El sol volvió a salir sobre un mundo que ya no le importaba si había humanos, zombis, vampiros o cualquier otra aberración caminando sobre la tierra. Era indiferente. Quemaba con la misma intensidad que siempre, iluminando la miseria de los pocos sobrevivientes que quedábamos. Pero a nosotros nos importaba una sola cosa en ese momento: el hambre. Un rugido de tripas fue el despertador que nos recordó que si no salíamos hoy, podríamos terminar tan débiles que no lograríamos ver otro amanecer.
Con un suspiro resignado, revolví entre las pocas provisiones que quedaban en el departamento y encontré la mitad de una lata de frijoles. Apenas la vi, me di cuenta de que no sería suficiente para ambos.
—Ten, sobra media lata de frijoles, disfrútala —le dije a Evelyn, tendiéndosela mientras ella estiraba la mano para tomarla. Su movimiento, suave y perezoso por el sueño, me hizo notar algo. Estaba usando un pantalón de cuero negro, brillante y ajustado. Demasiado ajustado. Cada curva de sus muslos y caderas resaltaba con un descaro casi insultante. Pero lo peor —o lo mejor, dependiendo del punto de vista— era que no se veía la marca de su ropa interior. Sabía lo que eso significaba: hilo dental.
Maldita sea.
Mis ojos viajaron desde la prenda hasta sus botas de estilo militar, dándole un aire rudo que contrastaba con la sensualidad de su atuendo. Arriba llevaba una blusa negra de tirantes, con un escote pronunciado que exigía atención. Entre el hambre, la adrenalina y el estrés del apocalipsis, aún me quedaban energías para apreciar semejante espectáculo.
—¿Y tú? —preguntó de pronto, mirándome con el ceño fruncido cuando notó que no tenía nada en las manos.
—No te preocupes —respondí, intentando desviar la conversación—. Anoche me comí lo que sobraba de atún.
Me senté en la cama y empecé a ponerme las botas de casquillo que tanto odiaba, pero que en estos tiempos eran la diferencia entre un pie roto o seguir corriendo. De reojo, volví a verla y una sola palabra salió de mi boca, con un poco de baba escurriendo:
—Wow.
Evelyn me lanzó una mirada entre fastidio y diversión mientras masticaba lentamente los frijoles. Sabía exactamente qué estaba pasando por mi cabeza, y la forma en la que ladeó la cabeza lo confirmaba.
—Ricardo… gracias —dijo con falsa dulzura—. Pero no lo hago para que de nuevo te pongas como siempre. Trata de calmarlo y, como siempre, te prometo que te lo compensaré si es que salimos vivos.
La muy descarada seguía comiendo como si nada, mientras mi cerebro se debatía entre la necesidad de salir a buscar comida o ceder a la tentación de perder un par de horas entre esas piernas.
Tragué saliva y traté de justificarme.
—Es que… ¿cómo evitarlo? Sé que para ti es normal verte así, pero para mí… —Hice un gesto con las manos, como si intentara señalar lo imposible.
Ella soltó un suspiro y dejó la cuchara dentro de la lata.
—Este pantalón es práctico —respondió con tono paciente, como si le estuviera explicando algo a un niño—. Como dije ayer: practicidad. Al ser de cuero, si alguien intenta agarrarme de la pierna, su mano resbalará. —Para demostrarlo, presionó su muslo con la palma y dejó que esta se deslizara lentamente. Su piel se tensó bajo la presión, pero el material hizo su trabajo y su mano cayó sin dificultad.
Yo no vi la demostración. Solo vi un muslo que pedía a gritos ser besado.
Sacudí la cabeza, espantando esas ideas antes de que mi cuerpo decidiera ponerse en mi contra. Teníamos que estar concentrados.
—Entiendo —dije, abrochándome el abrigo.
Afuera, el calor ya comenzaba a subir. El sol pegaba con ganas, y si no nos dábamos prisa, terminaríamos agotados antes de siquiera encontrar comida. Peor aún, si nos tocaba correr, podríamos deshidratarnos y eso sería una sentencia de muerte.
El tiempo jugaba en nuestra contra, y lo sabíamos.
Pero aun así, no podía evitar pensar en lo que Evelyn había prometido si salíamos vivos. Sonreí para mis adentros. Más me valía sobrevivir.
"Acabé", dijo Evelyn mientras lanzaba la lata vacía hacia un rincón del apartamento, el sonido metálico resonó en el silencio. Luego se sacudió las manos y me miró con esa expresión de prisa que solo ella podía tener en medio de una situación así. "Toma tu mochila, yo ya tengo la mía, y no olvides tu escoba".
Suspiré y asentí mientras me colgaba la mochila sobre los hombros. Evelyn tomó su abrigo y lo colocó sobre su figura, ocultando el cuerpo que hasta hace un momento había sido la única alegría visual en este mundo podrido. En su mano firme, su cuchillo reflejaba el poco sol que entraba por la ventana, mientras yo rompía el palo de la escoba contra la pared, dejando una punta filosa. No era la mejor arma, pero en este mundo, algo era mejor que nada.
Nos acercamos a la puerta y, antes de salir, nos dimos un beso. Un beso que ambos queríamos creer que no sería el último. Evelyn se separó lentamente y me susurró, con esa mirada que mezclaba frialdad y miedo reprimido: "Cuidémonos. Y esperemos que no muramos hoy".
La miré fijamente, tragando saliva. "Lo sé. Te amo".
Pero como siempre, su respuesta nunca llegó. No supe si era porque no me amaba o si simplemente no quería decirlo. En cualquier caso, no era el momento para esas dudas. Ella abrió la puerta y salió delante de mí, con la determinación de alguien que no quiere pensar demasiado en lo que está haciendo para no paralizarse.
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Editado: 10.04.2025