Z: Un Amor En El Apocalipsis.

CAPITULO 11

Ayudé a Alma a subir a la parte trasera de la bicicleta. Sus manos temblorosas se aferraron a mi cintura, sus dedos delgados se enterraban en mi playera (habíamos decidido dejar los abrigos ya que estorbarían mas) con una fuerza que no habría imaginado en alguien como ella. Su cuerpo ligero y frágil apenas pesaba sobre mí, pero la tensión en sus músculos se sentía como si estuviera esperando lo peor en cualquier momento.

El movimiento brusco hizo que la bicicleta se tambaleara bajo nuestro peso combinado, y tuve que plantar los pies en el suelo para no caer de bruces.

—Sujétate bien —murmuré, intentando sonar seguro de mí mismo, aunque la verdad es que apenas podía concentrarme con lo rápido que mi corazón latía.

Alma asintió contra mi espalda sin decir una palabra, su respiración cálida y entrecortada chocando contra mi nuca.

—Date prisa, Ricardo. Cada segundo que perdemos aquí es un segundo que esos muertos vivientes tienen para alcanzarnos —espetó Evelyn con impaciencia.

Ya estaba sobre su bicicleta de montaña, la postura firme, lista para salir disparada en cualquier momento. Sus ojos verdes ardían con una mezcla de urgencia y frustración, clavados en mí como dagas afiladas. Su cabello rojo caía en ondas desordenadas por el sudor y la adrenalina, reflejando la escasa luz de la luna. Sus piernas, tensas por el esfuerzo, presionaban los pedales con la fuerza de alguien que estaba acostumbrado a sobrevivir a la carrera constante de la vida... o de la muerte.

—Síganme. No tenemos tiempo para clases de ciclismo —soltó con frialdad, y sin esperar respuesta, se impulsó hacia adelante, sorteando con destreza los escombros del patio antes de salir disparada a la calle.

Tragué saliva, apretando con más fuerza el manillar antes de empujar la bicicleta hacia adelante. El peso de Alma hacía que el equilibrio fuera más complicado de lo que esperaba. Sentía su cuerpo pegado a mi espalda, temblando, su miedo filtrándose a través del contacto.

La calle frente a nosotros se extendía como un camino de pesadilla. Coches quemados y oxidados yacían como esqueletos olvidados a los costados, con sus puertas abiertas como mandíbulas dislocadas. La luna pálida y solitaria bañaba los edificios en sombras alargadas, proyectando figuras deformes en el pavimento agrietado. El hedor del aire era insoportable: una mezcla de carne podrida, cenizas y algo más denso, un olor rancio que se aferraba a la garganta y hacía que el estómago se revolviera.

A lo lejos, el sonido de un gemido gutural rasgó el silencio de la noche. Un ruido húmedo, lento, como si la carne muerta se estuviera arrastrando sobre el concreto.

Evelyn iba más adelante, pedaleando con una fuerza brutal, como si la rabia que la consumía le diera más velocidad. Su cabello rojo ondeaba en el viento, iluminado por la luz mortecina. La tela ajustada de su ropa marcaba cada curva de su cuerpo, y aunque debería estar concentrado en no caerme de la bicicleta y no morir devorado por un cadáver ambulante, mi mente traicionera se desviaba por un segundo hacia la manera en que su trasero se movía con cada pedaleo.

Sacudí la cabeza, maldiciéndome en silencio. No era el momento para eso.

—¡Ricardo, pedalea más rápido! —gritó Evelyn, sin girarse, pero con la suficiente impaciencia en su voz como para hacerme sentir que quería patearme la cara.

—¡Estoy haciendo lo que puedo! —respondí con los dientes apretados, luchando por mantener el equilibrio con Alma pegada a mí como si temiera desaparecer si me soltaba.

Alma dejó escapar un jadeo ahogado cuando la bicicleta se tambaleó por un bache en el asfalto.

—L-lo siento… —susurró con la voz temblorosa.

—No te preocupes, sólo agárrate fuerte —dije, intentando sonar tranquilo, aunque el sudor frío en mi nuca delataba mi propio nerviosismo.

Pedaleé con más fuerza, sintiendo los músculos de mis piernas arder por el esfuerzo. A medida que avanzábamos, la ciudad muerta a nuestro alrededor se sentía más opresiva, más sofocante. Cada rincón oscuro podía ocultar una amenaza, cada sombra podía ser el último error que cometeríamos.

Más adelante, Evelyn esquivó con agilidad los restos de un cadáver despedazado en el suelo. La sangre negra y espesa aún brillaba bajo la luna, esparcida en patrones grotescos como una obra de arte macabra.

El silencio entre Alma y yo era pesado, espeso, cargado de palabras no dichas y emociones reprimidas. Podía sentir su respiración agitada contra mi oído, su pecho plano presionándose levemente contra mi espalda con cada movimiento de la bicicleta. La sensación de su calor corporal, en contraste con el aire helado de la noche, me hacía cada vez más consciente de su cercanía.

"Ricardo..." Su voz fue un susurro frágil, como si temiera romper el silencio de la ciudad muerta. "¿Por qué Evelyn se porta así conmigo?"

Tragué saliva. No era una pregunta fácil de responder. El eco distante de nuestros pedales chirriando sobre el asfalto parecía marcar el ritmo de mi indecisión. Sabía lo que Evelyn sentía, sabía lo que la atormentaba, pero explicarlo sin justificar su actitud era complicado.

"Ella... está asustada, Alma. Todos lo estamos." Mi voz salió más áspera de lo que esperaba. "Y ha pasado por mucho."

Las palabras se quedaron suspendidas en el aire, flotando entre nosotras, entre los cadáveres ambulantes y la incertidumbre de la noche. No quería excusar a Evelyn, no después de la manera en que había tratado a Alma, pero tampoco podía negar que el miedo a veces nos volvía crueles.




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