Yugo de las estrellas

Capítulo 18 - La Caída de Moscú.

La oscuridad envolvía Moscú, teñida de los rojos y naranjas de los incendios que devoraban la ciudad. Los ruidos de explosiones y gritos de pánico eran constantes, creando una sinfonía de caos y destrucción. En el lujoso refugio subterráneo de Mikhail Petrov, el aire estaba cargado de tensión y desesperación. La invasión de los Zýlon, que en un principio parecía ser una oportunidad para Petrov, se había convertido en su peor pesadilla.

Tres días de lucha constante habían dejado a la ciudad en ruinas. El holograma en el centro de la sala mostraba un escenario devastador. Las defensas internas que Mikhail había ordenado instalar apenas estaban ralentizando el avance imparable de los Zýlon. Los mercenarios y soldados que había contratado se estaban quedando sin municiones y sin esperanza.

Yuri, su analista de confianza, entró apresuradamente en la sala de control, su rostro reflejando la gravedad de la situación. "Señor Petrov, los Zýlon han penetrado las últimas líneas de defensa. Están avanzando hacia el centro de la ciudad y no podemos detenerlos."

Mikhail, con la mandíbula apretada y los ojos llenos de furia, observaba los informes que llegaban. Las fuerzas alienígenas, con su tecnología avanzada y brutal eficiencia, estaban destruyendo todo a su paso. "¿Y los refuerzos? ¿Dónde están los mercenarios y la ayuda internacional que solicitamos?"

"Los mercenarios están siendo superados. Los refuerzos internacionales no llegarán a tiempo. La situación es crítica, señor," respondió Yuri, su voz quebrada por la desesperanza.

Mikhail golpeó la mesa con un puño cerrado, la impotencia y la rabia mezclándose en su interior. "No puede ser así. He invertido todo en esta defensa. No podemos caer tan fácilmente."

Un estruendo sacudió el refugio, haciendo temblar las paredes. Los sistemas de defensa automatizados estaban siendo destruidos uno a uno. El refugio ya no era seguro.

"Señor Petrov," dijo Yuri con urgencia, "debemos evacuar inmediatamente. Los Zýlon están aquí."

Mikhail miró alrededor de su refugio, las riquezas y símbolos de poder que ahora parecían insignificantes. Sabía que huir no era una opción. No había ningún lugar a donde escapar. Los Zýlon no dejaban supervivientes.

"Yuri," dijo Mikhail, su voz más suave y resignada, "haz lo que puedas para salvar a nuestra gente. Llévalos a los túneles de escape. Yo... yo debo quedarme."

Yuri lo miró, sorprendido. "Señor, no puede..."

"Es una orden," interrumpió Mikhail. "Vete. Ahora."

Yuri asintió, sus ojos llenos de tristeza, y se apresuró a salir para organizar la evacuación. Mikhail se quedó solo, observando el holograma que mostraba el avance inexorable de los Zýlon hacia su posición.

La puerta del refugio se abrió de golpe, y un grupo de soldados Zýlon irrumpió en la sala. Eran altos, con armaduras metálicas brillantes y armas que emitían una luz siniestra. Mikhail se levantó, enfrentándolos con la dignidad de un líder que no se rendiría sin luchar.

"¡Vengan entonces, monstruos!" gritó, tomando una pistola de su escritorio y disparando contra ellos. Las balas rebotaron inofensivamente en sus armaduras.

Los Zýlon avanzaron sin piedad. Uno de ellos levantó su arma, y un rayo de energía atravesó el cuerpo de Mikhail, haciéndolo caer al suelo. El dolor fue intenso pero breve. Mientras su visión se nublaba, Mikhail pensó en todo lo que había perdido. Su imperio, su poder, su vida.

La última imagen que vio antes de perder el conocimiento fue la de los Zýlon avanzando implacablemente, destruyendo todo a su paso. Moscú estaba cayendo, y con ella, el imperio de Mikhail Petrov se desmoronaba en un abismo de fuego y destrucción.

La invasión de los Zýlon había triunfado. El líder que había intentado manipular el destino a su favor ahora yacía muerto, y la ciudad que alguna vez fue símbolo de su poder se convertía en una tumba ardiente bajo las garras de los invasores alienígenas.

La primera gran ciudad había sucumbido ante los invasores. Moscú se había rendido, y el destino de la humanidad parecía sellado. La batalla se inclinaba cada vez más a favor de los Zýlon. Sin embargo, entre las ruinas y la desesperación, aún brillaba una chispa de resistencia. Porque mientras hubiera vida, siempre habría esperanza, aunque fuera tenue y casi inexistente.




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