El silencio en el departamento era sofocante, como si las paredes mismas contuvieran la respiración. Solo el agua de la regadera seguía cayendo en el baño, golpeando el suelo de cerámica con un ritmo monótono que me recordaba la lluvia… aunque la lluvia era un lujo en este mundo podrido.
Me cambié en silencio, la tela áspera de la ropa limpia rozaba mi piel aún húmeda, dándome una sensación incómoda, casi punzante. Cada movimiento se sentía pesado, como si mis propios pensamientos fueran un ancla que me hundía. Mi cabeza estaba enredada en un torbellino de emociones y palabras que no podía acomodar del todo. Evelyn… su maldita forma de decir las cosas.
Cuando terminé, salí de la habitación, con pasos que sonaban huecos contra el suelo de madera. La sala era un cuadro sombrío: la luz intermitente de los postes en la calle proyectaba sombras deformes en las paredes y el aire tenía ese olor rancio de humedad atrapada. Evelyn estaba sentada en el sillón, su figura apenas iluminada por el reflejo mortecino de la ciudad muerta allá afuera.
Parecía de piedra. Su cabello rojo caía desordenado sobre sus hombros, deslizándose como ríos de sangre seca. Su rostro, normalmente lleno de ese descaro que me sacaba de quicio, ahora estaba inexpresivo, con la mirada perdida en algún punto más allá del vidrio polvoriento de la ventana. No sabía si estaba tratando de encontrar algo en la oscuridad de la calle… o si simplemente quería perderse en ella.
Me quedé ahí, mirándola unos segundos. Viendo su pecho subir y bajar lentamente, como si hasta respirar le costara.
—Tenemos que hablar —dije al fin.
Mi voz sonó más firme de lo que esperaba, pero ella no reaccionó. Siguió mirando hacia afuera, como si yo no existiera.
Apreté los dientes y avancé, sentándome a su lado. Sentí el espacio entre nosotros como una maldita muralla invisible.
—Sé que dijimos cosas horribles —continué, intentando no sonar tan roto—. Y sé que tú también dijiste cosas que… joder, dolieron. Pero no quiero que esto termine así.
Silencio. Solo la maldita regadera seguía sonando en el fondo, como si alguien estuviera lavando el desastre de nuestra relación por el drenaje.
Finalmente, Evelyn giró la cabeza y me miró.
Sus ojos… estaban apagados. Enrojecidos, sí, pero sin lágrimas. Solo vacíos.
—¿Qué quieres que diga, Ricardo? —su voz era un susurro. Áspera. Cansada—. Dijiste la verdad. No te amo.
Tragué saliva.
—Te quiero, me gustas, pero no te amo —continuó ella, sin apartar la mirada—. Y no sé si alguna vez podré amar a alguien.
Sus palabras fueron como un puñetazo directo en el estómago. Sentí que me quedaba sin aire, que algo en mi pecho se partía en mil pedazos.
—Pero… ¿quieres intentarlo? —pregunté, mi voz sonando más desesperada de lo que me gustaría admitir.
Evelyn dudó. Por un segundo, vi un destello en sus ojos, algo que casi parecía culpa.
Volteó la mirada hacia el baño. El agua seguía cayendo.
—No lo sé —murmuró. Y esa vez sí pareció que su voz se quebraba un poco—. No sé si puedo darte lo que necesitas. No sé si puedo ser la persona que quieres que sea.
Apreté los puños sobre mis rodillas.
—No necesito que seas perfecta, Evelyn —dije al fin, mirándola directo a los ojos—. Solo necesito que seas tú. Con tus defectos, con tus miedos… con todo.
Ella cerró los ojos y dejó escapar un suspiro tembloroso. Vi su cuerpo relajarse apenas, como si mis palabras la hubieran derrumbado un poco.
Por un instante, pensé que tal vez, solo tal vez…
Pero entonces, su voz volvió, esta vez con un tono más bajo.
—¿Y qué hacemos con ella? —preguntó, girando apenas la cabeza en dirección al baño.
La pregunta me tomó desprevenido.
—¿Con Alma?
Ella asintió.
—No quiero que esto se convierta en un problema… pero siento que lo será.
Me pasé una mano por la cara, tratando de no soltar una risa sarcástica.
—Evelyn… Alma no es un problema. Es solo una persona que necesita ayuda.
Ella frunció el ceño.
—No es solo eso… —susurró.
No insistí. No aún.
El sonido del agua en la regadera seguía cayendo. Como si el mundo esperara nuestra respuesta.
Evelyn me miró con una mezcla de escepticismo y algo más difícil de descifrar. Sus labios se separaron apenas, como si quisiera decir algo, pero se lo pensaba demasiado. Afuera, la ciudad muerta seguía en su eterno letargo, con el parpadeo intermitente de los postes de luz reflejándose en sus ojos verdes.
—¿Y crees que no se va a enamorar de ti? —su voz tenía un deje de amargura, un filo oculto que hizo que mis entrañas se revolvieran—. ¿Crees que no va a ver lo bueno que eres? Lo mucho que te preocupas por los demás…
Me quedé callado un momento. La pregunta me golpeó de una forma extraña.
—Eso no importa —dije al fin, negando con la cabeza.
#41 en Terror
#1272 en Otros
#390 en Humor
apocalipsis zombi, zombies romance traicion chica fuerte, romance eroticos y comedia
Editado: 10.04.2025