—Oye, Pitufina.
—Ya te dije que no me llames así. Yo no te ando diciendo “Vara de luz", ¿o sí?
—¿Qué... dijiste?
—Que eres alto y tan delgado como un palo. No te gusta que la gente te lo recuerde, ¿verdad?
—He sido muy amable contigo —gruñó el adolescente, mordiéndose la lengua. Sabía que estaba a punto de decir algo de lo que se arrepentiría— Agradece que no te llamo gnomo de jardín. Eres gorda y fea como ellos, ¿o no?
—¡Y tú eres un imbécil! —explotó la chica, tirando el presente que tanto tiempo le había tomado hacer.
Se levantó con brusquedad, notando cómo la garganta se le cerraba. Acto seguido, corrió hacia la casa antes de que él pudiera ver sus ojos cristalizados.
—¿Adónde vas? —preguntó el pelinegro a sus espaldas — ¡Si no aguantas una broma, entonces no empieces! —vociferó, viendo a la castaña alejarse— ¡Ey! ¡Te estoy hablando!
Kristopher soltó una maldición, con una punzada de culpa presionándole el pecho.
—Qué más da —bufó, recostándose en el césped.
~Es su culpa por iniciar discusiones que no puede terminar.~
Soltó un resoplido, lleno de ese orgullo infantil que lo caracterizaba. Sus ojos se dirigieron al lugar que la chica había ocupado hacía solo unos momentos. Una corona de flores azules lo sorprendió; la adornaba un pequeño moño de regalo.
Curioso, estiró el brazo y la tomó. Había una pequeña nota colgada cuya inscripción se sintió como un puñetazo directo al estómago.
“Para Kristopher. Mi primer y más querido amigo."
La imagen de un par de ojos marrones, llenos de lágrimas, se clavó en su mente como una espada filosa.
—Imbécil —murmuró para sus adentros.
Dudó un segundo antes de levantarse, debatiendo consigo mismo si valía la pena ir a buscarla.
—¡Vuelve aquí, Mogüel! —gritó, levantándose de un salto y corriendo tras la melena rizada. Una flor escapó de la corona, enredándose entre sus dedos como un recordatorio de lo que acababa de arruinar.
~~~
—¿D-dormiste bien? —pregunté, odiando cómo me tembló la voz. Me arrepentí al instante de haber abierto la boca.
~¿En serio? ¿“Dormiste bien"?~
~¿No se te ocurrió una respuesta más ridícula, Blues Mogüel?~
Él no dijo nada. Y yo supliqué a los cielos, a Dios, al universo... a cualquier entidad cósmica que anduviera haciendo caridad, que el zumbido eléctrico de la lámpara rota se oyera más fuerte que los latidos irregulares de mi propio corazón. Aparté la vista de sus ojos, su grisáceo color era tan hipnotizante que sentí que leía lo más profundo de mi ser.
—Creí que no había nadie aquí —logré formular en un susurro lo suficientemente fuerte para él lo oyera —Ya veo que sí. Así que...
Intenté apartar mi muñeca sin éxito.
—¿Puedes soltarme de una vez? —mi voz salió casi como una súplica. El agarre no era fuerte, pero sus dedos estaban justo sobre mi quemadura y ardía como el demonio.
Sus ojos bajaron a mi mano, y a la suya propia alrededor de esta. Y, como si no se hubiese dado cuenta de lo que hacía hasta ese momento, me soltó de inmediato.
—Lo siento —murmuró. Acto seguido, pasó sus manos por su cabello, y luego por su rostro, como si estuviese intentando despertarse del todo.
Aclaré mi garganta, enderezandome, dispuesta a irme. El sueño se me había ido por completo, ahora estoy preocupada de sufrir un paro cardiaco si mi pecho sigue palpitando de esta manera.
~Ay, Dios.~
Di media vuelta, disponiendo a irme por donde llegué. No obstante, Kristopher me sujetó el brazo, impidiendome dar un paso.
—Tu y yo tenemos que hablar.
—¿De qué o qué? —inquirí, alzando una ceja.
—¿Olvidaste nuestro trabajo final, compañera? —preguntó él, haciendo énfasis en la última palabra.
Suspiré con fastidio.
—Ojalá pudiera —dije para mis adentros.
—¿Sabes? Los ejercicios...
—“No se van a hacer solos." Sí, ya sé.
—La fecha límite no está muy lejos.
Lo sé.
Por molesto que fuera admitirlo, Kristopher tenía razón. Tenemos tres semanas de vacaciones y luego otras dos de escuela antes de que acabe el año escolar. Cinco semanas suena a que es tiempo suficiente, pero el trabajo era muy extenso. No solo eso: había que concentrarse al cien por ciento para hacerlo bien, ya que era de matemáticas y física. Si un punto salía mal, todo se iba al traste.
—Sí. Debemos... ponernos de acuerdo... —articulé, distraída. Por mucho que lo intentara, no lograba evocar una imagen en mi mente de Kristopher y yo trabajando juntos en la que él no acabara con una regla clavada en el ojo.
Sin previo aviso, el pelinegro le dió un leve tirón a mi brazo y, un instante después, estaba sentada junto a él.
Mi respiración se trabó. La distancia entre nosotros se redujo a nada, tanto que podía sentir el calor que desprendía su cuerpo. No era solo el calor físico; estaba tan cerca que pude percibir su olor como si tuviese la nariz pegada a su cuello. Era fresco y ligero, pero marcado al mismo tiempo, con un toque de algo que no supe identificar. Tal vez jabón, tal vez su propio olor. Antes de darme cuenta de lo que hacía, inhalé, y un cosquilleo me recorrió desde el cuello hasta la punta de los dedos.
Abrí los ojos de par en par, cubriendo mi nariz de una bofetada.
~Perfecto, Blues. Muy disimulada.~
—¿Todo bien? —inquirió Kristopher, con bolígrafo en mano. ¿En qué momento lo había sacado?
Asentí, alejándome de él.