una de picardía.
—¿En qué página para adultos andabas metida, pecadora?
—¿Qué? ¡Qué asco! ¡No es nada de eso! Hablo en serio. Mira —saqué mi teléfono y abrí el chat cuyo número seguía bloqueado.
La observé con atención. Si fueron ellas las que le dieron mi número a ese asqueroso, se va a disculpar enseguida y prometer que no lo volverá a hacer. Luego yo fingiré que sigo enojada y ella me comprará un helado para contentarme. Todos ganamos.
Además, necesitaba descartar la idea perturbadora que rondaba mi cabeza desde la noche en que fui tras ese tipo.
—¿Ya? —la apuré, deseando que dijera lo que necesitaba oír.
—Cálmate, chica. Ya sabes que leo lento... —murmuró, sin apartar los ojos de la pantalla.
—Son literalmente cuatro oraciones.
—Cuatro oraciones que tengo que analizar.
Volteé los ojos. Cuando finalmente levantó la vista, una mueca de desagrado le deformaba la cara.
—Qué... asco.
—¡Sí! ¡Exacto! ¡Por esto no pueden andar por ahí dando mi número a desconocidos! —recriminé, sonando más emocionada de lo que pretendía.
—Tienes razón. No deberíamos... Espera. ¿Qué?
—M, ya sabes lo que opino sobre eso. Creí que ya había quedado claro cuando lo hablé con ambas —le recordé. Aunque intentaba aparentar seriedad, no estaba enojada, sino aliviada. Si fueron ellas, entonces mi idea no tenía sentido. Solté el aire contenido. Claro, desde un principio no tuvo muchos fundamentos; era solo mi paranoia alimentando mi imaginación imperactiva.
Sin embargo, las palabras que pronunció la chica frente a mí me cayeron como un balde de agua helada.
—¿De qué hablas? —sus cejas se fruncieron con fuerza, dibujando una expresión de confusión que me tomó desprevenida.
—¿No fueron ustedes las que... le dieron mi número? —murmuré.
—No. Prometimos no volver a hacerlo, ¿recuerdas? —repuso MJ, algo ofendida por mi acusación.
Todo pareció ir más lento de pronto. El miedo y el desconcierto me invadieron, y la voz de MJ pasó a ser ruido de fondo. Miré alrededor, buscando a la persona que quizá podría ayudarme a responder todas mis preguntas.
Pero no la encontré. En su lugar, crucé miradas con un chico bajito, con su típica carpeta en una mano. Él me hizo un gesto de saludo que no duró más de un segundo antes de continuar con lo suyo.
Yo, sin perder tiempo, caminé hacia él.
—¿B? ¡Oye! ¿Adónde vas? —preguntó la chica tras de mí. Me volví.
—Te contaré todo después, M.
—¿Qué? ¡No! ¡Siempre dices así y no me dices nada!
—¡Lo prometo! —dije, antes de trotar hacia Luca, que estaba rodeado de gente. Me abrí paso disculpándome con los que tropezaba y mirando mal a los que no se disculpaban conmigo.