- ¿No me vas a decir qué te pasó en la frente?
Volteé los ojos con fastidio.
- ¿Importa acaso?
- Me importa a mí - repuso cortante.
Suspiré.
- ¿Podemos empezar de una vez con los ejercicios?
- No voy a dejar de preguntar hasta que respondas - no fue una amenaza, sino una afirmación. Hablaba muy en serio.
- Dios. Qué intenso eres - articulé masajeando mis sienes. No han pasado ni cinco minutos desde que llegó y ya me está empezando a doler la cabeza ¿Qué le importa cómo me golpeé? - Me caí. Y ya. ¿Contento?
- No - respondió tajante - ¿Cómo te lastimaste? - inquirió.
En serio, parece vieja chismosa.
- Te acabo de decir que me caí.
- ¿Cómo, Mogüel? ¿<Cómo> te caíste? - reiteró.
Inhalé profundamente, haciendo acopio de la reserva de paciencia que guardaba justo para este tipo de situaciones llamadas “No asesines al idiota". Caminé hacia el mueble, haciendo un espacio junto al pelinegro.
- Si te cuento, tienes que prometerme que no te vas a reír.
- ¿Te estabas dando cabezazos contra la pared o qué? - indagó él.
Alcé una ceja.
- No he dicho nada y ya te estás burlando de mi - reclamé.
- Fue una pregunta seria, Mogüel.
- No sonó para nada como una pregunta seria.
- Te tomas todo muy personal, ¿No crees? - repuso.
- Me tratas como a una demente, ¿Cómo quieres que no me lo tome personal? - alcé la voz, comenzando a molestarme.
- No tergiverses lo que digo a tu conveniencia. Solo te pregunté si-
- Ay, ¿Sabes qué? No importa - corté, tomando las hojas sobre la mesa con brusquedad - ¿Empezamos a trabajar, por favor?
Sin previo aviso, me arrebató las hojas de las manos.
- ¡Qué grosero!
- Dijiste que ibas a contarme algo - recordó - ¿Qué es?
- No dije que iba a contarte. Dije que lo haría si me premetías no burlarte.
- ¿Y no es lo mismo? - repuso con obviedad.
- No, Kristopher. No es lo mismo - contesté usando el mismo tono.
- Bien. Cuéntame ya - exigió.
- No.
- ¿Qué?
- Que no - repetí - Lo pensé mejor. No tengo ganas de ser tu payasito por quien sabe cuánto tiempo.
Él suspiró.
- No me voy a burlar - aseguró. Le lancé una mirada de “Sí, cómo no" - Lo prometo.
- No te creo.
- Hagamos una cosa - propuso, levantando su dedo meñique y poniéndolo frente a mi - Levanta tu meñique Mogüel.
Lo miré con sorna. No puede ser.
- ¿El dedito? ¿En serio? ¿Qué tienes, cuatro años?
- Oye, que yo sepa, no hay un límite de edad para usar este método de juramento - argumentó completamente ofendido - Es casi como un pacto de sangre. Une a dos personas en un compromiso de silencio que dura esta y las vidas siguientes - informó con seriedad. Parecía muy seguro de lo que decía, eso provocó que una carcajada involuntaria escapase de mi garganta - Ahora eres tú la que se burla de mi. Estoy hablando en serio.
- ¿Ah, sí? - reí.
- Sí. Así que ven aquí - pidió y, sin esperar a que yo misma lo hiciera, tomó mi mano y bajó cuatro dedos, dejando el meñique alzado - Yo, Kristopher Cipriano Valois, te juro a ti, Blues Anastasia Mogüel, no reírme sin importar que tan tontas y absurdas sean las palabras que salgan de tu boca. Por el poder que me confiere el dedito, cerramos este pacto - finalizó, uniendo su meñique con el mío. Solté otra carcajada. Tremenda solemnidad con la que dijo esa sarta de estupideces - Ahora dime, ¿Qué es eso que vas a contarme?
Suspiré. Ya qué.
- Bueno... Me preguntaste que cómo me había lastimado, y yo te dije que fue una caída. Mentí - admití, viendo la forma en que él me observaba, prestando atención a cada palabra que yo estaba diciendo como si no desease perder un detalle. En verdad es una vieja chismosa - Bueno, más o menos. Sí me caí, pero técnicamente yo misma fuí la que se tiró - divagué, reproduciendo el recuerdo en mi mente.
Kristopher frunció el entrecejo.
- ¿A qué te refieres?
- Alguien llamó a la puerta y yo no quería abrir - comencé a narrar - No sé por qué pensé por un momento que quién sea que estuviese tocando me vería a pesar de estar en la cocina, así que intenté agacharme. Pero olvidé que estaba justo enfrente de la mesa y me golpeé la frente con la orilla - finalicé, saltando a propósito la razón de por qué había actuado así en primer lugar. Ni loca le cuento sobre el pequeño incidente con el nieto de mi vecina. Hasta ahora solo lo sabíamos él, su abuela y yo y prefería que continuara así.
- Y ahí fue cuando te abriste el cráneo - completó él.
- Fue un golpesito - lo corregí.
- A ver, ¿Puedo? - tomó con suavidad mi rostro entre sus manos, examinando mi frente con atención. No entiendo para qué pide permiso si te todas formas lo hace antes de que responda.
- ¿Qué es lo que miras si el golpe está tapado?
- Está vez sí te estás cuidando cómo se debe, por lo que veo - observó, ignorando mi pregunta.
- Mi mamá me obligó a ir con el doctor.
- ¿Y qué te dijo? - inquirió, dejando de lado su tarea de examinar el parche blanco para mirarme a los ojos.
- Lo que yo ya sabía. No es nada grave.
- Mmm. Bien, eso es bueno - susurró, sus ojos se desviaron a mis labios por un segundo y por algún motivo que preferí no averiguar, mi corazón dió un salto. Carraspeé, apartando sus manos de mi rostro.
- Mejor pongámonos a trabajar.
- Sí - concordó él.
- Blú-Blú. Perdón por tardar tanto, no encontraba la pimienta por ningún lado y-
Mimi, quien sostenía en las manos un plato lleno de mango ya picado, se paró en seco.
Me levanté de mi asiento, recibiendo la fruta.
- Muchas gracias, Mimi.
- Otro muchacho... - dijo despacio, desviando su mirada hacia mi.
Kristopher se levantó de su asiento, haciendo una pequeña reverencia a la mayor.
- Un placer. ¿Cómo está, señora?
Mi cara era un poema, nunca imaginé que fuese tan educado.