Había pasado una semana desde que nos refugiamos en mi departamento. Afuera, el mundo se caía a pedazos, pero aquí dentro, entre estas cuatro paredes, había un silencio cálido, interrumpido solo por los jadeos entrecortados y el sonido de nuestros cuerpos chocando.
Los gemidos de los zombis en la distancia se habían vuelto un ruido de fondo irrelevante. Solo importaban los que salían de nuestras bocas, los que nos recordaban que, a pesar de todo, seguíamos vivos. Desde que llegamos aquí, Evelyn y yo nos habíamos entregado el uno al otro sin reservas. Era un escape, una forma de ignorar la pesadilla del exterior. Cada caricia, cada beso desesperado, era una afirmación de que el mundo no nos había vencido aún.
Cuando ella dormía, me quedaba mirándola, con su cabello rojo extendido sobre la almohada, su respiración tranquila, su pecho subiendo y bajando con cada exhalación acompasada. Pero cuando yo caía rendido, ella se levantaba en silencio y se dirigía a la sala, a la enorme ventana que daba una vista panorámica de la ciudad en ruinas.
La primera vez que la vi ahí, estaba completamente desnuda, de pie frente al cristal, iluminada por la pálida luz de la luna. Su silueta resaltaba contra el reflejo de la ciudad en llamas. Sus ojos estaban clavados en la distancia, fijos en un punto específico. Su antiguo hogar. Y aunque intentaba ocultarlo, sus puños apretados y el temblor sutil en sus hombros la delataban.
Me acerqué lentamente, el piso frío bajo mis pies contrastando con el calor que aún persistía en mi piel. "Verás que tu abuelo logró escapar", susurré, apoyando una mano en su espalda desnuda. Su piel era suave, cálida, pero su cuerpo estaba tenso.
Evelyn esbozó una sonrisa triste, sin apartar la vista del horizonte. "Gracias, pero se que no es verdad", dijo con voz serena. Sus palabras eran firmes, pero el nudo en su garganta era evidente. "Solo espero que mi abuelo no sea uno de ellos".
Yo no respondí. No quería romper la ilusión de esperanza con un comentario cruel o realista. La verdad es que las probabilidades estaban en su contra, y lo sabía. En este mundo, los débiles caían primero, aunque el no era débil si era anciano y los ancianos no eran la excepción. Pero verla así, tan vulnerable, tan humana, hacía que el cinismo quedara en un segundo plano.
Ella giró sobre sus talones y sus pechos se movieron con el gesto, tentadores, perfectos. Me di cuenta de que, a pesar de la seriedad de la conversación, mi cuerpo reaccionó por instinto. Evelyn bajó la mirada a mi entrepierna y arqueó una ceja, divertida. "Veo que eres insaciable...", susurró con picardía antes de dar media vuelta y caminar de regreso a la habitación, sus caderas moviéndose con una sensualidad natural. "Ven."
No hizo falta repetirlo.
Otra ronda más. Otro momento de escape. Otro instante en el que podíamos pretender que éramos los últimos humanos vivos, sin más preocupación que saciar el deseo que nos devoraba. Pero, en el fondo, ambos sabíamos que esto no duraría para siempre. La realidad nos esperaba al otro lado de esa puerta, y tarde o temprano, tendríamos que enfrentarnos a ella.
"Te amo", solté casi sin pensar, mi voz sonó baja, apenas un susurro en medio del silencio que reinaba en la habitación. Pero ella no respondió de la misma manera. No hubo un "yo también" ni siquiera un asentimiento. Solo me miró, y aunque su expresión no era fría, tampoco era la que yo esperaba. Me dolió. Fue como un puñetazo directo al pecho, un recordatorio de que quizás, para ella, esto no era lo mismo que para mí. Pero no dije nada. No quise arruinar el momento ni dejar en evidencia lo idiota que me sentía por esperar algo que tal vez nunca llegaría.
Evelyn suspiró y se acomodó a mi lado. Su cabello rojo caía desordenado sobre la almohada y parte de su cara, sus ojos verdes me miraban con una intensidad que me hacía sentir vulnerable. Cuando habló, su voz sonó suave, pero con esa firmeza suya que me hacía imposible ignorarla.
"Me encanta esto, ¿sabes? Pero…". Se detuvo un momento, como si dudara si debía continuar. Pero yo ya sabía lo que iba a decir. Yo mismo había pensado lo mismo, solo que no quería ser el primero en mencionarlo. "La comida se está acabando, y cada vez veo más de ellos allá abajo. Tenemos que idear un plan para conseguir provisiones. Y si no encontramos, debemos decidir a dónde iremos. Si nos quedamos aquí, vamos a morir. Y aunque sé que nos encanta lo que hacemos, no podemos vivir solo de sexo". Su mano descendió con lentitud por mi abdomen, hasta envolver mi erección con un agarre familiar y experta. "Por mucho que te guste esta idea", agregó con una sonrisa traviesa.
Exhalé con fuerza, sintiendo la calidez de su piel deslizándose con un ritmo tentador. "Lo sé… pero, ¿cómo lo hacemos? Seamos honestos, somos unos inútiles. Duele admitirlo, pero es la verdad. Apenas logramos salir vivos de aquella noche, y hay que ser sinceros con otra cosa… Tú me prendes como un incendio en un bosque seco, y eso puede jugarnos en contra", le dije, tratando de mantener la voz firme a pesar del placer que recorría mi cuerpo con cada movimiento suyo.
Ella arqueó una ceja, sin dejar de mover la mano. "¿Entonces quieres que simplemente muramos aquí sin hacer nada?" Su agarre se volvió más fuerte, más rudo, como si con cada apretón intentara hacerme ver su punto. Su mirada me desafiaba, su boca se curvó en una sonrisa casi cruel.
"No…" Apenas logré decirlo entre jadeos, sintiendo cómo mi espalda se arqueaba de placer. El éxtasis era demasiado intenso, estaba tan cerca… Y entonces se detuvo. Su mano se apartó de golpe, dejándome al borde del clímax, frustrado y con la respiración agitada.
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Editado: 10.04.2025