Z: Un Amor En El Apocalipsis.

CAPITULO 6

Logramos llegar con vida con todas las provisiones, pero apenas se abrió el elevador, Alma se dejó caer como una muñeca de trapo y se desmayó.

—Puta madre… —solté en un susurro, dejando que el peso de esas palabras drenara un poco la tensión que sentía en los hombros. Miré su cuerpo inerte en el suelo del elevador y suspiré con fastidio—. Tendré que cargarla de nuevo…

No es que pesara demasiado, pero su delgadez extrema la hacía parecer más un cadáver que una persona viva. Su blusa, ajustada a su cuerpo huesudo, apenas ocultaba lo que quedaba de ella. Me pregunté cuánta comida le habrían negado esos cabrones, cuántas veces la dejaron al borde del colapso solo para seguir usándola. Sentí un nudo formarse en mi garganta, pero lo ahogué con otro suspiro pesado.

El elevador seguía subiendo, el zumbido metálico llenando el silencio, y sin quererlo, mis ojos se deslizaron por su cuerpo otra vez. No tenía muchas curvas, eso era evidente, pero algo en sus piernas largas y delgadas me hizo sentir una punzada incómoda en la entrepierna. Mi consciencia gritó: "¡Imbécil, tenemos novia!", pero mi cuerpo no pareció estar de acuerdo. Me removí incómodo, ajustando la mochila sobre mis hombros para distraerme.

El elevador llegó al piso 13 con un leve sonido mecánico. Me incliné y la cargué de nuevo. No pesaba mucho, pero al sostenerla, pude sentir todos sus huesos bajo la piel. Mis manos, sin mucha opción, terminaron en su trasero. No es que hubiera mucho ahí, pero era pequeño y redondo, diferente a Evelyn. Diferente, pero no del todo desagradable.

Sacudí la cabeza, intentando borrar esos pensamientos y me apresuré hacia la puerta de mi departamento. Metí la llave y giré la perilla con torpeza, mi respiración aún agitada por la carrera y el esfuerzo de cargarla. Apenas crucé el umbral, la dejé caer suavemente en el sillón.

—¿Quién está ahí? —gritó Evelyn desde la habitación, su voz llena de alarma. Apareció en la sala con un cuchillo en la mano, lista para atacar. Pero en cuanto me vio, dejó caer el arma y se lanzó hacia mí, envolviéndome en un abrazo tan fuerte que casi me dejó sin aire.

Su cuerpo cálido se pegó al mío, sus enormes pechos aplastándose contra mi pecho.

—¡Dios, pensé que te había pasado algo! —exclamó, su respiración acelerada contra mi cuello.

Yo, por mi parte, tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para ocultar mi erección con las manos. Última cosa que necesitaba: que Evelyn me descubriera así después de haber estado cargando a Alma. Pero, afortunadamente, ella no pareció notarlo. Solo se aferró a mí, temblando ligeramente.

Las lágrimas de Evelyn caían sin control, cada una dejando una estela húmeda en su rostro desencajado. Sus ojos, normalmente llenos de picardía y determinación, ahora solo reflejaban culpa y desesperación. Su voz, temblorosa y rota, se aferraba a la única súplica que podía pronunciar entre sollozos:

—Perdóname, de verdad… perdóname. Quise esperarte, pero cuando escuché esa maldita sirena… la de todas las noches… entré en pánico y hui. No debí hacerlo, no debí… Perdóname, por favor.

Sus manos se aferraban a mi camisa con una desesperación enfermiza, como si al sostenerme pudiera retroceder el tiempo y deshacer su traición. Pero yo no era tan indulgente, ni tan idiota. Sentí su abrazo, su cuerpo temblando contra el mío, pero lejos de reconfortarme, solo encendió la rabia que hervía en mi interior.

La alejé de golpe, apartándola de mí con una frialdad que ni siquiera yo creí posible. Una parte de mí, la más cruel y rencorosa, tomó el control de mi lengua.

—Te pasaste, Evelyn. Me abandonaste. Me dejaste a mi suerte como si fuera cualquier cosa, como si mi vida no importara. ¿Sabes qué es lo peor? Que yo jamás lo hubiera hecho. Ni en mis peores momentos te habría dejado atrás. Y dime, ¿qué habrías hecho si nunca hubiera regresado? Si en este momento fuera un maldito zombi deambulando sin alma por los pasillos, ¿te importaría? Eres una cabrona, Evelyn.

Cada palabra salía impregnada de veneno, de ese resentimiento acumulado por todo lo que había pasado allá afuera. La adrenalina, el miedo, la desesperación… todo eso lo había vivido solo, mientras ella se salvaba a costa de mi pellejo.

—¿Crees que con un simple "perdóname" y unas lágrimas todo se soluciona? He arriesgado mi vida por ti más veces de las que puedo contar. ¿Recuerdas cuántas veces te salvé? ¿Cuántas veces estuve a punto de morir por ti? ¡No porque seas buena en la cama significa que no puedo enojarme contigo!

Evelyn se encogió ante mis palabras, sus sollozos apenas interrumpiendo el silencio pesado que nos envolvía. Su mirada, baja y llena de vergüenza, no encontraba el valor para enfrentarme. Pero yo no había terminado. No podía dejarlo ir tan fácilmente. Mis puños se cerraban, mis dientes rechinaban de frustración. No podía simplemente perdonar y olvidar. No esta vez.

Pero entonces, una voz interrumpió nuestro enfrentamiento, una voz débil y confusa que emergió desde el sillón.

—¿D-dónde… estoy?

Alma se removió, su cuerpo apenas teniendo fuerzas para incorporarse. Su cabello negro caía en desorden sobre su rostro pálido, sus ojos castaños parpadeaban con desconcierto. La chica no tenía idea del caos en el que se había metido.

Evelyn, al verla, cambió su expresión de inmediato. Sus lágrimas se secaron de golpe y fueron reemplazadas por algo más peligroso: enojo.




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