Cuando me desperté a la mañana siguiente me contuve de lanzarle una almohada a Ángel al verla de pie en la puerta con el teléfono apuntando en nuestra dirección.
—¿Qué estás haciendo loca? —Ángel rió y bajó el teléfono.
—Es que se veían muy lindos todos juntitos y en pelotas —la miré avergonzado y esta vez si le lancé la almohada, ella la esquivó fácilmente.
—Creí que no vendrías en la mañana —comenté aun medio adormilado.
—Olvidé unos papeles, te sugiero que te levantes ya si quieres llegar a tiempo, como soy buena persona les dejo desayuno, nos vemos en la universidad —me arrojó la almohada de vuelta y cerró la puerta.
Refunfuñé y me volví a acurrucar contra Asriel.
—De verdad hay que levantarnos —lo escuché susurrar.
Lo miré con un puchero y negué mientras trataba de meterme debajo de su cuerpo.
Él negó con una sonrisa, se levantó y me alzó en su hombro, chillé por la sorpresa.
—¿Qué haces?
—Vamos a ducharnos
Camino conmigo alzado hasta el baño.
Me bajó cuando estuvimos dentro y abrió la ducha, graduó el agua y se metió dentro, lo imité a los minutos.
Al principio solo nos enjabonamos mutuamente, empezamos a besarnos de forma lenta bajo el agua hasta que nos excitamos, salté sobre su cuerpo y dejé que me penetrara fuerte contra la pared de la ducha, dejando el baño con vapor.
Después de nuestra sesión de sexo mañanero íbamos tarde a la universidad, comimos rápidamente y salimos.
El día fue algo estresante, comenzamos de nuevo con las clases fuertes y pronto los parciales se nos vendrían encima de nuevo, luego la tesis y ah... me dolía la cabeza.
Asriel me consoló a la hora del almuerzo, comimos todos juntos en una de las mesas. Los gemelos estaban felices de que el pelirrojo se hubiera reincorporado a la universidad. Johan y Ángel estaban hablando de forma cursi y entonces Raquel apareció de pronto en el comedor con una enorme sonrisa.
—¿Qué haces aquí? —pregunté perplejo.
—Vine a ver los programas para ver si entro aquí cuando inicien las pruebas —comentó mientras me robaba un poco de jugo —, los vi de lejos y decidí acercarme a saludar
Conversamos un poco más y volvimos a las clases y Raquel a su casa.
Le envié un mensaje a mi madre cuando salimos de la universidad para avisarle que ya iba para el trabajo. Me despedí de Asriel con un beso. Él iría a casa de Rubén para plantearle lo de mudarse con nosotros, lo habíamos hablado con Ángel y ella estaba de acuerdo en que sería beneficioso para los tres. Johan no tenía turno hoy así que prefirió pasar tiempo con su hermana.
Llegué a la cafetería, me coloqué el uniforme y empecé a trabajar.
Un escalofrío me recorrió en mitad de mi turno, sentí una mirada pesada, la ignoré por unos minutos pensando que tal vez no sería nada importante, pero cuando ya no pude aguantarlo más, recorrí el local con la vista buscando el origen de mi incomodidad.
Un chico con una gorra estaba sentado al fondo, tenía un café que parecía haberse enfriado hace mucho, y sus ojos me observaban, aún cuando yo era consciente de lo que hacía, el chico no apartó la mirada. Le di la espalda y suspiré nervioso.
¿Qué demonios?
Traté de concentrarme en el trabajo y no prestarle atención. Pero me estaba poniendo muy nervioso, hasta el punto que había empezado a temblar levemente.
Una hora más tarde, por fin, el chico se levantó, pagó el café y salió, respiré aliviado.
Mis padres llegaron a los pocos minutos, se sentaron y los fui a atender con una sonrisa.
—Hola cariño, es muy bonito este lugar
—Si, lo es. ¿Pasearon bastante hoy?
Ambos asintieron y levantaron un par de bolsas.
—Te compré una camisa muy bonita —comentó mi madre.
—No era necesario —ella negó y ordenó dos canelones y dos cafés.
Anoté su pedido, esperé a que estuvieran los cafés y les llevé su orden.
Ellos alagaron el dulce y la bebida, y me aseguraron que estaban contentos de que trabajara en un lugar tan bueno.
Les dije que mi turno acabaría en un par de horas más, que podría ir a casa y ducharme y saldríamos los tres a cenar para compartir un rato antes de que tuvieran que irse de nuevo.
Aceptaron alegres y media hora más tarde abandonaron el local, con la promesa de que los llamaría cuando llegara a casa.
Esa noche me tocaba a mi cerrar, así que me despedí de mis compañeros de trabajo, aseguré todas las puertas y cerré con llave la principal, las guardé en mi bolso, y empecé a caminar.
Las calles estaban un poco solas, cuando ya me faltaba una cuadra para llegar a la parada de autobuses, empezó a hacer frío como si fuera pleno invierno, abracé mi cuerpo y caminé más rápido.
Entonces algo jaló mi pie con fuerza, haciéndome caer al suelo con un estrépito. Ahogué un grito de dolor por mis brazos que habían soportado todo el golpe. Volteé asustado para ver a mi agresor, solté un jadeo al ver al chico de la gorra de esta tarde.
Estaba agachado a cuatro patas y sujetaba mi pie con fuerza, tenía una mirada enloquecida y una sonrisa escalofriante, no parecía... humano.
De inmediato me revolví con fuerza tratando de soltarme, sentí como algo afilado se clavaba en mi extremidad, grité de dolor, miré alrededor y maldije cuando observé que no había nadie cerca, la calle estaba desierta.
Tenía... que llamar a alguien.
Intenté alcanzar mi bolso para sacar mi teléfono. Entonces vi con horror como el cuerpo del chico se desplomaba en el piso y de el salía una sombra, la cual se materializó en una especie de bestia con garras que gruñía como un animal rabioso.
Sentí verdadero pánico recorrerme.
¿Qué coño era eso?
Me levanté con dificultar y corrí, la criatura no me dejó llegar muy lejos cuando se abalanzó sobre mí y clavó sus garras en mi espalda. Mi garganta se secó al experimentar el agudo dolor en esa zona.
Entonces sentí como tomaba mi pie de nuevo e intentaba arrancar algo con desesperación. Me di cuenta de cuál era su objetivo. Lo patee con fuerza y me levanté lo más rápido que pude, corrí a un callejón y me oculté detrás de un contenedor mientras sacaba el teléfono con mis manos temblorosas.